[Homenaje] Luis Cerda Castro: El valor de la integridad

El lunes 7 de junio falleció, a los 85 años de edad, quien además de ser un destacado dirigente del básquetbol chileno fue uno de los gestores, en su condición de funcionario judicial, del recordado paro de ese sector público durante la dictadura cívico y militar en la década de 1980.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 8.6.2021

«La integridad no está sujeta a reglas».
Albert Camus

Para escribir sobre don Luis Cerda Castro debo, necesariamente, hacerlo desde una perspectiva relativamente personal. Creo que es la forma en que puedo tocar algunos detalles más íntimos que, son al fin de cuentas, los que hacen la grandeza de un ser humano.

Lo conocí en la medianía de los años 80 en la ciudad de Talca. Él era oficial primero del tribunal; yo ejercía la profesión de abogado y tenía a mi cargo las causas de derechos humanos a través de la iglesia de Linares, cuya Diócesis tenía la impronta de ese extraordinario obispo que fue don Carlos Camus Larenas.

En esa condición habíamos ingresado una querella criminal por una joven estudiante de Villa Alegre, que había sido objeto de violación por militares de Talca. Don Luis fue atento, servicial, discreto, consciente, solidario frente a los aciagos tiempos que se vivían, de los riesgos y dificultades que se afrontaban en todo ámbito, especialmente en el de las, habitualmente, estériles investigaciones judiciales.

Por supuesto, la causa nunca avanzó lo suficiente. El miedo reinante, la obsecuencia, las excusas implícitas o evidentes, desechaban las peticiones o, sencillamente, las resoluciones se postergaban indefinidamente. El juez de la época, por desgracia, no hizo gran cosa para dilucidar los hechos. La causa se derivó a la justicia militar donde terminó, como tantas otras, archivada, sin responsables.

Pero don Luis, en todo momento, dio muestras de su sensibilidad humana, de su preocupación por que las diligencias tuvieran algún derrotero, al tiempo que evidenciaba el malestar natural que le producía el desinterés por hechos tan deleznables, que solían quedar en la impunidad.

Recuerdo que más tarde, ya en otro plano, me comentó el paro nacional de los funcionarios judiciales en la época dictatorial, que tenía por objeto la mejoría de las condiciones laborales y sus legítimas reivindicaciones.

Don Luis encabezó ese movimiento tan poco conocido por las generaciones futuras, que le granjeó simpatías, silenciosos reconocimientos, pero también sospechas, cuestionamientos de un sistema que vigilaba todo aquello que pudiera socavar los cimientos de un régimen opresivo. No obstante, lo válido fue el respeto ganado. La acción templó su espíritu. Y eso dejó huellas imborrables.

Luego nos reencontramos en los años 90, en mi época de Seremi de Justicia de la Región del Maule, cuando don Luis ya ejercía como Administrador Zonal del Poder Judicial. Nos tocó recorrer en variadas oportunidades los tribunales. Ese período de vivencia común me sirvió para apreciar su profesionalismo, su actitud cercana a los problemas, de las necesidades del Poder Judicial, y en especial, de los requerimientos de los funcionarios.

Pero sobre todo, aprendí a estimarlo en los hechos, a tener muy en alto su calidad humana. Sentía que su espíritu de integridad personal lo hacía destacarse sobre el resto de la gente. Y puedo asegurar que tenía esa impronta de los “hombres buenos”, en el mejor sentido y alcance de la palabra.

Cuando se tiene honor de haber compartido con estos grandes hombres, que hacen de su vida un apostolado de entrega hacia los demás, uno no puede sino agradecer que el destino los coloque en el camino para apreciar aquellos valores que hacen de la existencia algo digna de vivirse.

Honestidad, sencillez, austeridad, humildad y entereza, quizás sean algunas de las virtudes esenciales de don Luis Cerda Castro, aquellas que nos enseñan a mirar a los demás de otra manera, de hacernos sentir que es posible rescatar a la especie humana con la dignidad que su condición de ser y estar en el mundo merece.

De don Luis se dirá mucho aun. Su legado ha sido enorme, en lo personal y en lo colectivo. Por eso, a pesar de lo imprevisto de su partida, del dolor que ella conlleva, su familia y quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo cercanamente han de valorar tal privilegio.

En un mundo donde la pérdida de la identidad e integridad humana dejó de ser noticia hace tiempo, la existencia de don Luis Cerda Castro fue un bastión invaluable, para una sociedad tan necesitada de estos individuos excepcionales, que hacen de la vida algo digno de vivirse.

Don Luis Cerda Castro, de entre sus tantos preceptos educativos, quizás haya encarnado como pocos aquella máxima que nos advierte a “no ser nunca soberbio con los humildes ni humilde con los soberbios”.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República —hasta abril de 2021— en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén.

Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Juan Mihovilovich Hernández

 

 

Imagen destacada: Luis Cerda Castro.