Imagen, historia y representación: «Nada pertenece a la memoria», de José Luis Torres Leiva

Este es el documental-homenaje que el autor desarrolla sobre su profesor universitario, a partir de entrevistas realizadas por las académicas Andrea Chignoli y Catalina Donoso. Recorre parte de la vida, obra y visión de un cineasta lúcido, con una filmografía fundamental del cine nacional. El largometraje -que tuvo su preestreno en el contexto del Sanfic 13- se detiene en al menos dos estaciones concretas, como son la idea de lo real enfrentado a la representación, y las tensiones entre ser testigo y creador. En ambas, Pedro Chaskel se define como un “afortunado”, ya que no solamente da el testimonio de una generación marcada por la violencia, sino también por desarrollar una disciplina que establece una posición frente a los hechos que definen a su siglo.

Por Luis Horta Canales

Publicado el 28.08.2017

1.
Pedro Chaskel (1932) es posiblemente uno de los mayores documentalistas en la historia del cine chileno, así como un permanente activista del rol social que cumple una obra audiovisual. En «Aborto” (1965) aborda el caso de mujeres poblacionales que mueren al someterse a procesos médicos clandestinos, ante la imposibilidad de contar con recursos para criar a sus hijos; “Venceremos” (1970, co-dirigida con Héctor Ríos), trata sobre la violencia cotidiana dada en las diferencias de clase existentes en el país; “Por la vida” (1987), es un retrato del Movimiento contra la tortura Sebastián Acevedo y su activismo pacifista en el contexto de la dictadura chilena; y su último documental “De vida y de muerte, testimonios de la Operación Cóndor” (2015), aborda el plan de inteligencia militar desplegado en los años ochenta en conjunto por los regímenes militares de Chile, Paraguay, Argentina y Brasil, con el objetivo de exterminar a militantes de izquierda. De esta forma, Chaskel ha construido una mirada sobre un convulso siglo XX, tanto en su obra como desde el punto de vista sensible frente a las manifestaciones de la violencia, cristalizada en un cuerpo social que se sobrepone a la caída.

En 1973, Chaskel cumplía veinte años vinculado a la Universidad de Chile, donde había sido un actor fundamental del desarrollo del cine chileno al fundar en 1954 el Cine Club Universitario, en 1960 como director de la Cineteca Universitaria, y desde 1963 como director del Departamento de Cine, donde desplegó una importante labor como director y montajista de películas claves del Nuevo Cine Chileno. El 11 de Septiembre, Chaskel filma con su cámara Bolex de 16mm, el vuelo de los aviones Hawker Hunter bombardeando el Palacio de La Moneda, documentando así el golpe de Estado y dotando de imagen a la mayor fractura cultural del siglo XX chileno. El resultado de este registro es también su segundo exilio: así como en 1939 llega a Chile huyendo del nazismo, en 1973 debe nuevamente emigrar mientras ve como las instituciones del Estado son intervenidas, fragmentadas e instrumentalizadas por el régimen militar, en un proceso que evidencia sus huellas hasta el día de hoy. Desde ese día, Chile cambió para emerger el “país de la ausencia” que reclamaba Gabriela Mistral, y que terminó por invisibilizar la obra fílmica de toda una generación.

«Aquí vivieron» (1964), material de archivo perteneciente a la Cineteca de la Universidad de Chile

Para Chaskel, el cine es en definitiva un campo de batalla, un refugio de las hostilidades de lo real. La naturaleza humana transita entre las miserias y la grandeza de los pequeños gestos, aquellos que protagonizan sus filmes. Resulta revelador como su obra se superpone al olvido, y surge luminosa en tanto un documento de la concepción moderna del sujeto en el siglo XX. Comprende que hoy la historia dialoga con la imagen, surgiendo películas dramáticamente premonitorias como “No es hora de llorar” (1971, junto a Luis Alberto Sanz), que filmada en plena Unidad Popular denuncia las brutales torturas que los militares brasileños aplicaban a sus compatriotas, sin pensar que dichas tácticas se aplicarían con igual violencia en nuestro país. Chaskel acusa como los Estados dictatoriales encuentran en el cuerpo la forma más eficaz de ejercer un acto político de control y dominación, sin saber que estaba filmando el destino de muchos de sus pares.

2.
La poetisa polaca Wisława Szymborska escribió en 1962 el poema “Elegía viajera”, donde indica:

“Todo es mío y nada me pertenece,
nada pertenece a la memoria,
todo es mío mientras lo contemplo”.

En el caso de Pedro Chaskel, una frase de la poetisa que más se ajustaría sería la siguiente: “El poeta de hoy es escéptico e incluso desconfiado”. En su obra documental, la imagen ocupa el lugar testimonial del disentir a una oficialidad establecida: discriminados, desplazados, invisibilizados y marginales asumen el protagonismo que no tienen bajo el mercado de la imagen.

De acuerdo a esto, se pone en tensión la idea de la pertenencia, donde la imagen penetra en la naturaleza del “otro” desde el humanismo. Tal como señala Emil Cioran: “El hombre es el único animal que se destruye a si mismo”, y eso se evidencia en los motivos que marcan su producción: “Venceremos” (1970) es la crónica de un pueblo que será masacrado tres años después, “Una foto recorre el mundo” (1981) reafirmará el retrato de una utopía en una América dañada, desaparecida y torturada, para luego emerger en “La Minga que movió la vieja iglesia de Tey” (2001, junto a Ricardo Carrasco y Francisco Gedda), una comunidad que pervive y despliega su cultura.

“Nada pertenece a la memoria” es el documental-homenaje que José Luis Torres Leiva desarrolla sobre su profesor universitario, a partir de entrevistas realizadas por las académicas Andrea Chignoli y Catalina Donoso. Recorre parte de la vida, obra y visión de un cineasta lúcido, con una filmografía fundamental del cine nacional. El documental se detiene en al menos dos estaciones concretas, como son la idea de lo real enfrentado a la representación, y las tensiones entre ser testigo y creador. En ambas, Chaskel se define como un “afortunado”, ya que no solamente da el testimonio de una generación marcada por la violencia, sino también por desarrollar una disciplina que establece una posición frente a los hechos que marcan el siglo.

Fotograma de “De vida y de muerte, testimonios de la Operación Cóndor” (2015), de Pedro Chaskel

José Luis Torres Leiva, cineasta chileno reconocido por sus películas “El cielo, la tierra y la lluvia” (2008), “Verano” (2011) y “El viento sabe que vuelvo a casa” (2016), repite el esquema empleado en su anterior documental “Qué historia es esta y cual es su final” (2013) sobre el también documentalista Ignacio Agüero, donde pareciera ser que la palabra y el archivo son elocuentes para aproximarse a una forma de comprender el mundo. En este largometraje, la cronología pretende ser el motivo principal que aúne el relato, comenzando por su infancia, y siguiendo con sus primeros acercamientos al cine, la realización de películas políticas en los sesenta y setenta, el exilio, el cine de resistencia a la dictadura chilena y su actual reflexión sobre el acto creativo.

Sin embargo, un elemento que particularmente llama la atención en esta estructuración, corresponde a las omisiones. Ya sea de las instituciones que apoyaron el desarrollo de un “Cine Nuevo”, fuertemente comprometido con la realidad política local como la Universidad de Chile o el ICAIC cubano, o en el trabajo colectivo con directores de fotografía como Héctor Ríos, Pablo Salas, Ricardo Carrasco o Jaime Reyes, quienes se mencionan livianamente al pasar. Esta opción va de la mano con la naturaleza de este documental, que nos habla tanto del gesto de la autoría como de la imposibilidad de la imagen frente a la experiencia. La palabra dicha lejanamente remite el acto sensible de interactuar con lo real, tal como lo manifiesta Chaskel en una de las escenas más conmovedoras de la película: mirando directamente a cámara, asume ese gesto como un dispositivo político de distanciamiento, un pequeño gesto subversivo ante la comodidad del discurso de la nostalgia. De esta manera, el documental es para Torres Leiva una instancia exploratoria sobre su propia práctica del cine, más que por construir un documental biográfico.

“Nada pertenece a la memoria” es un título enigmático, ya que la filmografía de Chaskel ataca precisamente los modos de construcción de una memoria oficial, empleando al cine como un mecanismo deconstructor. La memoria es, ante todo, una imagen subjetiva que pone en tensión el concepto del punto de vista frente a la realidad objetiva, donde la capacidad analítica del cineasta deviene en búsqueda de sentido y pertinencia. Torres Leiva se concentra así en el rostro del cineasta, que con una impecable fotografía en blanco y negro de Guillermo González, es alternada con material de archivo que sirve para narrar la obra del autor retratado.

Posiblemente “Nada pertenece a la memoria” coincide en la pasión por la práctica cinematográfica de quien es sometido a este interrogatorio, aún cuando el alcance intelectual de Pedro Chaskel sobrepase las intenciones de una película que se deslumbra frente un modo de producción hoy casi inexistente, basado en lealtades y afectos. Se trata de cineastas que experimentaron las diversas capas de lo real, que vivieron el exilio y la persecución por producir obras audiovisuales cuyo contenido comprendía su entorno como un campo de disputa. Así, el documental contribuye a proponer reflexiones y discusiones sobre la naturaleza del cine, el rol de las imágenes en el mundo contemporáneo y en el alcance del archivo en cuanto constructor de una memoria social e identitaria.

* “Nada pertenece a la memoria” se exhibirá gratuitamente el día martes 12 de septiembre, a las 19:00 horas, en la Sala Sazié de la Universidad de Chile, ubicada en Avenida Libertador Bernardo O’Higgins Nº 1058, metro Universidad de Chile, acompañada de un Cine Foro.

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