Película: «Johnny 100 Pesos: Capítulo Dos»

Si en la película de 1993, el director Gustavo Graef Marino buscaba reflejar un país con naciente democracia recuperada, acechada por el trauma militar y el miedo a la violencia, esta vez, y a veces de manera forzada, nos retrata un Chile del todo moderno, entre celulares inteligentes, tarjetas de crédito, casas de lujos, autos de lujo, malls, donde el dinero, tal como alguna vez dijo Julio Verne de París en el siglo XX, es el “demonio” que deslumbra a ricos y pobres, que los empuja “sin descanso y sin piedad”, revelando sin aspavientos “su talante apresurado, su marcha ansiosa, su ímpetu americano”.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 11.09.2017

“Así va, corre, busca ¿Qué busca? Con toda seguridad, este hombre tal como lo he descrito, este solitario con imaginación activa, viajando a través del gran desierto de los hombres, tiene un fin más elevado que el de un mero paseante ocioso, un fin más elevado que el placer fugitivo de la circunstancia”.
Charles Baudelaire

Los fulgores de la modernidad capitalista

Santiago, veinte años después. Juan García García, alias Johnny 100 Pesos, el mismo que en 1990 fue parte de un robo y posterior secuestro en una casa de cambio ilegal con fachada de videoclub, ahora está fuera de la cárcel. Y él es distinto, también el país.

Si en la película de 1993, el director Gustavo Graef Marino buscaba reflejar un país con naciente democracia recuperada, acechada por el trauma militar y el miedo a la violencia, esta vez, y a veces de manera forzada, nos retrata un Chile del todo moderno, entre celulares inteligentes, tarjetas de crédito, casas de lujos, autos de lujo, malls, donde el dinero, tal como alguna vez dijo Julio Verne de París en el siglo XX, es el “demonio” que deslumbra a ricos y pobres, que los empuja “sin descanso y sin piedad”, revelando sin aspavientos “su talante apresurado, su marcha ansiosa, su ímpetu americano”. En este panorama, solo importa la fluidez, la levedad, el placer, travistiendo los valores humanistas y el tejido social por medio de la promesa del consumo. Un orden del simulacro, como dijera Jean Baudrillard, que revela como verdadero lo que no es.

Un giro en este “segundo capítulo”, eso sí, es prescindir de los vericuetos de la negociación política dentro de las oficinas de La Moneda (del nuevo gobierno democrático constituido a inicios de los ’90) o la cobertura mediática de los hechos acontecidos en el edificio de calle Estado veinte años antes (el siempre central y payasesco rol de los medios de comunicación de masas), que bien celebraba los artificios de una democracia lozana y novísima, puesto que, y bien lo sabe Graef Marino, el verdadero poder ya no se encuentra en el barrio cívico, y su imaginario republicano (no por nada la película original transcurría a pocas cuadras del Palacio del Gobierno), sino que en las afueras de la ciudad, en las mansiones imponentes erigidas en los cerros, lejos de la “plebe”, entre extorsiones, droga y corrupción.

Reveladores serán, en este sentido, ciertos signos explicitados en el largometraje: Johnny 100 pesos obtiene una tarjeta de crédito, y eso importa. Y de ahí el consumo, la deuda. O que Juan, el hijo adolescente de Johnny, un típico millennials, a través de su condición de dealer logra aumentar su poder adquisitivo y un estilo de vida de lujo imposible de solventar en la práctica, al igual que Bárbara, personaje encarnado por la actriz Luciana Echeverría.

Johnny es el idealista, la antípoda de todos los valores neoliberales. Curtido en el mundo de la cárcel, es el lector empedernido que nos devuelve la nostalgia de una cultura letrada, o que, envalentonado por la experiencia adquirida en estos veinte años, desea ayudar a su hijo, motivándolo a estudiar, contra los fulgores de una vida fácil pero ilusa.

Ya nadie lee, pero Johnny lee.

Ya nadie cumple su palabra, pero Johnny lo hace.

En este Chile encandilado de modernidad, se haya un Johnny incómodo, pero también más culto y sereno. Un Johnny que se transforma en el antihéroe redimido que, al igual que en los metrajes hollywoodenses, es llevado a la violencia para salvar a los suyos, su familia, hasta Bárbara, amenazados por los “malos”, en medio de un país que ha cambiado demasiado rápido, pero donde, más allá de la hipocresía, se encuentran las mismas injusticias y desigualdades de siempre.

El filme del realizador Gustavo Graef Marino todavía puede apreciarse en salas como la Cineteca Nacional de Chile.

 

Tráiler: