«Justicia implacable», de Pierre Morel: Una alegoría de la «guardiana»

El largometraje en sí se basa en la mirada unilateral del vigilante: todo lo que pasa es alrededor de la protagonista (Jennifer Garner), quien tampoco tiene una estructura familiar o emotiva cercana, salvo una niña. Lo suyo es el desarraigo y desde allí la liberación. Las armas son el instrumento de esa justicia redentora que el sistema no da, pero que sus acciones, en cambio, otorgan. La dirección acentúa esa visión lúgubre de la historia que se centra en la protagonista, y a la cual acompañan una potente y vibrante fotografía y banda sonora.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 28.10.2018

Sufrida como ninguna, Riley (Jennifer Garner, ex agente doble Sydney Bristow en Alias) se despliega minuto tras minuto como una madre vengativa que contempla el acribillamiento de su hija y esposo por una banda de narcotraficantes. En un registro que recuerda a Duro de matar, las habilidades oscuras de la protagonista explotan desde que es desacreditada por la justicia como simplemente por alguien que toma demasiados medicamentos para la ansiedad. Su posterior internación en un centro de rehabilitación es el inicio de su fuga, y de la justicia por sus propias manos. Por ello en inglés la película se llama Peppermint y añade como lema: “the system failed. She won’ nt”. El caramelo de menta (peppermint) se usa para asentar el estómago, y nada como una madre que busca justicia. En los registros del western como lo argumentó un connotado comentarista, la trama del justiciero solitario tiene lugar en la ciudad y sus recovecos. También en las periferias, en el Estados Unidos pobre y paupérrimo de los indigentes, donde naturalmente éste o ella se esconde.

Esta es también la alegoría del vigilante. Del brazo de la ley que, reconocido o no, vaga por las calles para castigar o suprimir al delincuente. No es la visión edulcorada del Batman de hace algunos años, que no tocaba a los malvados, sino la actual en que, si es necesario, ejecuta de vez en cuando y a sangre fría. Aquí no hay excepciones, el policía, el juez, los narcos, caen todos en una escalada. La arista particular en este largometraje es la desconfianza en la justicia y en los organismos policiales mostrados como corruptos. Es una obra que, hablando del estereotipo de la banda de narcotraficantes mexicanos, más habla de sí mismo, es decir del Estados Unidos actual, donde cómplices y facilitadores, ocupan el mismo lugar que el narco importado. En esto se aparta notablemente del relato estándar de la confianza hacia la justicia del país del norte, y lo coloca al mismo nivel que el resto del continente.

Frente a este panorama no hay mucho qué decir. El vigilante hace su labor aún pese a la policía, que se muestra inepta o reactiva. En este caso nuestra “heroína” recibe golpes por doquier y tiene un arsenal de medicamentos y drogas para ponerse de pie. También es una maquina asesina, perfecta, aceitada, con gran conocimiento técnico de las armas. Y, sobre todo, voluntad, voluntad de hierro para imponer la reparación que persigue: la eliminación de la banda.

Nuestra protagonista no distingue bien entre la realidad y la imaginación, y por tanto su cruzada contra los delincuentes tiene mucho de remordimiento y de recuerdo. Su realización es la matanza generalizada, que no podrán hacer los agentes de la policía y su signo visible es un código típicamente narco, que es colgar a los asesinos directos desde postes, para iniciar el ciclo.

La película es pues la mirada unilateral del vigilante. Todo lo que pasa es alrededor de ella, la cual tampoco tiene una estructura familiar o emotiva cercana, salvo una niña. Lo suyo es el desarraigo y desde allí la liberación. Las armas son el instrumento de esa justicia redentora que el sistema no da, pero ella sí. La dirección de Pierre Morel acentúa esa unilateralidad de la historia que se centra en la protagonista, y a la cual acompaña una potente y vibrante fotografía y música. Pero el resto de los personajes son el coro, sin mayor injerencia en la trama, la cual ni siquiera equilibra al villano en su condición de tal. Los demás intentan comprender o escandalizarse, y donde los medios no aportan nada. (Toda lectura subyacente sobre porque gana Trump o Bolsonaro es reflexión de cada cual).

Pero dado que es una vigilante, este ciclo no es destructivo sino redentor. Las armas conseguidas en la tienda del lugar restablecen el equilibrio con la justicia, no la destruyen. Al fin y al cabo, después de tanto asesinato y balacera (destaca la escena de la tortura del juez corrupto), su captura sería liberadora porque acontece al tiempo que ha consumado la misión. Pero no lo es, porque nuevamente escapa, y dada que su vocación está ya perfilada, volverá, en otra secuela a demostrar que no está libre porque sí, sino para limpiar a los malos de las calles, sin piedad, sin remordimiento, pero con igual sufrimiento que Mel Gibson en cada una de sus misiones. Sin duda, aunque rescata los códigos del western, su lectura está dentro del ciclo de los populismos y de la pérdida de confianza en los propios Estados Unidos como nación faro del resto, mostrándose como una más.

 

Justicia implacable (Peppermint). Dirige: Pierre Morel. Elenco: Jennifer Garner, Cailey Fleming, Juan Pablo Raba, Richar Cabral y Pell James. Duración: 1 hora y 42 minutos.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

 

La actriz Jennifer Garner en el filme «Justicia implacable» (2018)

 

 

 

 

Tráiler: