La batalla de Abtao: La manipulación de cifras es una constante en la historia de Chile

Una pequeña escaramuza naval en el contexto de la conflagración que enfrentó a nuestro país y a Perú en contra de España en 1865 y 1866 —y que trajo como consecuencia final el bombardeo al puerto de Valparaíso, en marzo de ese último año— fue celebrada como una victoria por el bando nacional y limeño, principalmente por el desconocimiento y confusión de éstos, respecto al número de cañones de artillería con que contaban los buques europeos.

Por Rodrigo Barra Villalón

Publicado el 18.6.2020

No es nuevo eso de manipular cifras… El combate de Abtao tuvo lugar el 7 de febrero de 1866 en la Isla Huapi Abtao, parte del archipiélago de Calbuco, aguas del canal de Chayahué, en Chiloé. Fue entre una escuadra española formada por las fragatas de hélice Villa de Madrid y Blanca y la flota aliada chileno-peruana compuesta por la fragata de hélice Apurímac; las corbetas Unión y América; la goleta Covadonga (que había sido capturada en Papudo) y los vapores de hélice Lautaro y Antonio Varas.

La acción se redujo a un cañoneo a gran distancia sin resultados concluyentes, en el que no llegaron a tomar parte activa las dos fragatas.

Dentro del contexto de la Guerra Hispano-Sudamericana y tras el triunfo de la revolución en Perú que depuso al presidente Juan Antonio Pezet, el nuevo jefe de gobierno, general Mariano Ignacio Prado, dispuso el envío de la escuadra peruana al sur de Chile, país con quien se había firmado una alianza militar contra España, a la que luego se sumarían Ecuador y Bolivia. Así es, combatimos juntos al enemigo común previo a la Guerra del Salitre, algo más de una década más tarde.

El capitán de navío chileno Juan Williams Rebolledo, jefe de la escuadra aliada, había organizado el Apostadero Naval de Abtao en Chiloé, en dos ensenadas colindantes a la isla del mismo nombre, ubicada en la ribera norte del canal de Chacao. Montando una maestranza bajo la supervisión del constructor naval francés Juan Duprat. La fuerza a su mando se componía de la corbeta Esmeralda, la goleta Covadonga y el vapor Maipú. Posteriormente se uniría a la escuadra chilena el Lautaro adquirido a la Marina de Guerra del Perú (donde llevaba el nombre de Lerzundi).

El 24 de diciembre de 1865 se reunieron en la isla San Félix las viejas fragatas peruanas Apurímac y Amazonas y el vapor chileno Antonio Varas, que se encontraba cargado de carbón para las naves peruanas. Entre los hombres que se dirigían hacia Chiloé se encontraba Leoncio Prado Gutiérrez, hijo del Jefe Supremo del Perú, que servía como guardiamarina en la Apurímac.

El 10 de enero los buques peruanos arribaron a Chiloé donde tomaron contacto con la Esmeralda. A la flota aliada estacionada entonces en Abtao se sumarían luego las modernas corbetas Unión y América permaneciendo aún a la espera del arribo de los nuevos blindados peruanos Huáscar e Independencia con los cuales se planeaba iniciar operaciones ofensivas contra la escuadra española. Para mala suerte de los aliados, el 15 de enero de 1866 la Amazonas varó en la parte sur de la isla Abtao sin que pudiera ser reflotada pese a los esfuerzos realizados, de modo que, perdida la nave, sus cañones fueron utilizados en el resto de buques y también para artillar las entradas al canal de Chayahué.

El 18 de enero, en cumplimiento de las instrucciones dadas por el Ministerio de Marina, Williams Rebolledo ordenó al vapor Maipú se dirigiera al sur con la finalidad de contactar con la Covadonga (que se encontraba de comisión) o en caso contrario, seguir hasta el cabo de Hornos para apresar dos vapores españoles de los cuales se tenían noticias sobre su próximo paso por el lugar. Según el testimonio del teniente Arturo Prat, miembro de la tripulación de la Covadonga, este buque se reintegró en la escuadra aliada en Abtao sin tener noticias de estos hechos.

El 5 de febrero explotó la caldera del Lautaro, dejándolo inutilizado, provocando la muerte de siete hombres e hiriendo a otros once. Por este motivo, el Lautaro fue varado cerca de la playa y no pudo intervenir activamente en la acción; quedando en el sur de la línea de combate aliada. Por otra parte, el Antonio Varas fue llevado al norte de la línea de combate. Sobre este último buque, algunos autores señalan al también vapor Maipú como parte de la escuadra aliada durante el combate. Sobre la presencia de esta nave en Abtao, en una carta del ya citado Arturo Prat, se puede leer:

—Salieron bien escarmentados. Hace dos días que andan rondando, pero no se han atrevido a entrar otra vez. La ausencia de la Esmeralda este día bien se pudo avaluar en una o dos fragatas, por la gran falta que hacía su jefe, y si hubiera estado cuando esos buques se metieron en la ensenada. El Maipú tampoco estuvo aquí, e hizo una gran falta porque con sus poderosos cañones nos habría auxiliado. Se encontraba por Magallanes donde fue a buscarnos.

 

La fuerza española enviada a Chiloé se encontraba al mando del comandante Alvar González y estaba compuesta por dos fragatas de hélice, la Villa de Madrid y la Blanca. La primera montaba 44 cañones y la segunda 39, lo que arroja un total de 83 piezas de artillería.

En las primeras horas del 7 de febrero, los vigías aliados anunciaron la presencia de un buque que luego fue identificado como una de las fragatas españolas, que de manera precavida reconocía la zona en que se encontraban las otras naves, las cuales formaron una línea en forma de herradura cubriendo con sus cañones los dos accesos a la ensenada. A las 15:30 de la tarde, la fragata Apurímac, donde el capitán Villar había enarbolado su insignia, rompió el fuego contra las fragatas españolas, iniciándose de esta manera un combate que se prolongó por aproximadamente dos horas, intercambiándose los disparos a una distancia promedio de mil 500 metros, aunque hubo un momento en que la Covadonga se aproximó a unos 600 metros de la Blanca, para cañonearla, puesto que se la creía varada sobre el istmo de la isla Abtao.

Se hicieron en conjunto unos 2 mil disparos, sin que ninguna de ambas fuerzas recibiera daños considerables. Las fragatas españolas no se animaron a acercarse por temor a resultar varadas en una zona que desconocían, mientras que las naves aliadas –dada su inferioridad material– se mantuvieron al amparo del canal. Las bajas españolas fueron de seis heridos y tres contusos. En la escuadra aliada los historiadores discrepan sobre el número de bajas. Las cifras de muertos oscilan entre dos y doce y los heridos entre uno y veinte. Al caer la tarde, las fragatas españolas cesaron el fuego y salieron de la boca de la ensenada. Manteniéndose a poca máquina, los buques esperaron toda la noche algún movimiento de la escuadra aliada, realizando algún disparo, pero sin obtener respuesta. Al amanecer las fragatas volvieron a la entrada de la rada y permanecieron allí hasta las 9 de la mañana.

Al ver que los barcos chileno–peruanos no se movían, decidieron regresar a Valparaíso para reunirse con el resto de la escuadra española. La escuadra aliada, sin embargo, no se encontraba en muy buena situación: al inutilizado Lautaro, había que añadir que la Apurímac se encontraba con sus máquinas en reparaciones, lo que la impedía moverse. La historiografía aliada considera el combate de Abtao como una victoria estratégica por considerar que las fragatas españolas se retiraron sin cumplir su misión. Aun así, los historiadores peruanos conceden mayor importancia al combate que sus colegas chilenos y se muestran más críticos con la ausencia de Williams Rebolledo.

José Valdizán en su libro Historia Naval del Perú comenta la respuesta de Villar a la felicitación que le envió Williams Rebolledo, respuesta del marino peruano que no se hizo esperar mucho desde que, en su fuero interno, no debió quedar muy satisfecho por la insólita ausencia de Williams Rebolledo en tan importante ocasión. Villar —con intención que a nadie escapó— le contestó de esta manera:

—Agradezco a V.S. los aplausos que se digna hacer a la Escuadra Peruana que está a mis órdenes, y espero que en la primera oportunidad comparta V.S. y el equipaje del buque a su mando, de las glorias que está llamada a obtener la Escuadra combinada de Chile y el Perú.

 

Rubén Vargas Ugarte, historiador peruano, al analizar los resultados del combate concluye:

—Unos y otros, pues, se atribuyeron el triunfo; en realidad hay que aceptar que unos y otros cumplieron su deber; la escuadra aliada […] no se hallaba en condiciones de enfrentarse a las naves españolas en mar abierto por el mal estado de sus máquinas, y, a su vez, las naves españolas no podían forzar la entrada de la bahía de Abtao, pues, como lo dice el mismo Álvar González (sic), esta operación habría sido funesta; se limitaron, por tanto, a hacer un despliegue de fuerza, al cual contestó con energía la escuadra aliada.

 

Y en palabras del escritor chileno Benjamín Subercaseaux en su libro Tierra de océano (la epopeya marítima de un pueblo terrestre):

En esas condiciones se llevó a efecto el Combate de Abtao, que tanto celebran algunos de nuestros historiadores. La manía patriotera hace que la gente ya no sepa dónde residen los verdaderos méritos y dónde las tonterías, con la consiguiente desorientación para evitar las últimas y copiar los primeros; obra esta que no me parece muy patriótica… En este combate, en verdad, nadie perdió ni nadie ganó.

 

La prensa española de la época ridiculizó la actuación de la flota chileno–peruana calificando de cobarde la postura defensiva que sostuvo.

Por su parte, el gobierno peruano mandó acuñar una medalla conmemorativa a la que tendrían derecho todos los tripulantes de la escuadra aliada, en cuyo anverso se podía leer: «A los vencedores de Abtao» y en su reverso: «7 de febrero, 57 cañones contra 92». La manipulación de las cifras, que además ignoraba de forma parcial la heterogeneidad de calibres, se repetiría al volver a acuñarse medallas, esta vez con el número de cañones presentes en el combate del Callao…. y así sucesivamente.

 

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Rodrigo Barra Villalón nació en Magallanes, zona austral de Chile, en 1965. Cirujano dentista titulado en la Universidad de Chile, ejerció durante algunos años para luego dedicarse a la actividad empresarial en un ámbito del que recién se comenzaba a hablar: Internet. La literatura siempre fue una pasión, pero se mantuvo inactiva por razones de fuerza mayor. Hasta que en 2018, alejado ya de temas comerciales, tomó la decisión de convertirla en un imperativo.

Durante ese año sometió su escritura al escrutinio de diversos editores, talleres y cursos: lanzó su primer libro de cuentos y de crónicas políticas del período de la dictadura (1973-1991), Algo habrán hecho (Zuramerica, 2019), el cual obtuvo una positiva reacción por parte de la crítica especializada y del público lector.

Luego vendría Fabulario (Zuramerica, 2019), una colección de 37 narraciones de ficción alegóricas y se encuentra trabajando en su primera novela: Un delicioso jardín. Es socio activo de Letras de Chile.

Asimismo es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Medalla por Abtao

 

 

Reverso de la medalla por Abtao

 

 

Rodrigo Barra Villalón

 

 

Imagen destacada: El bombardeo de Valparaíso, óleo de William Gibbons (1870).