La casa quemada: La tragedia literaria de Hernán Ortega en Olmué

El sábado 8 de febrero de este año, la casa y biblioteca del escritor maulino nacido en Cauquenes, y asentado hace años en la Quinta Región del país fue víctima —mientras se encontraba junto a su ex esposa, en las horas del descanso— de un devastador incendio que arrasó con todas sus pertenencias, pero menos con sus ganas de vivir, de asombrarse y de seguir coleccionando libros y amores. [Nota de la Redacción]

Por Hernán Ortega Parada

Publicado el 28.8.2020

Nada más lejos de mi ánimo mostrar orbi et orbi esta imagen dantesca del incendio que consumió mi hogar el sábado 8 de febrero de 2020, a las 22:00 horas, aquí en Olmué.

Historia personal: nací en 1932 (Cauquenes) y en 1986 inicié la construcción material de algo que representaba la posibilidad de ver nacer lo que podría ser mi hogar futuro.  Ya tenía una escritura de Héctor Parada (Q.E.P.D.), un tío que representaba al hombre fuerte, sano, soñador, seguidor de Nicanor Parra (poeta como él, por supuesto) y que me quería a su lado como un hijo mas. Conversábamos mucho en un galería vidriada de su casa vecina, de sus aventuras en los cerros de Til Til cuando joven, y cómo, después, trabajando él en dos instituciones porteñas me educó cuando niño en Quilpué. Eso no lo he olvidado nunca.

¡Cómo olvidar su figura montada a caballo cuando salíamos a recorrer el pueblo!

Él se fue y mi futuro hogar fue levantado con el esfuerzo de gente modesta pero seria y entusiasmada. Yo trabajaba en Santiago en una empresa, de lunes a sábado hasta mediodía, y en las noches daba todo mi tiempo para lo que llamamos —y se me hizo importante— la cultura literaria. A las 14 horas embarcaba en un Golondrina para ayudar y laborar personalmente en la construcción de mi “pirámide”.

Hice dibujos previos de la obra, la imaginé y se avanzó conforme a lo que daban mis manos y mis instrucciones. En principio era una simple casa A. De Santiago traje ocho vigas de 5 x 6 pulgadas y de 5 metros de largo, para elevar dos pisos sobre la obra gruesa. Mi hijo Pablo reapareció después de haberlo perdido por muchos años y él me ayudó a finiquitar la obra. Después hubo cambios, y ampliaciones, hasta enterar más o mmenos unos 170 m2. Las ampliaciones traseras fueron en gran parte de mi costo. En consecuencia, por el año 2000 me volví a casar, y un poco más, todo quedó terminado y yo me acogí a jubilación el 2003, sin presentir que apenas 20 años después mi suerte iba a sufrir un cambio violento.

Durante muchos años ocupé mi casa para recibir a mis amigos escritores y los muros quedaron impregnados del afecto y comprensión que recibí de ellos. Venían de Santiago, de Valparaíso, de Viña, de Quilpué, de Limache; nunca en masa pero sí en variados grupos de hombres y mujeres amigas. Quien sabe de estos peregrinajes dará explicaciones al dios hindú.

Desde los 12 años, creé tres de mis propias obras en verso, dibujos a lápiz y en tinta china. Estaba orgulloso de mi trabajo silencioso. Liceos de Linares, La Serena, Viña y Santiago, para terminar en la mayor pobreza material imaginable de mi familia. Me salvaban mis escritos y mis pensamientos. Estos respaldaban invisiblemente mi sentido de la vida y mi respeto por la mujer pues ya era hombre de diecinueve.

Y en 1952, partí al sur: vino la gran etapa bancaria de crecimiento en Puerto Aysén. Pero en 1954 —vacaciones—, yo estaba visitanto la Sech (calle Huérfanos) y conocí a su secretaria Matilde. Me escribía con el Grupo Los Inútiles, de Rancagua: envié colecciones de cuentos. Escribí en la revista Zig-Zag, pocas veces porque era mucho para mí ser representante provincial. Hice exposiciones fotográficas notables en el Puerto y en Coyhaique (vendía todo). Y en 1960 volví a la capital, con vehículo propio.

Pensaba en mi familia acosada por miserias y en la necesidad de acercarme más a la literatura pero, en efecto, tuve mala suerte y esto ocurrió después de catorce años más sin leer, sin escribir, sin dibujar. Renací en la Biblioteca Nacional y con el Grupo Huelén, con Martín Cerda a la cabeza (notable escritor y maestro). Desde ahí no he parado en mis empeños culturales; como en radio U. de Chile aplicando mis esfuerzos de crecimiento. Con Paz Molina, Jorge Calvo y Ramón Camaño (Q.E.P.D.), formamos un equipo humano envidiable que interesó hasta a los grandes escritores de Chile; allí se agregó mi entrañable amigo Edmundo Moure para enterar una labor inconmensurabe. Debo decir que cuando se acabó Huelén, Ramoncito no quiso escribir más y se  perdió en la oscuridad.

Desde 2003 no paré de estudiar en mi biblioteca que sumaba más y más volúmenes. He publicado sobre una veintena de libros y han quedado tres o cuatro obras inéditas, entre ellas dos novelas. Pero un libro de narraciones está por publicarse en Aysén.

Radicado en Olmué, me interesaba pagar una deuda de corazón con la Región de Aysén. Yo había guardado una evidiable colección de revistas y libros difíciles de encontrar en ésa: tuve una carta inédita de 1918, del héroe de la Guerra de Chile Chico, José Antolín Silva Ormeño, y entregué (menos mal) al escritor  José Mansilla —hoy académico— una libreta con los sueños de dicho personaje, además una pintura original del poeta Eusebio Ibar, que es una joya (estos elementos él los resguarda).

Incluí en la remesa un proyecto original para recordar a Hans Steffen, en la confluencia del Mañihuales. Me puse en contacto (enero 2020) con el señor Osvaldo Saldivia, director del Museo de Coyhaique. Me vino a visitar y le mostré las tres cajas de cartón llenas de libros, fotografías, documentos y manuscritos ayseninos. Estuvo de acuerdo en que se trataba de una donación importante. En la Notaría de Olmué  certifiqué la materia de la donación. Y el sábado 8 de febrero de 2020 yo tenía en la mañana todo listo y sellado para despachar el lunes. Me sentía orgulloso de que toda esa donación fuera a parar a las vitrinas de aquella importante entidad. Además, soy miembro de Sociedad de Historia y Geografía de Coyhaique, que dirige la talentosa Anahí Huechán. Ella está preocupada de mi suerte y le debo mucho.

Entre los libros y colecciones de revistas de mi pertenencia: el precioso Quijote ilustrado (2 tomos), las obras de Encina, colección argentina de poesía oriental; 25 primeros tomos empastados de la revista Hoy; cinco tomos completos de la revista Mundial; 20 tomos de Magazine Littéraire (10 revistas en francés, cada uno); dos tomos 28 x 35, también encuadernados, de la revista La Ilustración Artística (Barcelona, 1899); una valiosa colección de estampillas chilenas donde había varios “Colón” primerizos (colección terminada m/m en 1980); una colección de cien postales chilenas, desde 1890. Obras completas de Benjamín Subercaseaux  (algunas firmadas) más una copia exacta de la novela–confesión inédita del mismo autor, cedida por su hijo del mismo nombre. Y, por qué no decirlo, una colección de obras literarias que reemplazaban con creces a mi cerebro. Novelas, ensayos, cuentos. Tres mil libros. Una escritora chilena tomó unos cuentos míos para cerrar su memoria de tesis. Todo, amigos, perdido sin que se pudiera salvar un solo papel.

Yo he escrito sobre el destino de tantas bibliotecas importantes. La mía quizás no lo fue. Sólo un sentimiento. Mis libros editados, editados están.

Esa noche de febrero parecía diferente. Un gato volcó una lámpara en el segundo piso —cuando no había nadie— y se prendieron los cortinajes.

No derramé ni una sola lágrima teniendo enfrente la tragedia. Quedé apenado, por supuesto, con la memoria carbonizada igual que esos restos. También las pisadas de una esposa desaparecieron  para siempre.

 

Incendio de la casa de Hernán Ortega Parada en febrero de este año

 

 

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Hernán Ortega Parada (1932) es un escritor chileno, autor de una extensa serie de poesías, cuentos, notas y ensayos literarios.

 

Hernán Ortega Parada

 

 

Crédito de la imagen destacada: Hernán Ortega Parada.