La experiencia misma del amar: El cine del español Jonás Trueba

El permitirse como director desarrollar escenas que transcurren a lo largo de tres canciones tocadas de lleno, interpretadas en vivo, dentro de un bar, muestran la luz de sus largometrajes: esa fluidez que da el agua, colmadas de sentimientos e instantes preciados y subjetivos al interior de la realidad de lo diario, de lugares que se sienten, de esos casi imperceptibles acercamientos a pequeños gestos, sonrisas, miradas.

Por Alejandra Coz Rosenfeld 

Publicado el 3.4.2018

La mirada romántica del cine de Jonás Trueba (Madrid, España, 1981) se ve reflejada en el ritmo de su puesta en escena, las apacibles y hermosas tomas, la profundidad de la música tan bien escogida, para que abrace cada sentir de sus cuidados personajes, que son mostrados en la totalidad de su humanidad.

El paso ligero y tibio de sus películas, pausado a veces, como la respiración, respeta cada instante, dando espacio a la emocionalidad, a lo efímero y eterno, sabiendo que puede ser sólo un instante. La sensibilidad cinematográfica se agradece, porque conecta con lo íntimo, con lo que no se dice, con lo que se piensa en silencio y abre un canal hacia la emocionalidad, dando un respiro y siempre una posibilidad.

La atmósfera humana y real, escapa de la acción y la inmediatez. Su poética no da brincos, sino más bien une, tanto en la música, como en los paisajes, los diálogos y en ese fluir romántico que nos relata en la trivialidad.

Sus temas son la vida misma que nos deja con ese gustillo a nostalgia, a un pasado al cual todos quisiéramos de alguna manera volver.

Habla del dejar atrás, de aprender soltar y de volver a confiar. Habla de los intentos, de las distintas formas del amor, de los profundos procesos que se viven dentro, como pareja, como individuo, como amigo, como un colectivo. Lo cotidiano, las pequeñas lealtades, el devenir en la experiencia misma del amar.

Trueba es un romántico de pies a cabeza, detallista y poeta, que sabe muy bien cómo entrelazar las historias sin apuro. Sabe transmitir aquello indescifrable porque lo siente desde la médula, porque ser romántico es una forma de vida de la que es imposible escapar.

La cadencia fílmica, al son de la música, con las escenas de lo habitual y simple de la vida, con el caer de las hojas, el viento en el pelo, los besos furtivos, estados emocionales, lo real, lo que se ha vivido, unos desde la distancia de no atreverse a entrar en las profundidades de los sentires; otros como nosotros, los exiliados románticos, que aún pululan y atesoran recuerdos y releen cartas. Esos, los románticos tan bien descritos en cada nombre, título y guión de Jonás Trueba.

Oda al amor efímero, canción central de la película Los exiliados románticos (2015), materializa con todas sus letras, las sutilezas suaves, las tomas apacibles y las tantas realidades y caras que pueden existir dentro de las relaciones de pareja. Los pequeños duelos, las dudas, el olvido, el miedo, la transformación. Cada uno con el reflejo preciso de cada emoción.

La reconquista (2016), con parte de la banda sonora de Rafael Berríos, cuida cada palabra para cada escena y para cada gesto. Arcadia en Flor fue hecha a la medida. Toda la música de Berrios marca el tempo del filme poéticamente.

Los prisioneros de la eterna ceremonia / donde amé y a veces fui amado/ somos siempre principiantes. (Somos siempre principiantes)

El permitirse como director desarrollar escenas que transcurren a lo largo de tres canciones tocadas de lleno, interpretadas en vivo, dentro de un bar, muestran la luz de sus películas; esa fluidez que da el agua, colmadas de sentimientos e instantes preciados y subjetivos dentro de la realidad de lo diario, de lugares que se sienten, de esos casi imperceptibles acercamientos a pequeños gestos, sonrisas, miradas.

Gran descripción de la idiosincrasia europea, tan distinta a la americana, donde la calle forma parte fundamental de la cultura, los bares, los espacios públicos. La total libertad de afectos, que muestran en cierta medida, la mentalidad colectiva de una generación que no quisiera perder lo fugaz y detonante de cada relación, y la finalmente honestidad tan difícil de llevar por miedo, miedo que muchas veces solo estanca.

La reconquista nos sucede. Con el arquetipo poderoso del primer amor; el cual es atesorado, guardado dentro de algún cajón, perfectamente seleccionado y cobijado. Esos recuerdos, nosotros los románticos, lo almacenamos como un gran eslabón de lo que hemos llegado a ser a través de los encuentros, que muchas veces nos anclan.

Todas las canciones hablan de mí (2010): La disyuntiva entre lo que debo y quiero y necesito hacer para crecer.

Evolucionar constituye una infidelidad”.

Duele soltar, duele herir y ser herido, cuesta mostrarse vulnerable, y Trueba sabe hacerlo. Él sabe transmitir la humanidad dentro de nosotros mismos.

Esas vueltas de tuerca rodada, donde no quisiéramos entrar y estamos ahí mismo, girando y girando, repitiendo, sin muchas veces lograr salir y por consiguiente aprender.

La visión de Jonás Trueba cobija, da sustento y abrigo en esos momentos de creída oscuridad. Su cine es esperanzador.

 

El realizador español Jonás Trueba (originalmente llamado Jonás Rodríguez Huete)

 

 

Un fotograma de «Los exiliados románticos» (2015): Vito Sanz espera con una carta de amor en la mano, y escrita en francés, a Vahina Giocante (quien se observa atrás, de rojo, fuera de foco), en el Jardín de Luxemburgo de París

 

 

Tráiler 1:

 

Tráiler 2:

 

 

Crédito de la fotografía a Jonás Trueba: Farrucini.es

Imagen destacada: Un fotomontaje del filme «Todas las canciones hablan de mí» (2010), la ópera prima del director Jonás Trueba