«La hora de la estrella», de Clarice Lispector: Una inocencia herida que cumple 100 años

En la última novela que la narradora brasileña escribió —y publicada en 1977—, su voz destiló materiales biográficos (como la visita a una adivina, y su propia observación de los emigrados a Río de Janeiro) para cursar la historia de “una miseria anónima”, a través de su protagonista, la joven Macabea.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 2.10.2020

Aunque no está exactamente clara la fecha en la que Clarice nació, el año en el que muchos concuerdan es 1920. Ese año habría nacido la gestora de uno de los proyectos narrativos más singulares de la literatura contemporánea. Su linaje judío es el que la condujo hacia Brasil, pues los pogromos antisemitas en Europa eran constantes. Así, desde Ucrania, viajó con su familia, como un bebé, hasta este lado del mundo.

La hora de la estrella es la última novela que Clarice escribió. En ella destiló materiales de su vida (como la visita a una adivina, así como su propia observación de norestinos emigrados a Río de Janeiro) para cursar la historia de “una miseria anónima”, a través de su protagonista, Macabea.

En un juego de cajas chinas, o de abismos existenciales y creativos, la novela es introducida por quien será el creador del relato: “Yo, Rodrigo S. M.” Él inmediatamente nos explica su proyecto escritural: “[N]o quiero ser modernista e inventar modismos por pura originalidad. Así que experimentaré, contra mis costumbres, una narración con principio, medio y ‘gran finale’ seguido de silencio y de lluvia que cae”.

El gestor es acompañado de música y de un permanente cuestionamiento de la clase burguesa, sus usos y costumbres. Por eso hay música, el soundtrack escogido para la ocasión y, como detalle de personaje, un constante dolor de muelas en Macabea, así la perfila su creador.

Este es un creador que causaría escándalo en un taller literario; su manuscrito sería una burla para los editores que lo recibieran, solo para rechazarlo tras leer unas pocas páginas: “La persona de la que voy a hablar es tan tonta que a veces sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni la miran”.

Posicionarse a través de un personaje de esta naturaleza no es tarea fácil; conseguir la inmersión, que es seria, requiere de un trabajo de identificación imposible: “Ahora no hay comodidad: para hablar de la muchacha tengo que dejar de afeitarme varios días y adquirir ojeras oscuras durmiendo poco, sólo dormitar de puro agotamiento, soy un obrero”.

El título es un juego, también serio, con nuestro lugar y paso por este mundo. Macabea, su protagonista, goza con las películas. Ella quiere ser estrella de cine: quiere ser Marylin. El estrellato cinemático es imagen especular de nuestra propia hora, porque: “en la hora de la muerte uno se vuelve como una brillante estrella de cine, es el instante de gloria de cada uno y se parece al momento en que en el canto coral se oyen agudos sibilantes”.

La hora de la estrella es el escenario para la improbable protagonista: “Sí, estoy apasionado por Macabea, mi querida Maca, apasionado por su fealdad y su anonimato total, pues ella no existe para nadie. Apasionado por sus pulmones frágiles, la delgaducha. Yo quisiera que ella abriese la boca para decir: —Estoy sola en el mundo y no creo en nadie, todos mienten, a veces hasta en la hora del amor, yo no veo que una persona hable con otra, la verdad sólo me llega cuando estoy sola”.

Pero Macabea (la etimología de su nombre nos lleva a la tradición hebrea, y a su paradójico significado en el caso de la protagonista: “martillo”) no puede decir nada de eso. Ella es parca en palabras, “no tenía conciencia de sí y no reclamaba nada, incluso pensaba que era feliz”.

El martillo que percute Macabea resuena en nosotros, como lectores, pues atestiguamos el destino de esa historia en particular, la de “una inocencia herida”. Como se torna obvio, este destino no es sino una muestra de un universo mucho más insondable, un lienzo que la estrategia de Clarice plasma a través de su propia creación —Rodrigo S. M.— quien, a su vez, hilvana su propio tejido narrativo, su propio imaginario. Y así hasta un embrión imposible de rastrear.

Esta breve novela es una posibilidad de entrar o repasar el enorme y único legado de Clarice, una voz tan peculiar, es un lujo tener acceso a sus obras, en el presente caso, traducida hermosamente por Ana Poljak.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerposRéplicasNuestros desechosNo me ignoresCardumenSi ellos vieranConcepcionesSinestesia, y Dame pan y llámame perro; y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

La traducción de Ana Poljak, publicada por la Editorial Siruela en 1989

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Clarice Lispector (1920 – 1977).Ce