«La jauría»: En ese Chile «irreal» de la productora Fábula

Un policial «pituco», nacido y creado desde ese país «liberal y tradicional» al mismo tiempo, propio del colegio colindante con los predios de «El Mercurio», y el cual en este crítico escenario actual, equivale a una mala pieza de arte abstracto: así puede ser definida la serie de streaming que, pese a su flojo guión —comparable en parte a las alucinaciones oníricas del filme «Ema»— analiza, sin embargo, una variante del acoso sexual masculino, que en su esencia dramática, no deja de ser motivo de polémica tanto ética como literaria.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 27.7.2020

La última vez que puse mi pluma sobre esta saga, me dejé llevar por las maravillas de su aura policíaca, así como en el recuerdo del maestro Sabato y su búsqueda del “Quijote de los Detectives”. Papel que como recuerdan, fue envestido en la figura de la joven Celeste, a causa de su desplante en la búsqueda de su hermana.

Pero en aquella ocasión también hice alusión a ciertos subtemas que funcionarían de complemento para el desarrollo del cuadro, sus claras referencias al acoso y a la llamada “masculinidad tóxica”, así como a las protestas del Feminismo (especialmente cuando depredadores como Martín Pradenas son enviados a casa, pese a tener en su haber cinco presuntas violaciones, una de ellas terminada en muerte).

Por supuesto, a pesar de los aciertos de esta franquicia, su propuesta no quedaría exenta de críticas, dividiendo los comentarios entre quienes ven en esta saga como el reflejo de un problema social, y quienes la ven como un mero delirio que busca lucrar con el movimiento. Pero luego entraremos en estos detalles.

En esta ocasión, vamos a profundizar en esos pequeños espacios dedicados a denunciar el acoso sexual por parte de ciertos docentes. Cuadro que quizás, no sea una pieza de Almodóvar, pero que reúne lo suficiente para cumplir su cometido.

Como tal, esta historia nos introduce a la búsqueda de Blanca, una joven estudiante que lidera una protesta contra su colegio por encubrir los casos de abuso de uno de sus docentes. Hecho que propiamente, se aboga en la imposibilidad de exponer al docente sin tener pruebas en mano.

De este conflicto deriva una tangente interesante, ya que si bien, una denuncia de acoso sin bases puede recaer en una contrademanda por injurias, también es cierto, que el colegio tampoco podía ser indiferente ante las denuncias de las muchachas, y como establecen los protocolos de sus respectivos MCEs (manuales de convivencia escolar), tal profesor, mínimo debió irse del colegio mientras dura la investigación.

Pero obviando el hecho de que sin esa postura no hay historia, una pequeña línea entre las detectives nos insinúa que estas prácticas serían propias de un colegio “de monjas”, que según muchos otros artistas, suelen ser representados como grupos que priorizan las apariencias, haciendo un paralelo con los casos de abuso en la iglesia que han quedado impunes. Esto, retroactivamente, justificaría el descontento de sus estudiantes y llamaría la atención tanto a profesores como a directivos que ven el programa.

Por otro lado, revisar la construcción de esta premisa me hizo pensar en los comentarios en contra de este relato, que generalmente apuntan a que esta historia debió ejecutarse en una escuela, más inclinada a la comuna de La Pintana en lugar de Las Condes. Pero creo, en mi opinión, tal vez, considerando lo severas que se han vuelto las instituciones en la interacción docente–alumno (sobre todo con los profesores jóvenes o en formación), creo que una premisa basada en el encubrimiento no hubiese sido igual. Es más probable que los apoderados despedazaran al susodicho antes que siquiera empezara la historia…

Cabe agregar que por mucho que hubiera encantado la idea de darle a la trama ese toque “negro” de las policiales más ochenteras (ya saben, barrios bajos como en el que vivo, con la pasta base arruinando vidas y robos a mano armada a la orden del día), estaba claro que nuestra historia pasaría directo al extranjero, y aunque moleste, no iban a mostrar ese lado “no tan turístico”. Ni modo, así funciona el negocio de los Larraín Matte, ¿no?

Sin embargo, más adelante, no es mala idea que Fábula salga de su zona de confort y le dé a su obra ese toque más “sombrío” que caracteriza a una policial.

Pero volviendo al tema de este docente. Un punto interesante de su personaje va en cómo jugaría con el contraste entre la institución que lo ampara y el testimonio de quienes le acusan, resaltando en su figura este dilema de “es mi palabra contra la tuya”, la palabra de un adulto respetado contra la de una “niñita”, volviendo la imagen de este docente cada vez más rastrera, pues desde el inicio la audiencia conoce la verdad.

Es por eso que cuando estas chicas hackean su laptop se siente tan catártico, porque le han arrancado al fin esa máscara, dando el primer paso para que la justicia haga lo suyo… O al menos, así parece. Pues irónicamente nos muestran a una policía más preocupada de dispersar a quienes quieren justicia, amparándose en la ejecución del proceso al criminal. Cualquier parecido con Martín Pradenas es mera coincidencia…

¡Ah! Y hablando del Diablo, resulta hasta gracioso que nuestro depredador favorito y el de esta obra lleguen a parecer hasta un calco, sobretodo con el grupo de rugbistas. Pero esto tampoco sería un secreto, considerando cierto denominador común. Lo que la sociología contemporánea denomina como “masculinidad tóxica”.

 

«La jauría» (2019)

 

Un imaginario equivocado

En general, este término hace alusión a ciertos estereotipos que por generaciones se han repetido para representar lo que significaría ser “hombre”, y si bien, existen nociones como el valor, o la protección, como en el caso de cierto niño estadounidense que se enfrentó a mano limpia con un perro defendiendo a su hermana, también está ese OTRO lado que vemos en el Lobo, en que se ven las relaciones con el sexo opuesto como deporte, la agresividad como la “única” solución a tus problemas, y el clásico infaltable: “los hombres no lloran”, cuando hasta el mismo Jesucristo lloró en la tumba de Lázaro (parece el remate de un mal chiste).

Esta mirada nociva a lo que entendemos como la “hombría”, por otro lado, haría cierto contraste con la figura de Petersen y su entendimiento a la naturaleza (a la que le voy a dedicar su buena reseña). Esta dualidad, a su vez, jugaría con el viejo dilema de Rousseau, la Libertad Civil contra la Libertad Natural, en que los humanos renuncian a ciertos atributos, por llamarlos así, salvajes, y aceptan las regulaciones cívicas estipuladas en este “contrato social”. De esta forma podemos convivir armoniosamente sin destruirnos los unos a los otros.

Sé que la vez pasada dije que justificar al Lobo con esta llamada “ley de la Selva” se siente insípido, más aún con motivaciones de otras obras mucho más interesantes. Ergo, es cierto que desde una mirada cívica su tesis tiene cierto gancho de análisis. Especialmente desde una mirada educacional.

Esta premisa puede apreciarse desde dos ángulos. La comisaria, y la madre de uno de los rugbistas. Una, que corrige en el acto los movimientos de su hijo; y la otra, que se dedicaría a encubrirlo, haciendo que sus movimientos vayan de mal en peor.

Cabe destacar, que nuevamente estos dos nos demostrarían las consecuencias de esta llamada “masculinidad tóxica”, ahondando en cierto dilema que durante la adolescencia no puede ser más común. El expresarse a la persona que te gusta. Pues mientras este rugbista se traga ese clishé del Bad Boy rudo que se jura irresistible, tenemos a este otro chico más sensible que solo quiere que esta niña que ama le haga caso, y que llega a creer que volviéndose un depredador va a conseguir su afecto. ¡Pero qué asombrosa estupidez! Y lo más triste de todo, es que habiendo un buen trabajo de orientación, este conflicto podría no haber ocurrido.

Es por eso que también duele tanto descubrir quién es el Lobo, pues sabiendo que su rol era ser el soporte de estas chicas, resulta una estocada al pecho saber… Porque cuando entras a un colegio, no solo vas a dictar una clase, no solo les enseñas a leer, a escribir, formas un lazo con tus estudiantes. El respeto mutuo y la comunicación no son algo que debe tomarse a la ligera, y que este sujeto se haya reído en la cara de todos, sobre todo en la de las chicas, es para sacarte el corazón.

Puntos extra para un ignoto que tal vez no sea de lo mejor.

Claro, reflexionar estos dilemas no significa invertir los roles como muchos aseveran. Pero sí significa que vayamos dando vuelta en cómo nos hemos desenvuelto a nivel personal. Eso sí, esto no significa explícitamente que empecemos una “deconstrucción masiva”, porque analizándola de una mirada filosófica, sabemos que es un ejercicio personal, y que estos famosos “aliades” no harían más que adoptar patrones que cierto grupo habrá de aprobar.

No obstante, repito, esto no implica que culturalmente nuestra visión hacia el mundo, así como a nuestras relaciones, no pueda cambiar. Así como no implica que no podamos ver cuando nuestras acciones causan daño a los demás. Porque al final, si algo refleja muy bien este relato, es el grado que puede alcanzar el cultivo de actitudes nocivas, que al final del día, no solo destruye a otros, sino que además, a nosotros mismos.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: La jauría (2019).