«Los cristales de la sal»: La deslumbrante primera novela de Cristina Bendek

La ópera prima de la joven escritora colombiana, además de efectuar un novedoso contrapunto entre la urbanización y la ruralidad existentes en la actual postmodernidad del continente latinoamericano, y denunciar que en el asepticismo de sus paraísos turísticos, se encuentran ciudadanos atrapados en la esclavitud económica y política, también relata la historia de la búsqueda de una atormentada identidad femenina: la de su sensible autora.

Por Martín Parra Olave

Publicado el 7.8.2020

La escritora colombiana hace su debut literario con esta novela, ganadora del premio Elisa Mujica, otorgado para libros escritos por mujeres. Verónica Baruq, su narradora, quien hasta hace poco vivía en la inabarcable ciudad de México, decide volver a su natal isla de San Andrés en Colombia. Tanto este retorno como su anterior salida han sido forzadas, pues su éxodo hacia la capital Azteca se produce luego de la perdida de su madre y padre en un accidente automovilístico en una carretera de Bogotá. En cambio, el regreso parece obedecer a un quiebre amoroso, lo que sin embargo, al poco andar de la lectura, no quedará asentada como la única razón posible.

El primer elemento relevante es el contrapunto que se da entre las magnitudes de las ciudades: una, la megapolis mexicana, tan desmesurada y violenta a la vez, que sin embargo, le sirvió de refugio mientras aplacaba el miedo y la soledad que le produjo la muerte de sus progenitores. Además, y a partir de ese mismo hecho, se le declara una diabetes tipo uno, que la transforma en una insulina dependiente para el resto de su vida. “Ciudad de México fue renovadora, aprendí a vivir con mi condición crónica, a tomar mezcal sin que se me disparara la glucosa y a amar a un extraño que me ofreció lo que pudo”, señala en las primeras páginas, dando cuenta del alivio que le otorga la nueva oportunidad que estaba teniendo en aquel espacio.

Sin embargo, lo que al principio fue oxigenante, poco a poco se fue transformando en una suerte de nube tóxica de la cual quería salir. Es por esto que decide volver a su natal San Andrés, una pequeña isla muy visitada por turistas de todo el mundo, enclavada en medio del caribe del océano Pacifico. Su retorno, es también una fuga de lo que estaba viviendo en la ciudad mexicana. No obstante, si al principio, cuando llegó a la ciudad azteca, huía de la soledad, lo que busca en el regreso a la casa familiar es justamente eso, estar aislada y sola.

En medio de esta situación inicia el camino para reconocerse, para reconstruir un pasado que le permita posicionarse en el mundo, “sobre todo por la profunda soledad de no ver mis rasgos en la cara de nadie, de no entender nada”.  Es así como Verónica, en su deambular isleño, va conociendo personas que la ayudan a la identificación de su genealogía, un ejercicio esencial para quien desea saber quién es.

Es por esta causa, que poco a poco se va enterando de los problemas que importan a los isleños: la contaminación producida por el exceso de turistas, las dificultades para la obtención de agua potable, los contratiempos que tienen para enterrar a sus muertos, el problema que genera la basura, el anhelo de independencia de la Colombia continental, los diferendos limítrofes con Nicaragua y los esfuerzos de ciertos grupos, hoy muy minoritarios, por mantener la identidad raizal.

En la novela de la narradora colombiana convergen muy claramente los elementos políticos que dan cuenta de la situación que viven los isleños de San Andrés. A través del uso de la primera persona en la narración, y como excusa de la búsqueda de una identidad personal, se pone de manifiesto la tensión que existe entre un gobierno continental, alejado de las islas, cuyo único interés serían los impuestos que generan los turistas por visitar dichos paraísos terrenales y las verdaderas preocupaciones de los locales.

La explotación de la isla y de sus recursos es una clara muestra de la hegemonía capitalista que, en una sociedad absolutamente mercantilizada, solamente se preocupa de producir. El turismo como negocio nacional o más bien como un negocio del Estado, genera las consecuencias que se leen en la novela de  Bendek: empobrecimiento de las personas nativas, contaminación del medio ambiente isleño, sobrepoblación y destrucción de la cultura local.

La batalla, que tímidamente intentan dar los raizales, da cuenta de lo que sucede en otras partes de Latinoamérica, donde las tierras y los espacios naturales son arrebatados por los intereses de las grandes compañías, que en su constante afán de crecimiento y producción, arrasan con todo.

La lectura de la novela Los cristales de la sal, dividida en doce capítulos, es un aporte, pues no solamente leemos la historia de la búsqueda de una identidad, sino que además, descubrimos como dentro de los paraísos turísticos, se encuentran personas atrapadas en la esclavitud económica y política.

 

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Martín Parra Olave es licenciado en gobierno y gestión pública de la Universidad de Chile y magíster en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

“Los cristales de la sal”, de Cristina Bendek (Editorial Laguna Libros, 2019)

 

 

Martín Parra Olave

 

 

Imagen destacada: Cristina Bendek.