Los poemas de «La nada misma», de Cristián Arregui Berger: Una bofetada cósmica

Este es un libro que resulta necesario rescatar, reeditar, analizar, sobre todo en estos días en los cuales la existencia misma pareciera ser la nada: son versos dedicados a la belleza de estar vivos y para olvidarnos, finalmente, de que lo estamos.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 5.11.2019

“Otra tristeza habita allí donde el tiempo pasa sin motivo alguno/ Donde los pies se arrastran sin motivo alguno/ Donde el hombre busca sin motivo alguno/ Pues nadie nos dijo que lo que buscábamos/ Existía más allá de cómo existe esta tristeza”.
Cristián Arregui Berger

El polvo sobre el polvo, la esfera que gira temerosa, alza el vuelo, desciende y se posa en ninguna parte. Y dentro de la esfera nosotros, él, vosotros, ellos; y el poeta discerniendo sobre el sentido de la Nada, del Todo, de uno mismo. El poeta, transido, cansado, maloliente a veces, dubitativo, férreo, mordaz, hiriente, sagaz, pálido de vivir y de morir al mismo tiempo… y oh, el tiempo, esa cosa que se nos parece y que se divulga y crece siendo Nada. He ahí el drama de la comedia: vivir, vivir que algo queda. Morir, morir, que algo nace. Y Arregui navega en ocasiones por el deslinde de un sueño colectivo: avanzamos hacia el mero hecho de existir y entonces, habituados a no vernos nunca nos consolamos mirando hacia lo alto, pero, ¿es en verdad hacia lo alto que miramos cada día? ¿No nos seduce a diario el pan, la vigilia, la comida, el sueño y otra vez el despertar hacia la nada que nos consume cotidianamente?

En esta vorágine de sentimientos esparcidos como sobre una tela infinita, la eternidad ha creado ese infinito por compasión, para no quedarse sola y perdida en medio de la Nada. Allá, en los confines de un principio que somos y en el que nos movemos, somos y seremos, la idea de Arregui no es la idea conformada por el conformismo común, por que da lo mismo, y porque es lo mismo cada cosa. No pareciera que fuera de ese modo, aunque en ocasiones sus versos supuestamente en entredicho dan la impresión de consolarse con los contrarios. No hay tal. Es apenas un juego serio que nos deja indefensos contemplándonos por dentro. Si, esto somos, ni más ni menos: / ¡Nada soy!/ fue su más fuerte grito /no en la victoria, sino en la derrota/ esa derrota que era la victoria de su nada/ Guerrero de la nada, tuya es la gran valentía/ Toda tu lucha por nada/Todo tu corazón lleno de nadidad/ Nulo en el triunfo y en la derrota…/ («Epopeya de la nada II». Pág. 46-47).

Somos el eco de un canto que no cantamos, pero que paradójicamente nos creó, nos dio forma y contenido, o más bien, se materializó y rodó por los bordes de los ríos, los bosques y las plantas, caminó por caminos inexistentes y construyó huellas que se borraron al mirar hacia atrás. Y el individuo, maravilla de las maravillas, no vio nada detrás y al contemplar hacia adelante vio que nada se alzaba por sí mismo, sino que todo obedecía a una naturaleza que lo excedía, que lo sobre pasaba y que, no obstante, lo hacía caminar extasiado de un paisaje que ya no era suyo, que quizás nunca lo fue o que olvidó que lo fuera: «/Un ave de luz cruza el cielo/ ¿En quién me he reconocido?/  No cantes ya las viejas consignas del militante/ Canta la libertad de los árboles, la voz de las aves/ Canta el canto que cantado Es/ Y nada más». («El canto anonadado». Pág. 89)

La nada se construye, sí, se construye en medio de un universo ajeno, pero, ¿será posible que nada nos pertenezca, ni siquiera ser parte de esa nada que nos atosiga y nos aplasta contra una pared de sombras y de dudas? Si al menos supiéramos mirarnos los unos a los otros para vernos solos y parecidos. Si al menos tuviéramos la entereza de saber que la muerte es cada día y que los segundos no corren en contra, sino que avanzan con nosotros, quizás La Nada que Arregui nos otorga como una bofetada cósmica no sea otra cosa que una llamada de atención, una patada en el trasero para despabilarnos en medio de nuestra comodidad citadina mientras los pueblos se yerguen a lo lejos sembrando y contando los días, las semanas y los meses, hasta que un año cualquiera alguien muere, otro más, y la pregunta retorna con más fuerza, con saña, con fiereza, para quedarse allí, apenas como la pregunta de siempre y de ninguno.

Este no es un libro para decir tan poco de él, o no decir, sencillamente nada. Este es un libro deslumbrante, que nos socava el poco espíritu que nos queda, que nos ataja a la hora en que descendemos a las profundidades del sueño sin saberlo, que nos revierte el sentido del sinsentido acostumbrado. No. No es un libro sobre La Nada Misma. Es un poema a la belleza de estar vivos y ha olvidarnos que lo estamos.  Es una sátira. Lo es. Es una epopeya. Lo es. Es una ascensión a ras de suelo y un culto sobrenatural a lo que naturalmente obviamos: la vida para ser vivida y amada.

Fuera de ello, La nada misma (Beuvedrais Editores & Corriente Alterna, 2007) es una ofrenda que nos desnuda en cada verso. Esta es una apuesta al infinito cuya finitud nos recorre de pies a cabeza desde que gritamos el primero de nuestros días sobre la tierra que abominamos.  Esta es una llamarada que no se consume en el acto de la escritura misma. Y aunque: “Entre una y otra nada transcurre el infinito y no hay ni una sola palabra que nos revele la verdad…”. “O vivamos apoderándonos de la nada y la guardemos en el bolsillo para no mirarla a los ojos…”, aunque el estropicio humano nos saque la lengua y se nos burle en la cara como un error de la creación, a pesar de ello o por ello mismo, la poesía de Cristian Arregui  ni con mucho es nada.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los 80 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«La nada misma» (2007)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Cristián Arregui Berger.