«Los pololos de mi mamá», de Cristóbal Riego: La voz de una generación

Quizás lo más interesante en la novela del autor no tiene tanto que ver con la historia ficticia que se nos narra, sino más bien con el hecho de que su publicación constituye un cambio generacional en la escritura chilena contemporánea: una juventud nacida en democracia, que opta por dejar de lado definitivamente el ya agotado tema de la Dictadura y en donde el discurso milenial -guste o no- pasa de una plataforma virtual y fugaz a un espacio un poco más formal y consistente.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 14.3.2018

Cerraba el año 2017 con la lectura de una crítica despiadada y aparecía la misma pregunta que cada cierto tiempo surge -a esta altura un lugar común- por el rol de la crítica literaria en Chile. Una reseña destructiva me despierta cierto morbo lector que tiene más bien relación con la necesidad de ir contrastando apreciaciones. Sobre todo hoy mientras termino de redactar este texto y leo una nueva crítica en El Mercurio que pareciera apuntar a todo lo contrario de la publicada anteriormente. Esto fue lo que ocurrió precisamente con la novela Los pololos de mi mamá (Hueders, 2017) del joven escritor Cristóbal Riego (Santiago, 1993).

El texto es una narración en primera persona, en tiempo presente, en donde abunda la descripción de aconteceres cotidianos, algunos más irrelevantes que otros, como si las rutinas diarias de una persona, por sí solas, tuvieran alguna relevancia o despertaran algún interés literario en el lector. Aquí es donde la novela se erige como representante de la escritura milenial a nivel nacional. Cito a César Aira en una entrevista realizada El Mercurio el 24 de junio de 2017: “Me maravilla el alto nivel de autoestima de estos jóvenes autores convencidos del interés que tiene el mundo en sus vidas, sus gustos, sus opiniones. Nos cuentan en qué materia les iba mejor en el colegio, a qué hora se levantan a la mañana y qué desayunan. No se limitan a informarnos que Lou Reed les parece mejor que Tom Waitts, sino que especifican qué discos y qué temas los conmueven más, como para que no nos quede ningún detalle ignorado de su sensibilidad o su carácter o sus actividades”.

La generación de Riego empieza a dejar atrás a aquella cuyo tema transversal era la Dictadura (gobierno militar, 1973 -1990), especialmente esa construcción literaria que se establecía desde el punto de vista de la infancia-adolescencia. En Los pololos de mi mamá el protagonista responde a una generación de jóvenes insertos en la globalidad de las redes sociales, en donde la opinión gratuita se defiende como verdad universal y en donde también pareciera ser que los demás debieran adaptarse obligatoriamente a la visión personal del mundo y no al revés: “Le digo que se ve ridícula estudiando con gente tan joven, pololeando y haciéndose amiga de personas 15 años menores que ella” (22), le comenta el protagonista a su madre. En este caso los hijos asumen el papel de inquisidores de las relaciones afectivas de la madre y siempre terminan por tener razón en el momento en que ella opta por dejar a una de sus parejas. Las actitudes anteriores se van naturalizando en la obra porque no cuentan con un contraste -algún personaje que los critique, por ejemplo- y se deduce cierta universalización del hecho de que los hijos deben juzgar, vigilar e intervenir en cada una de las decisiones de sus padres y es esa quizás la mayor deficiencia en la obra de Riego.

En Los pololos de mi mamá el protagonista reparte su tiempo familiar entre su padre biológico, su madre y los distintos pololos que llegan a instalarse a la casa. De esta manera aparece un concepto de familia mucho más normal -apegado a la realidad- que tradicional. La figura del padre es una posición móvil, inestable y cambiante, siempre mutable: “(…) al sentarme, mi mamá me señaló que ese no era el puesto adecuado, que yo me sentaba y siempre me había sentado en el lugar de la izquierda, al lado de la cabecera. Jamás hemos tenido puestos fijos. De hecho, siempre he defendido mi libertad de cambiarle el puesto a mi hermano para que no me llegue el sol, transacciones que a veces me cuestan $500 pesos o un par de horas en el computador” (44). Pese a lo anterior, el protagonista de todas formas suele caer en pacaterías que no corresponden a la generación que representa, como cuando comenta: “La calmo, echándole la culpa de todo a mi hermano, diciéndole que allá afuera existe, probablemente, un hombre no perfecto, sino adecuado. Aceptable” (91).

Quizá lo más interesante de la novela de Cristóbal Riego no tiene tanto que ver con la historia ficticia que se nos narra, sino más bien con el hecho de que su publicación constituye un cambio generacional en la escritura chilena contemporánea: una juventud nacida en democracia, que opta por dejar de lado definitivamente el ya agotado tema de la Dictadura y en donde la voz milenial -guste o no- pasa de una plataforma virtual y fugaz a un espacio un poco más formal y consistente.

 

El narrador chileno Cristóbal Riego (1993), autor de «Los pololos de mi mamá» (2017)

 

 

La novela «Los pololos de mi mamá» (Editorial Hueders, 2017)

 

 

Crédito de la fotografía a Cristóbal Riego: Liberoamérica.com