«Miedo a volar», de Erica Jong: La vanguardia feminista

«Este libro hará la historia de la literatura. Gracias a él las mujeres van a encontrar su propia voz y a darnos grandes sagas sobre el sexo, la vida, la alegría, y la aventura», escribió Henry Miller a raíz de la primera edición de esta novela en 1973, y que Alfaguara acaba de relanzar en lengua castellana.

Por Juan Mihovilovich

Publicado 25.4.2020

“Y las hay las que optan por ser perversas y luego escriben una novela”.
Lord Byron en Don Juan

Hay un viaje. Si, hay un viaje, un derrotero que no discurre únicamente en las peripecias de una joven mujer atormentada por sus apetitos íntimos, secretos y oscuros que atraviesan esta novela dinámica, sugerente, veleidosa y juguetona, a veces, profundamente seria y desinhibida, en ocasiones.

¿Qué hay detrás de las confesiones, más o menos trasgresoras que impulsan a la autora a mostrar parte de sí misma como una suerte de vanguardismo personal siempre insatisfecho? ¿O es acaso el dilema de no saber ni querer distinguir lo que presiona una y otra vez ciertos anhelos de vida, de sueños, de sentimientos distorsionados por el propio sentir y hacer?

¿Hay detrás de Isidora, alter ego de la escritora estadounidense Erica Jong (1942), una alegoría al hecho de ser mujer en un mundo mediatizado por varones y subyugada a ese orden por obra y gracia de su tremenda lucidez? ¿Es esa su paradoja o lo es de quienes requieren ser mujeres verdaderamente libres e independientes, física y, sobre todo, mentalmente?

El viaje existe. Es cierto. Y tras el devenir constante de Londres o París ella busca, consciente o no, el regreso a su universo originario e  incorpora al viaje su carga familiar como un peso excesivo que, circunstancialmente, le sirve para dilucidar ciertas incongruencias de ese transito discontinuo en el que la búsqueda de un amor total aparece como un espejismo erguido en el recóndito anhelo de una quimera, es decir, más cerca de lo imposible y trágico, que de lo corpóreo-sensitivo con que ella recorre otros cuerpos y sentidos en una necesidad de complementariedad arbitraria, angustiosa e ineludible.

De ahí que los requiebres amorosos de la personaje sean apenas pretextos para circular hacia el proceso de viaje inverso: el del encuentro con una femineidad vital, profunda y determinante de sus conflictos e indecisiones, de las ansias de volar aferrada a algún complemento varonil que apenas sirve como detonante de esa menstruación primigenia, donde su condición de hembra emerge con fuerza inusitada, volcánica, alejada de la imperfección con que la pareja circunstancial pudiera suplir por efecto del azar o de la cita programada.

Erica Jong muestra en esta novela parte significativa del alma femenina, de su alma, de sus vicisitudes personales que la arrastran por el mundo de los hombres aferrada a un sello que la distingue, la posiciona y coloca por encima de sus propios dilemas de ser o de intentar ser.

Y hay en ese transito una pretensión mayor: tener una identidad que calce con sus tormentos individuales, con sus incursiones intelectuales asumidas casi como un juego en que los hombres establecen reglas que ella se niega a acatar, a menos que entrevea el amor de a dos como una esperanza en la dolida travesía que toma a diario, ora pasando de un individuo casual hacia otro donde sí vislumbra un probable universo compartido. Y es allí en el cual se suceden los viajes accesorios: el análisis permanente de su entorno familiar lejano, de los requiebres dominantes de la madre, del modelo contradictorio que asume como parte de una identidad que le cuesta obtener y que, cuando es apropiada, se resquebraja producto de sus urgencias pasionales, sus anhelos —otra vez— de amar y ser amada, porque esa es su oculta y cauta condición natural.

Y claro, los paseos intelectuales por sus lecturas constantes, los divanes del psicoanálisis, las caídas intermitentes hacia un sexo desenfrenado que se traduce siempre en insatisfacción, en la ausencia de…hace que la narración oscile entre los sentimientos más valiosos y contradictorios, entre las ideas más profundas y las peores frivolidades. Pero, ese es el legítimo mundo de Erica Jong. Ese es su dilema y su miedo.

Quizás el título de la novela resulte algo relamido, pero difícilmente pudiera otro reflejar de mejor modo el temor implícito de ser una mujer libre, a soltar el pesado lastre de una vida mediatizada por otros que, sin embargo, son la excusa para descifrar —intentar al menos— parte de la suya.

Una novela que no resuelve aparentemente nada y, no obstante, retrata como pocas, esos espacios insondables del universo femenino.

Desde la otra vereda el lector asiste conmovido e inseguro, mimetizado por esa sensibilidad extrema que puede llegar a ser irreverente y que, probablemente, sea una invocación, una especie de ironía soterrada por el mundo que la narradora y nosotros habitamos.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y finalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Miedo a volar», de Erica Jong (Editorial Alfaguara, 2017)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Erica Jong.