«Mitomanías», de Mario Chávez Carmona: Un modo de olvidar lentamente la presencia

Este es un libro que ofrece su complejidad estética a la luz de la mitología greco-latina y de su confrontación con la crisis contemporánea de la palabra. Así, y en la estela de uno de los poetas más oscuros de la tradición chilena (Godofredo Iommi Marini), su autor ha logrado filtrar de una manera considerable -a fin de echar a volar su estilo propio- el peso que supone una escritura anterior de tanta trascendencia para nuestras letras.

Por Víctor Campos

Publicado el 11.11.2019

Es Mitomanías (2019) el primer poemario del poeta Mario Chávez Carmona (Viña del Mar, 1990) publicado bajo la editorial Buenos Aires Poetry en el año presente. Libro de hermética propuesta, yace construido por el uso de máscaras mitológicas por los hablantes, por la utilización de una sintaxis quebrada batiéndose contra una vehemente enunciación, por una adjetivación y una violentada forma vinculadas a cierta estética neobarroca. A partir de los mencionados elementos –y otros más-, el poeta gesta un lenguaje que vive el exorcismo de su propia precariedad: la palabra aquí nacerá bordada en su intento de conjunción unívoca aceptando su imposibilidad crítica (de allí la exigencia de fragmentar los versos), mas articulando una escritura de “renovado” lenguaje frente a la pérdida progresiva de los lenguajes, es decir, ante el contingente pecado de la vulneración.

Dentro de sus referentes, cabe destacar la obra poética de Godofredo Iommi Marini (1917-2001), poeta con quien comparte la forma violentada de los versos. Si consideramos un libro como lo es la guerra santa (1961), sin lugar a dudas hallaremos vínculos. Ahora bien, existen diferencias entre Iommi y Chávez Carmona que permiten establecer una distancia prudente para desacreditar cualquier intento de vulgar imitación por parte del último. Aquí nos encontramos con un poeta que ha sabido hacer consigo una compleja influencia, sobre todo al comprender que Iommi Marini a su vez recogía profundamente en su escritura al finisecular Mallarmé de Un golpe de dados jamás abolirá el azar (1897) y el principio del poeta como un arquitecto que premedita toda palabra en tanto construcción del poema.

Otra señal visible en la escritura de Chávez Carmona, es el T. S. Eliot (1888-1865) de The Waste Land (1922). El complejo cruce de voz que el primero teje y su preocupación de evocar los mitos permitiendo un diálogo elocuentemente contemporáneo es algo que sin duda nuestro poeta ha podido palpar en el poemario del autor del pasado siglo.

Mitomanías es un poemario que emerge desde una sustancial evocación de la mitología clásica greco-latina. Este realiza su apertura con la parte bautizada como El abandono de Europa, que recoge el mito del rapto de la joven fenicia por obra de Zeus devenido en un toro blanco con el fin de violarla y engendrar en ella tres hijos.

Es en esta parte del libro donde la forma escindida de los versos yace más visible. Estos primeros poemas avanzan como: “olas aladas/ que aglutinan los labios”, “olas que dejan un/ puñado de osamentas/ verbales”. Dicho efecto marino arrastra todo, cual si los variados destinos de cada palabra fueran de un solo cuerpo. Entonces el poema -la ola- ofrece dirección, camino, mas no compromete una unidad cerrada, sino el despliegue de la espuma en su estallido.

Y es en esta deformación de la forma donde se abren nuevos espacios, a veces entorpeciendo intencionadamente una lectura que alumbra más de una ruta posible a los ojos del lector. Dicha manera de figuración arbitraria de los versos se irá reduciendo progresivamente a lo largo del libro, sin embargo la sensación que en un inicio recrea en nosotros no yace aislada de lo enunciado por los primeros versos con que el hablante abre Mitomanías: “Del mar viene todo/ en un golpe del Caos                   se ondean las olas”. Poema nominado Invocaos, su talante recuerda al poema El caos que abre el libro Adán (1916) de Vicente Huidobro (1893-1948). Reside en los versos citados un acto de conjurar el inicio, marcado por corresponder al primer poema con que comienza el primer poemario de Mario Chávez Carmona. No gratuitamente dirá el hablante en el último escrito: “Cuando he hablado/ las palabras huyeron de su origen”, estableciendo una distancia irremediable entre el ahora y el principio, aunque preocupado de vislumbrar los márgenes entre aquellos elementos.

Aprovechando la mención del poemario de Huidobro, se puede dilucidar una curiosa cercanía: Huidobro recoge el mito bíblico de Adán y lo rearticula desde un ángulo científico y por ende profano, Chávez Carmona recoge mitos greco-latinos desde una inevitable dimensión pagana, mas el vínculo se realiza en el sentido que ambos ven en el mar un símbolo de creación. El primero entiende el origen de la vida como marino, como fenómeno acuático desde el conocimiento científico; el segundo, sin necesidad de doblegar el relato, enuncia que: “Del mar viene todo” dando también al océano esa carga, mas obedeciendo al mito pelasgo de la creación. Eurímone, la Diosa de Todas las Cosas, no encontrando nada sólido en qué apoyar los pies, separó el mar del firmamento y danzó solitaria sobre sus olas (según recopilara el escritor, poeta y erudito inglés Robert Graves en su libro Los mitos griegos).

Este gesto explícito de reinvención de cierta mitología occidental no es gratuito, y es posible pensarlo desde la simbiosis entre el pasado y el presente que todo poeta –según estimase T. S. Eliot- debe atender en su escritura: una pluma que sea consecuencia viva de una tradición pretérita no fosilizada y que, simultáneamente, altere dicha escritura anterior. Así, un pasado hace eco visible en los poemas de Mario Chávez Carmona frente a “la acción agraciada/ de abandonar/ y olvidar la/ historia de nuestras/ raíces sin tierra”.

En suma, la vivificación fragmentaria del mito que recrea Mitomanías realizada desde nuestro siglo acusa un abandono del origen, de la genealogía: un pasado distante traído por la quebrada forma que es estigma de nuestra época. Entonces, entre el mito griego y la nominación –hoy vigente- del viejo continente, la voz enuncia “Europa” mecida por la decadencia occidental y la contigua necesidad de evocar su origen mítico.

La segunda parte que lleva por título Las reliquias de Eneas evidencia un recorrido más explícito de señales ante la imposibilidad de rearticular una épica cualquiera: “gestar épicas es/ brutalmente desconocido/ en estos tiempos”. Así, la voz vacila entre el mito y la mentira: ambas palabras ligadas al vicio de la mitomanía. Limitaciones además aparecerán indicadas: “la perfección del hombre está/ en alcanzar ese estado de olvido defectuoso/ para narrar cómo es que las ciudades/ se fundaron en un tiempo fuera de sí”, dirá la voz, o en otro momento sentenciará sobre sí: “el terreno/ baldío/ de mis/ sienes”, es decir, fragilidad del mito hoy gracias a nuestro gratuito olvido y a su condición de vestigio perpetuamente incompleto.

Finalmente, Elena sobre el muro es el nombre de la tercera parte que compone esta tríada de zonas en Mitomanías. La forma ha adoptado una mayor calma, y recrea un timbre mucho más reflexión que expresivo: “porque por mi parte/ debo cargar con las ruinas de un idioma”, dirá la voz, ya mucho más agotada. Sobre lo mismo, llegará a decir: “Por ello os miento,/ porque no puedo recordar más/ que la tristeza de mis carnes” evocando uno de los versos más consulares de Stephane Mallarmé (1842-1898): “La carne es triste, ¡ay!, y he leído todos los libros”. Verso que condensara, de manera soberbia, aquel hastío decimonónico.

Y como si se tratase de un uróboros, la voz retorna a aquel símbolo del origen al sentenciar en los último versos que: “Hemos huído de nuestros orígenes/ y hemos regresado al mar/ como un demiurgo inocente/ se anega en su sueño”.

Así, Mitomanías constituye un poemario que ofrece una ruda complejidad, mentado a la luz de la mitología greco-latina en confrontación con la crisis contemporánea de la palabra. En la estela de uno de los poetas más oscuros de la tradición chilena, Mario Chávez Carmona ha logrado filtrar de manera considerable aquel peso que supone la escritura de un poeta como lo es Godofredo Iommi Marini y ha logrado un ingreso primero de la mano de la variación que es forma original, comprendiendo que precisamente aquello no es.

 

Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.

 

«Mitomanías» (Buenosaires Poetry, 2019)

 

 

Víctor Campos

 

 

Crédito de la imagen destacada: Buenosaires Poetry.