«No hay vacaciones en Chile»: Es urgente el Juicio Final

Mataron a un hincha del Colo. Pero el fútbol siguió. Uno hubiese esperado un paro de los jugadores. El sindicato, una declaración pública. Quizás la hicieron. Pero nos vendieron el cuento que todos estamos de asueto, así que no importa. Siguieron jugando. El Albo perdió. El Wanderers ganó. La U goleó. La Cato se cree invencible.

Por Alberto Cecereu

Publicado el 4.2.2020

Prendo la tele. El conductor de noticias habla sobre el mar de personas y autos que abandonan la capital de Chile para salir de vacaciones. Dice que estamos todos en modo descanso. Que fíjate, que la gente está en otra. Se quiere broncear. Quiere llenar el estómago de cerveza y anticucho, sandía y vino. Entrevistan a las personas arriba de los autos. El taco. El estrés del taco. El nervio de salir. El cansancio del comienzo del descanso. Incoherente, sí, pero el periodista que está en la calle entrevistándolos, sigue en ese juego.

Me voy de casa. Son las 7:20 am. Bajo a la estación de metro, le pongo dos lucas a la bip y voy al andén. El andén está lleno. Veo a la misma gente que me acompaña en este mismo viaje, en marzo, en julio y octubre. La infaltable señora con pelo morado que permanece una hora sentada en los bancos naranjos para poder descansar. Trabaja haciendo aseo y trabaja en su casa. Se levanta a las 5 am para cocinar una olla de porotos, planchar la polera piqué del marido que tiene turno de guardia y dejar listo el baño enclorado, la loza limpia y los perros alimentados. Me encuentro también, con la joven colorina que va vestida de auxiliar de hospital con esos audífonos gigantes que parecen dos moles de plástico. La misma jefa de estación con ese pelo que quiso ser castaño y que —de seguro— vive en la estación ya que a la hora que uno pase, ella está ahí.

Nos subimos al metro. El metro va casi lleno. Hay que descontarle al universitario que ya no tiene clases, al secundario, a los papás que dejan a sus hijos al colegio, pero en general, vamos los mismos. De todas formas, vamos apretados. Juntos. Uno a uno. Al lado, al otro lado, cerca y tan cerca.

Al bajarse del metro, confirmas que la cosa es exactamente lo mismo. El que vende los cargadores de celular, las carcasas, la lámina protectora, el moledor de marihuana y la pipa. La venezolana que vende tequeños. La señora del carrito que ofrece pan con jamón y queso, galletas serranitas, el nikolo, el super ocho. La señora Eliana y la señora Rosita, que hablan sobre el atalaya, los elegidos del Señor, el juicio final y la urgencia del juicio final. Ahí concuerdo. Es urgente el juicio final. Les digo que sí, estoy de acuerdo. Necesitamos un término. Sí, mijito. El mundo está sobrepoblado, tenemos emergencia climática, nadie cree en nadie, nada funciona bien, está todo mal. Sí, mijito. Esto es una barbarie. Los niños del Sename. Los carabineros que asesinan. La masacre en Siria. Los monjes budistas que son asesinados en el Tíbet. Sí, mijito, me dicen. Y también Cristo, el reino de Dios en la tierra, los elegidos. Quizás usted es elegido, me dicen. Pero ven mis tatuajes, los piercings y mi pesimismo hasta con el juicio. Aunque sea final y todo.

No hay vacaciones en Chile. Sólo algunos se las toman. Sólo algunos se las dan. Acá donde trabajo, asalariado y apatronado, contratan todos los años una compañía de seguridad y limpieza. Como esos contratos se renuevan al mes once, despiden a todos los trabajadores, no les dan vacaciones, y los vuelven a contratan en la empresa que se adjudicó el año entrante. Y contratan a los mismos. Las empresas que compiten son de los mismos dueños, pero con distintos rut. Así que Lorena, la señora que limpia el baño que utilizamos, las únicas palabras que conoce son frustración, engaño y cansancio.

Ni siquiera los carabineros se toman vacaciones. Están jodidos. La clase política los vuelve a utilizar para continuar el sistema de vigilancia y poder. Mientras ellos se van a Miami, Zapallar y Caburga —por decir algunos insignes destinos—, los pacos están comandando la máquina de moler carne. Los dispositivos son incólumes. Mataron a un hincha del Colo. Pero el fútbol siguió. Uno hubiese esperado un paro de los jugadores. El sindicato, una declaración pública. Quizás la hicieron. Pero nos vendieron el cuento que todos estamos de vacaciones, así que no importa. Siguieron jugando. El Colo perdió. El Wanderers ganó. La Cato se cree invencible.

Es tarde. Voy a la estación. Bajo al andén. Vaya detrás de la línea amarilla. La gente se mueve. El rebaño se va para atrás. Nos subimos. Yo voy con audífonos. Veo el celular. Todos ven su celular. Tratamos de no movernos tanto, para no tocarnos. Tratamos de no mirar hacia el frente, para no mirarnos. Llegar rápido a casa. Ir a la rutina de prender la tele. La doctora polo, la divina comida, la teleserie turca, árabe, siria, qué se yo. Llegar a las noticias. Ver la nota de las playas para ver los mejores culos y abdominales de la temporada. Añorar un aperol en un sunset de mierda en una playa diminuta. Dormir para cagarse de calor en la noche.

 

Alberto Cecereu es poeta y escritor, licenciado en historia y licenciado en educación, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Alberto Cecereu

 

 

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