«Elegías Doppler», de Ben Lerner: En paz con la contradicción

La edición en Chile por parte de Jámpster Libros, de la antología con la obra publicada del poeta estadounidense hasta la fecha (en la traducción de Ezequiel Zaidenwerg), abre la pertinente excusa para analizar la bibliografía (contenida en este volumen), de uno de los autores líricos más originales en el panorama actual de las letras norteamericanas.

Por Tomás Morales

Publicado el 5.2.2020

A pesar del interés que surge respecto a su obra recientemente, las pistas que llevan a la lectura de la obra de Lerner son escasas. Más allá del renombre que han logrado sus novelas en el extranjero, sólo ha llegado a nuestro país la carísima traducción española de El odio a la poesía (Alpha Decay, 2017) y los poemas del presente libro (Jámpster Libros, 2019) han sido publicados anteriormente por el mismo traductor (Ezequiel Zaidenwerg) en su blog, recopilados después por Kriller 71 en España (2015). Sería exagerado hablar de “saldar una deuda” cuando el acceso a su obra podría haber estado limitada por el conocimiento del inglés u otros factores en juego, pero la publicación de esta antología facilita la posibilidad de acceder a una estética peculiar. Y el prólogo de Zaidenwerg permite una entrada de lectura que aclara algunos puntos fundamentales. Un par de líneas a modo de resumen: “Jerga seudomarxista, crítica de arte, sofistería filosófica: estos registros discursivos aparecen una y otra vez en la poesía de Ben Lerner, pero siempre desplazados de contexto, como si el poeta quisiera mostrar irónicamente lo vacío y absurdo de esos lenguajes solipsistas fuera de sus respectivas áreas de especificidad” (9).

Los códigos comunes de estas disciplinas utilizados como reciclaje de cháchara académica y aplicados a un ámbito de carácter orgánico. Si en el ensayo mencionado más arriba la distinción entre el poema real e ideal genera un conflicto entre las escrituras contemporáneas y la nostalgia de una imagen jamás realizada del poema, acá el comentario puede dar pie a distinciones metalingüísticas y metapoéticas relativamente similares. El apego al pie forzado de una norma y el rescate de lecturas del pasado no hace al texto menos atingente a la realidad actual o menos “afectivo” de una forma u otra (como puede ocurrir en la selección de Mean Free Path [2010]), pero el lenguaje solo bordea sus posibilidades ante los hechos. Y la dificultad de su lectura reside en el reconocimiento de estos registros, en cómo pueden operar a modo de comentario irónico y tesis posiblemente seria sobre el asunto.

 

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En The Lichtenberg Figures (2004) se lee: “Lo que queda, tal vez, de innovación/ sea un conservadurismo en paz con la contradicción,//mientras el cielo transgrede su marco/pero obedece al museo” (32). Los marcos de acción del arte parecen seguir una lógica que permite la existencia de un status quo complementado por su oposición directa: un tragaluz (o un techo de vidrio, dependiendo del lugar) limita la visión del exterior, a la vez que éste permanece en acción constante. Como pensar en la posibilidad subversiva de un arte efectivamente político que pueda funcionar perfectamente en las salas de un museo (o los márgenes de la institución, para ponerse más lateros). La paradoja, digamos, de una instalación de Alfredo Jaar en Venecia que critica la propia constitución de una bienal de arte, presentada en un pabellón de la misma. O banderas modificadas acorde a los acontecimientos en una galería en Santiago.

 

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En Angle of Yaw (2006), si bien es atractivo pensar y analizar el poema del astronauta y su figura asimilable al Albatros de Baudelaire, llama la atención el siguiente poema: “Si está colgado en la pared, es un cuadro. Si se apoya en el piso, es una escultura. (…) Si hay que pagar entrada, es moderno. Si ya estás adentro y tienes que pagar para salir, es más moderno (…) Si, para verlo, tienes que pasar por un detector de metales, es público” (47). No sólo es una mirada en extremo crítica del status del arte actual, donde la disposición espacial y curatoría determina y limita la experiencia del espectador (y el estatuto de la obra), sino que la forma del texto no determina totalmente cuál es el objeto del cuál se está hablando explícitamente. Se escinde el sujeto sintáctico para dar cuenta de cómo opera el circuito artístico, incluso en lo que podría asumirse como objetos cotidianos, asignándoles un valor estético y comercial. Los poemas en prosa y las situaciones absurdas que sugieren (entre ellas un asesino y un detective que dibujan una cara sonriente en el mapa mediante su persecución) son interrumpidos por el extenso poema “Elegía didáctica”, una especie de interpretación filosófica y estética de la caída de las Torres Gemelas, el horror que lleva consigo y el miedo instaurado en la sociedad norteamericana. Nuevamente, la distinción entre el chiste macabro y una discusión teórica seria crean una contradicción tonal interesante. Como la voz de un crítico reflexionando sobre la existencia de una “lírica negativa” a partir del morbo de la violencia y sus consecuencias en el inconsciente colectivo. Así, la perturbación del lector no viene de la mano de la misericordia o el dramatismo, sino de la frivolidad en el discurso.

 

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Mean Free Path (2010) pone en escena un tono ciertamente más cercano a lo lírico, sin abandonar las particularidades del trabajo anterior de Lerner. El poema que titula al libro intercala distintas secciones (muchas con un remate truncado) de nueve versos, dedicados a una persona simplemente llamada Ari (abreviación de Ariana como sugiere el poema inicial). Si bien ahora nos enfrentamos a un hablante más frágil, enfrentado a las preocupaciones afectivas del amor, el lenguaje sigue truncado por expresiones entrecortadas y frases que interrumpen el flujo de lo que se desea expresar. La extrañeza se da por el inicio y fin abrupto de los temas introducidos, imágenes e ideas que parecen ser interrumpidas en un compás relativamente constante. También la política, la poesía y otras preocupaciones literarias se entrometen a lo largo de estos devaneos, simulando el transcurso de una conversación en susurros de una pareja acostada. “No dudes/En cortar el verso más hermoso en nombre/De la forma” (105) se lee en uno de los fragmentos. Quizás se trata de una exigencia poco ortodoxa, pero la distinción forma/contenido es otro eje temático considerable en el poema, sobre todo respecto a la claridad en el poema (incluso el espectro de Louis Zukofsky asola al hablante en ocasiones). Se trata de una intimidad que fluye regularmente como música (justamente uno de los poemas del conjunto es el que da nombre a la antología), medida rítmicamente sacrificando la posibilidad de un sentido unitario, pero también invadida por las mismas inseguridades respecto al propio mensaje a comunicar. Un flujo que podría ser asimilable a las secciones de Plexure de John Oswald, compositor cuyas preocupaciones sonoras derivaron en la recontextualización de sonidos emitidos por otros a modo de montaje. O incluso al DisPepsi de Negativland, que regurgitaba comerciales de bebida y transmisiones televisivas en un retrato macabro de los EE.UU. de mediados de los 90.

Claramente otra crítica podría resultar menos complaciente con las pretensiones teóricas de Lerner en éste y otros libros del autor, pero no deja de constituir una estética de sumo interés, explorando distintas posibilidades de la métrica y apilando distintos tonos discursivos que toma en cuenta sus puntos ciegos y los de la sociedad norteamericana actual. Una poética que logra ser orgánica (hasta cierto punto) sin perder el potencial de riesgo en la experimentación. Ojalá con esta publicación y otras recientes (Mi vida y Mi vida en los noventa de Lyn Hejinian, obra de Editorial Cuneta/Aparte y Bisturí 10 respectivamente) exista una mayor apertura a la traducción de obras extranjeras más recientes en nuestro país.

 

Tomás Morales es licenciado en letras hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

Elegías Doppler», de Ben Lerner

 

 

Tomás Morales

 

 

Crédito de la imagen destacada: Simón López Trujillo.