Novela “Caja de resonancias”, de Constanza Anabalón: La persistencia de la memoria

El libro publicado por la editorial La Calabaza del Diablo en 2016 se construye entre fragmentos, saltos temporales, intercalando oraciones –o de frentón poesía- que no hacen más que reflexionar sobre el abandono, el desamor, la enfermedad, la muerte o la soledad. Con intensidad, la autora nos va adentrando en un espacio complejo, sinuoso, doloroso, donde las emociones están a flor de piel, coqueteando entre la salvación o el naufragio.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 10.9.2019

“Me destierro a la memoria, /voy a vivir del recuerdo”.
Miguel de Unamuno.

«Los náufragos de Año Nuevo», dice la narradora de Caja de resonancias, primera novela de la escritora Constanza Anabalón Tohá (Santiago, 1987) para describir el contexto en que comienza la historia. Una familia, o, mejor dicho, los retazos de una familia como pétalos esparcidos, como muchas cosas que pasan y perecen; que se juntan para ¿celebrar? o ¿espantar? el cambio de año.

El libro publicado por la editorial La Calabaza del Diablo en 2016 (y reeditado en 2018) se construye entre fragmentos, saltos temporales, intercalando oraciones –o de frentón poesía- que no hacen más que reflexionar sobre el abandono, el desamor, la enfermedad, la muerte o la soledad. Con intensidad, la autora nos va adentrando en un espacio complejo, sinuoso, doloroso, donde las emociones están a flor de piel, coqueteando entre la salvación o el naufragio.

El recuerdo de Daniela. La tía y el piano que no volvió a tocarse. La separación de los padres. El llanto, la desesperación. Memoria. La persistencia de la memoria, así bien podríamos resumir una novela de casi 200 páginas que circula por los intersticios de recuerdos, anécdotas y muchos silencios. La protagonista es la encargada de hacernos llegar aquel mundo familiar, a veces, desbordante, desgarrado y demasiado íntimo, negándose en todo momento al olvido.

“¿Cómo se guardan las imágenes en la mente? ¿Qué sucede con ellas cuando el cuerpo que las retiene se desintegra en cenizas? ¿Hay una memoria que las conserve más allá de la muerte? Ese presente que ya no está ¿puede florecer en otro texto? ¿O simplemente, como una pintura, irá desapareciendo?” (Página 18).

“Después de la muerte qué ocurrirá? ¿Simplemente habrá que resignarse a la erosión del tiempo? ¿Habrá algún heredero de la memoria?” (Página 33).

“Yo creo que el infierno es olvidar. Si todo lo que somos está construido sobre recuerdos, ¿qué ocurre si olvidas todo? Ya no hay sentido, ni palabras, ni recuerdos, ni muertos, ni nada que te haga humano. ¿Qué vendrías a ser tú sin esas cosas?” (Página 85).

La tía muere. La protagonista lee y relee sus textos y redescubre una herencia. ¿Acaso las personas no somos cúmulos de experiencias pasadas? ¿Acaso no portamos los fulgores y oscuridades de nuestros ascendentes? Después, la madre también muere. Un poco antes, el cáncer y el hospital. Hay algo en estas páginas que nos hace reconocernos también en nuestras vivencias, en nuestros padres, abuelos. En nuestra identidad. Historias únicas y no tan únicas que se transforman, luego, en universales.

“Yo soy la caja de resonancia universal. / Somos miles, millones de cajas que rondamos/ los parajes más sórdidos de la cuadra. / Las vibraciones atraviesan nuestros cuerpos, /tambaleamos y caminamos a tientas /intentando no caer. / Así es la vida en una caja de resonancia” (Página 61).

“Los hijos son como una caja de resonancia / de sus padres. / Atravesados por el suave sonido inicial, / No piensan que el eco puede durar para siempre. / Me sé de memoria tu melodía, mamá. / Tanto es así que ya no sé cuál es la mía propia” (Página 110).

Desprovistos de aquellas “estructuras de eternidad” que llamaba Zygmunt Bauman a las soluciones colectivas que compensaban lo inevitable de la muerte como la familia o la Nación (heteronomía), en medio de incertezas y desprotecciones propias de la sociedad contemporánea, es del todo atingente revisitar las preguntas trascendentales. ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?, por ejemplo; y más aún desde dónde pensamos nuestra historia personal y familiar. Porque, siguiendo, a Jacques Le Goff, la memoria no es solo una conquista: “es un instrumento y una mira de poder”. Una trinchera de resistencia, un espacio de reflexión y resguardo.

Porque pensar el mundo es estar en el mundo, con todos nuestros fantasmas y agonías.

 

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Fragmento de Caja de resonancia, de Constanza Anabalón: Todo es llanto casual.

 

Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, Santiago, 2018).

Igualmente es el director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Novela «Caja de resonancia» (La Calabaza del Diablo, 2016)

 

 

Constanza Anabalón Tohá

 

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Imagen destacada: Constanza Anabalón Tohá.