Novela «Cielos de Córdoba», de Federico Falco: La suplantación (y ausencia) de los roles

El texto que analizamos se trata de una ficción breve sobre el descubrimiento, una historia iniciática en donde la sensibilidad y la sutileza narrativa están presentes en la construcción de la historia de un chico que, a final de cuentas, se encuentra desvalido frente a la inexpugnable soledad del mundo.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 3.7.2018

El argentino Federico Falco (Córdoba, 1977) publica en 2011 por el sello editorial Nudista la novela Cielos de Córdoba. En 2010, Falco es seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores escritores jóvenes en español.

En Cielos de Córdoba, el autor narra la historia de Tino, un chico de once años que transita entre los espacios que ofrece la escuela, su casa y el hospital en donde se encuentra internada su madre. Tino vive con su padre, pero en esa relación el chico pareciera más bien asumir el papel del adulto, mientras que su progenitor está sumido en su propio mundo que implica la administración y mantención de un museo del OVNI. La loza en casa, por ejemplo, puede pasar días en el fregadero hasta que el papá del protagonista se acuerda de lavarla: “Dejá, yo lo hago, dijo Tino y corrió a su papá hacia un costado. ¿Cómo vas a prender el horno para recalentar fideos? No se hace así, mamá no lo hacía así, dijo” (37). De este modo, el pequeño Tino está en la obligación de dejar la infancia para posicionarse como el adulto de la casa y ocupar el lugar del inútil de su padre. Esta dicotomía, sin embargo, quedará en evidencia al enfrentar los cambios y transformaciones que implica la pubertad. En la escuela, Tino y Omar –compañeros de clase– van descubriendo las posibilidades de su sexualidad al incursionar ambos en las nuevas funcionalidades del cuerpo (Omar eyacula por primera vez cuando Tino lo masturba en un acto que implica pulsión y curiosidad). “¿Hace mucho que te salieron pelos? ¿Alguna vez le diste un beso a una chica?” (72), se interrogan mutuamente.

Sin embargo, cuando Tino intenta sobrepasar los límites que la heterosexualidad impone, su compañero reaccionará de manera violenta propinándole una golpiza y tildándolo de maricón. Tino finalmente tratará de satisfacer su curiosidad y reconducir sus pulsiones penetrando a una mujer en coma internada en el hospital: “En la habitación solo se escuchaban, muy bajos, los dos corazones latiendo a toda velocidad, y el crujir del colchón que copiaba los movimientos de la mano de Tino (…) Tino se miró la entrepierna. Su pito estaba fofo pero sobre la pierna de Mónica había una mancha de moco blanco, como una nebulosa de bordes resecos que resbalaba hacia abajo. Tino tocó la mancha con el dedo y la olió. Tenía su olor” (78-9).

Cielos de Córdoba es una novela táctil, el descubrimiento a través de las manos, del roce corporal, juega un papel fundamental: “El dedo índice de Alcira rozó la nariz. El dedo medio tanteó lentamente las fosas nasales hasta la línea de las mejillas. Estaban hinchadas y levemente caídas. El dedo meñique rozó el borde maxilar. El índice bordeó la nariz y el lagrimal del ojo izquierdo y Alcira acarició los párpados del General con toda la mano” (65). Es este último personaje, Alcira, quien habita el espacio hospitalario de la novela –la presencia de la madre implica más bien ausencia-, ella es cómplice y compañía en ese constante deambular de Tino, y Alcira se erige finalmente como la única figura adulta presente en el espacio inmediato del muchacho. De la madre no se sabe mucho, ni siquiera se menciona la enfermedad que la mantiene internada: “A mi mamá la abdujo uno, pero a ella no le gusta hablar de eso” (69), menciona el protagonista y esto quizás evidencia que la progenitora es más bien una construcción simbólica que una presencia real en la vida del preadolescente.

Cielos de Córdoba es una novela breve sobre el descubrimiento, una historia iniciática en donde la sensibilidad y la sutileza narrativa están presentes en la construcción de la historia de un chico que, a final de cuentas, se encuentra desvalido frente a la inexpugnable soledad del mundo.

 

El novelista argentino Federico Falco (Córdoba, 1977)

 

 

La portada y contratapa del volumen aquí comentado

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Nudista

Crédito de la fotografía a Federico Falco: Diario La Voz (http://www.lavoz.com.ar/)