Novela «Mandíbula», de Mónica Ojeda: La rebelión contra los grandes

Esta obra viene a confirmar a su autora como una de las mejores narradoras jóvenes a nivel latinoamericano: la escritora trabaja y se inmiscuye en los límites del horror y el extrañamiento, sumergiéndose en aquellas zonas grises difíciles de abordar en la realidad inmediata, pero que en la ficción resultan espacios clave para la consolidación de su particular propuesta poética y estética.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 11.11.2018

La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) publica en 2018 la novela Mándíbula (Editorial Candaya) siguiendo un estilo y una temática que ya ha venido desarrollando con su anterior publicación Nefando (2016).

Más allá de su inclusión en la lista de Bogotá 39-2017, esta última novela viene a confirmar a Ojeda como una de las mejores narradoras jóvenes a nivel latinoamericano. La escritora trabaja y se inmiscuye en los límites del horror y el extrañamiento, sumergiéndose en aquellas zonas grises difíciles de abordar en la realidad inmediata, pero que en la ficción resultan espacios clave para la consolidación de su particular propuesta poética.

Mandíbula abre con la escena de un secuestro. Miss Clara -una mujer de 30 años que representa 20 más- mantiene cautiva a su alumna Fernanda, una adolescente de clase alta e hija de un ministro y de una abogada provida. Miss Clara es maestra de Lengua y Literatura en un colegio del Opus Dei y ha perdido la vocación por la enseñanza. Hay un resentimiento filial con su madre, también profesora, quien la acusa de usurparle la vida, la esencia de la progenitora pareciera habitar su mente y su cuerpo. De hecho, esa relación trancada podría explicar las razones de su accionar, pues Miss Clara pareciera tener una patología amorosa que expresa en su habitual comportamiento con sus colegas y sus alumnas: “Clara sabía que había amarrado el cuello de su madre con su amor umbilical. Ahora amarraba a Fernanda porque una buena maestra era una madre y una alumna era una hija” (102).

Por su parte, Fernanda (hablar de víctima y victimaria sería simplificar la propuesta de Ojeda), también posee una relación fracturada con los padres -y es esa quizá una de las tesis articulatorias de la novela-: “El reconocimiento, después de todo, era lo único que el dinero de sus padres no podía comprar” (57). Esa indiferencia afectiva se logra de cierta manera subsanar gracias al vínculo que irá desarrollando con su amiga Anne, su compañera de escuela con la que desarrolla y sostiene una relación muy estrecha y en la que que encuentra, finalmente, a una hermana aliada contra el origen (151). De este modo, Ojeda juega con el temor invertido: lo habitual en nuestra sociedad occidental es el temor al padre o a la madre, pero en el caso de Mandíbula -a la inversa- el miedo de los padres hacia los hijos es detonador del gran conflicto que plantea la novela: “Una mañana, mientras hacía su turno de vigilancia en el recreo, Clara recordó aquella vez en la que amó tanto a su madre que la besó, no en las mejillas sino en los labios -con lengua, tal y como había visto en las telenovelas que se emitían en televisión (…) Eres una muchacha enferma y es mi deber corregirte, le dijo Elena al día siguiente (…)” (171-2).

El mundo de los adultos es la fuerza contra la que las alumnas del colegio ultraconservador deben rebelarse. Las adolescentes, por definición, están llamadas a desafiarlo todo, a romper con todo. En Mandíbula puede observarse cierta necesidad de habitar un espacio ajeno al de los adultos, en donde las lógicas y las reglas que operen no tengan que dar cuenta a esa autoridad representada por profesores y padres. Ellas se inventan y respetan sus propias reglas, ellas habitan ese nuevo espacio lejos de la inquisición de los adultos: “Sus cuerpos son templos para honrar a Dios” (62), dice un profesor; y una alumna afirma desafiante que: “El mundo se conoce mejor con el cuerpo” (65).

La adolescencia es una etapa de rebeliones y Ojeda la aborda y desarrolla aferrándose también a la consciencia del cuerpo que los sujetos infantiles van adquiriendo en la medida en que habitan la pubertad: “Hay algo en estos años que permanece reticente a la norma y que no es igual a la rebelión de la infancia (…) ese tiempo de los cuerpos que los convierte en posibles detonadores de los impulsos más desenfrenados y violentos” (212-4). El cuerpo adolescente va manifestando físicamente los miedos, los cambios, y los adultos les han ido enseñando la represión, la cautela y el recato frente a una sociedad ansiosa por devorar esos cuerpos en desarrollo. Mandíbula trabaja, entre otras cosas, justamente sobre esa idea, la abominación que produce un cuerpo sangrante, rebelde y hormonal. El mayor mérito de Ojeda es quizá la resignificación del miedo, pues trabaja sobre la base de un amplio conocimiento teórico-literario del género del horror.

El estilo de Ojeda es elíptico, se contiene con la información y juega con las especulaciones, las perversidades alojadas en la privacidad de la mente de cada lector son lo que finalmente van completando las omisiones de la autora. También es interesante en su estilo la constante recurrencia sinestésica: “A su alrededor el calor era rojo” (168), “El rojo es un color que huele” (62) o el blanco, que en la novela abrirá sus posibilidades de significación, convirtiéndolo de este modo en una de las obsesiones articulatorias de la historia.

Cuando se te incluye en una lista tan pretenciosa como la de Bogotá 39, obligas al escritor a satisfacer ciertas expectativas de un lector más bien ideal. Ese rótulo de escritor prometedor es también una carga que ninguno de ellos, por supuesto, ha pedido y que en el caso de la ecuatoriana se hace un tanto innecesaria. Mónica Ojeda no promete nada, porque Mónica Ojeda, con su literatura, ya es.

 

Francisco García Mendoza (1989) es escritor y profesor de Estado en castellano y magíster en literatura latinoamericana y chilena titulado en la Universidad de Santiago de Chile. Como creador de ficciones, en tanto, ha publicado las siguientes novelas: Morir de amor (2012) y A ti siempre te gustaron las niñas (2016), ambas bajo el sello Editorial Librosdementira.

 

Las dos novelas de la narradora ecuatoriana Mónica Ojeda, publicadas por Editorial Candaya

 

 

 

Imagen destacada: La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, por El Cuaderno (https://elcuadernodigital.com/).