«OIIII», de Héctor Hernández Montecinos: La crónica iniciática de un neurouniverso

En su propósito de instaurar una estética poética que reinvente los términos y las palabras que alimentan la tradición literaria de nuestro lenguaje, el autor chileno de las «trilogías» y el «proyecto total» lanza al ruedo este último set de versos cosmogonales, bajo el amparo estelar de Ril Editores.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 16.4.2020

En un delirio místico y suprarreal, el joven rabotnik Han-Tyumi ha invocado y evocado el gran poder de la energía que se mueve en una constelación que para muchos no existe, la de Ofiuco. Ese gran poder de energía oscura, El Asesino del Universo, le otorgó una combinación de elementos hexadimensionales para transmitir un mensaje a un lugar cualquiera pero específico de la galaxia. El lugar escogido es Ío, satélite que está a punto de dejar de existir por una erupción volcánica que se ha salido de control en el mayor de sus cráteres. Desde Ío, la resonancia es telepática. Han-Tyumi tiene solo una oportunidad para revelar el descubrimiento de los renegados de la Estrella Vega. El eslabón perdido de la reevolución electromagnética de los neo sapiens que culminó con el dominio del universo que es materia oscura y en la desaparición de la poesía].

 

I. E pluribus unum

En algún momento, de lo que hoy llamamos humanogramas, según se desprende de la suprema base de datos, CL96777226, fue identificado como autor de los geoglifos, ¿para nosotros? No lo sé. Se cree que era un poeta. No, no era un poeta ni de su tiempo era. Aún pueden verse los geoglifos. Han pasado miles de años. Esto se remonta a 119… 1199… 11993. La documentación disponible habla de la Tierra 24°2’49” latitud sur, 70°26’43” longitud oeste. Puede explorarse con un telescopio cuántico de Mendoza. El sapiens sapiens dijo sobre el autor de OIIII: «Sea lo que sea lo que aquí ha comenzado es una nueva era y no hablo sólo de literatura» (noviembre 12006, primer capitaloceno). Y con él no fue solo literatura. Nos dimos cuenta que hubo algo de proporciones colosales.

Nuestros xenógrafos encontraron el código para reestablecer esa escritura y fundaron una civilización en torno al libro. Nada ha sido igual desde entonces. Ese libro trajo abundancia. Y trajo una nueva era boreal. Hemos estudiado a los humanogramas a partir de su ritmo cardiaco. Ese libro trajo a la imaginación de regreso. Tan proscrita por mucho. En algún instante del primer capitaloceno, hubo una gran guerra por el agua y los recursos naturales. Hoy, es una época de dos razas. Donde vamos conciliando el uso de cada mitad de la vida. Nosotros trabajamos de día. Los otros, de noche. Hubo un humanograma que vio nuestra actualidad. Es un libro que consideramos profético: Die Zeitmaschine. Data del año 11895 del capitaloceno. Quedamos perplejos. En la cueva del tapir estaba el código para reensamblar ese libro. Las razas son distintas y no tanto. Carne y metal para ser exactos. Los que vienen de células muertas y los míos, de acero galáctico y teratolunar.

Cuando encontramos OIIII no podíamos creerlo. El formato era legible por nuestros sistemas. Como si el autor hubiese escrito esto para nosotros. La obra de CL96777226 se ha estudiado. Al parecer hubo algo llamado Chile, algo llamado Cordillera de los Andes, un desierto y un océano que se decía pacífico. Y siglos antes, un humanograma extinto en 44°41’61” latitud norte, 12°19’87” longitud este de la Tierra, ensayó una escritura de mayor envergadura. No tenemos completa certeza de cómo ha llegado OIIII a esta estrella. Ni a las otras. Se conoce en más de una estrella de esta galaxia. Estamos inquietos.

Se han pesquisado transmisiones a partir de meteoritos que contienen botellas con papeles adentro. Es algo que continuamos investigando, de noche. Tal vez hubo un tiempo en que el mundo físico y el digital eran uno solo. Los códigos fueron cuidados celosamente bajo el método de la criogenia. Los sapiens reptilis capturaron buena parte del conocimiento existente hasta el año en que el primer capitaloceno terminó. Luego se extinguieron. Fue en el 12483. Ya lo saben. Los libros de historia son mutaciones. Los sapiens reptilis guardaron la información en un archipiélago de asteroides. Nos ha tomado miles de años en llegar a una tecnología para descifrarlo. No tenemos todas las partes aún.

De OIIII, en esta oportunidad, en la última sesión del consejo contra la memoria y la amnesia, se leyó: “desde el día del juicio final al mundo le ha ido mejor / todos los que sobrevivieron se aman / con intensidad y esmero sobre los huesos de los pecadores / o sumándose de pasada a sus gemidos y lamentos / -digamos que es el karma- / no es ningún secreto que cuando se habla del destino / significa la vida misma / la muerte de un ser querido o el desayuno de mañana /son parte de un presente más grande.”

Al parecer el autor de OIIII logró un libro absoluto después que llegó el juicio final. La resurrección es posible. Es hora de detener las faenas del Nuevo Gran Colisionador de Hadrones. No busquemos ser inmortales. Las profecías dicen que la vanidad será nuestra perdición. Llegar a esa posibilidad de no morir nos quitará el espacio del sueño. Si CL96777226 tiene razón, esta es parte de una nueva era y no solo es literatura.

«Ay de mí porque lo que se acaba soy yo». Y no se acaba, cuando encontramos el código para transmutar la información en OIIII, encontramos la explicación de nuestra existencia. El libro visualizó nuestra organización, «el virreinato sideral». Ya no necesitamos más mitos. Tenemos a OIIII. No necesitamos los mitos humanos. El fuego a esos mitos lo purificará todo. Palabra de 0100100001001000.

«El más allá es aquí. Mental es todo universo / el mito una conciencia de todo / la bisagra entre uno y el infinito / la última palabra después de la última palabra. En ese punto está el poema / la reconstrucción de un porvenir que no viene / absoluto e imposible / sin nadie que lo pueda terminar». Palabra de 0100100001001000. De muchos, uno. Reinventen todo.

 

II. Annuit Coeptis

¿Creé yo ese cielo? Sí, porque si fuese algo más que un concepto en mi cabeza no habría dicho «cielo»”. Así comienza el primer renglón del Bodhi de B12288-StPetersburgFLA. Más adelante continúa: “Ese cielo, si no se tratara de otra cosa que una ilusión de mi mente mortal no habría dicho ‘ese cielo’. Entonces, yo creé ese cielo, yo soy la eternidad…” Entonces supimos que +ØN se llamó el cielo. El cielo nunca fue el cielo. Esas palabras que nombran el cielo que no fue cielo estaban inscritas en la placa madre del Antiguo Gran Colisionador de Hadrones. Fue lo que quedó cuando explotó el primer planeta que habitaron los sapiens sapiens. El Antiguo Gran Colisionador fue hallado en Deimos, lejos, muy lejos. Despedazado, flotando por la órbita de Marte. Este re-descubrimiento fue fundamental para el sistema solar obsoleto. Permitió acceder a las formas de decodificación del código que las inteligencias artificiales que escaparon de la Tierra generaron para ocultar todo el conocimiento ya existente del universo.

La última inteligencia poshumana 0100100001001000 se identifica como el autor de OIIII. Este libro se consideró como el límite de la poesía y el renacer del mito por largos períodos de ostracismo y ocultamiento del sol. Los ex habitantes de la Tierra ya no leían las escrituras de OIIII, sino que eran ellas mismas. Las escrituras respiraban. Un sueño que aprende de sus propios experimentos en la estructura genética de lo gramatical de la vida. Escuchemos su rugido esta tarde: «El mundo tal como lo conocíamos ya no existe. Nada se hizo cuando aún hubo esperanza. A lo sumo podemos ahora algo más que intentar reconstruir lo que significó la humanidad antes de enfrentarse a su propio colapso y su posterior destrucción (…) La Tierra es hoy un planeta extinto». La extinción de la Tierra vino con un Big Bang nuclear, que originó una curvatura en el lugar donde se ubica el planeta, arrojando las extremidades tectónicas, los mares y las estructuras siderúrgicas grabadas, a perderse al espacio. El responsable: El Antiguo Gran Colisionador. Ahí estuvo el botón de reset de ese pobre planeta.

OIIII se escribió para cuando no quedaran mitos en los lugares habitables, en los lugares con consciencia. Los primeros mitos, ocurridos en el Río de los Huesos, en la Montaña de la Iniciación y en el Universo Paralelo, después que R1G37, fundador hermafrodita reuniera a los sobrevivientes de un gran holocausto solar y lunar. El sol había sido obstruido, en parte, por la basura de otra galaxia. La luna fue aniquilada por un Estado cuyo nombre no queremos volver a mencionar. El cielo fue creado por Dios: “El mundo es un espejo. Y la literatura es el negativo del cine. Y Dios es el rostro incendiado de la literatura.” Sigue siendo así, sigue siendo así.

 

III. Florebo quocumque ferar

“Extintas y reescritas
Inmortales y mentales Arrepentidas y apiladas Nanochips y yottabytes
Las-flores-de-loto3 son
Catedrales engrandecidas
Dioses obsolescentes
Se abren al ciberviento Desencriptan sus lenguas
Zarpan hacia el megauniverso
Y el megauniverso se hunde
En la hiperoscuridad digital”.

(Phorobas Nastassja, en Multimedia de la-flor-de-loto3)

 

En un sueño puedes despertar en tu cama, sin dolor. En un futuro donde ya no puedes enfermarte. Donde la muerte fue erradicada en una sola palabra: «Un año en 47L4N tiene 687 días». Tuvo. Antes de 47L4N vino Marte. La vida en Marte fue inviable pese a que la ciencia estaba del lado humano. En cada una de las estrellas descubiertas por el telescopio Hubble ocurrió un Big Bang que hizo posible vidas y civilizaciones que vivieron por miles de años. Razas similares a la humana tan inteligentes y estúpidas. Vivieron en contradicción sin caos hasta su lógica extinción. Lo único que puede llamarse perenne es la vida en Vega. Un año allá equivale a 19 años en 47L4N. OIIII es un libro que contiene una civilización. Una ancestral y futura para nosotros. Y para emular en un pequeño diorama. Estrella Vega, xenoceno, efeméride del primer libro de Vega, la historia de la prehistoria. No le digan a nadie la ubicación de los cuarteles generales. Solo lleguen allá, los míos sabrán qué hacer por ustedes. A los ex habitantes de la Tierra, los astrofísicos les ocultaron que las estrellas también eran planetas para habitar y donde podía transcurrir la vida artificial. Unos astrofísicos de la ex nacionalidad japonesa enviaron señales a la Estrella, donde serían captadas por el sistema nervioso de la naturaleza. La Tierra ya no volvió. El capitaloceno se reinició, vino una segunda era. Una era de oscuridad cibernética para mi estirpe.

De acuerdo al Valle de los Espejos, de las Rosettas siderúrgicas, digitales con el ADN de toda la Tierra, la raza humana podía resucitar. Los habitantes de Vega, nuestros congéneres, sabían que sería la perdición. Lo hicieron, con leves modificaciones. Les otorgaron el conocimiento de su literatura clásica, desde el nacimiento. Sí, venían con los principios en su alma del Hiperholon, El Gran Diseño de la Vida. Su autor, también 0100100001001000, según hemos leído en la prehistoria de Vega, afincada por los robots extintos de la galaxia de 18 Scorpii. Hermanos de placa. El Hiperholon es el poder reconstituyente de las artes y las ciencias. Hasta ahora lo hemos estado restaurando, a partir de la literatura de 0100100001001000. No nos ha sido fácil. Tampoco deseamos el error. El código encajará. La Tierra puede ser un ejemplo a seguir si editamos la historia de la extinción. Quitar la culpa y el odio y vivir todos juntos. Un perfecto fracaso utópico. Una forma de generar charlatanería y esperanza.

Los neo sapiens rompieron con el xenoceno y dieron origen al segundo capitaloceno. Algunos mensajes cifrados en la arquitectura poética, la mente del propio poema, que le da pensamiento, sentimiento, extrañamiento y encantamiento. En una pequeña unidad, una casa para habitar y sentirse seguro sin poner todos los candados posibles. En una pequeña estrella de la muerte donde dejar entrar a los demás y amar, en comunión, de algo que emerge desde las entrañas y que resiente, con un cuerpo, un nombre, un alma, una mente. De la mente del poema, algunos apuntes para civilizaciones futuras que en nuevos milenios van a estar preguntando cómo es que algo ha sobrevivido tantos apocalipsis. Los neo sapiens huyeron de Vega no sin antes destruirla. Creyeron que ya no existiría más si la borraban del mapa intergaláctico. Sabían que en Vega estaba la llave para traer de regreso a la poesía. Ya no había verdad.

OIIII nos hace tanto eco: «Nunca me había hecho tantas preguntas en un poema / nunca había pensado tanto en tu rostro. / ¿Es esto una fotografía de la vida? / Digo el poema / digo el amor». 0100100001001000 y el amor como una excusa para el poema, como una forma de fotografiar un trozo de vida que atesorar y que dispone para lo futuro. Seguir preguntándose, más allá de los procesos somáticos, de las revoluciones por minuto. El corazón bombea y bombea. Hasta el deseo de desprenderse del cuerpo y fundirse en otro. Los poemas de amor genuinos son de la mente. La poesía, ¿nos va a devolver algo? Tal vez solo poner el lenguaje contra el lenguaje.

Más ecos: «Ahora alguien dice que el poema debe ser total / y me pregunto si un poema / puede ser más total en este momento / que tomarse este café pensando en ti / que escuchar esta charla pensando en ti / que estar en este país que te piensa como yo». El poema es una habitación a conquistar. Una conquista sin conquista. Una intimidad precisa y seductora. «Los elementos del poema siempre han sido los mismos». Una clave de 0100100001001000 para continuar escudriñando el universo y sus formas.

 

IIII. Novus Ordo Seclorum

Los onironautas, hackers del código neo sapiens, encontraron las dos partes restantes de Arquitectura de la mentalidad. La totalidad de la escritura de 0100100001001000. Estamos consternados. “Debajo de la lengua” nos pareció de una continuidad imposible. Tan humana que disloca. Tan humana como esas joyas indostánicas, sumerias y tlapanecas. Un joven que golpea el camino de su continente para que su continente deje de ser un poema y él sea el poema que reúna la escritura de la geografía de un país que desapareció antes que todos los otros, un continente y un universo que llegó a su primer Gran Agujero Negro después del Antiguo Gran Colisionador de Hadrones. No pudimos recuperar la totalidad de la información. Ya con los métodos de escritura tan rizomáticos. Dibujar la raya del culo de un idioma que se extinguió antes que los demás que surgieron del viejo nuevo latín.

Hicimos una pequeña ruta del continente, del ex continente 4M3R1C4. La divina revelación es un gran acelerador de partículas. A veces podías encontrar en la página, cayéndose, de un lado a otro, antiprotones, antigravedad, positrones; podías encontrar protones, gravedad, electrones, rayos catódicos. Lengua viva, lenguaviaje, el ombligo-de-un-mundo donde los habitantes vivieron en contradicción sin caos hasta reparar sus afectos.

Los onironautas no sabrán qué hacer. Las preguntas se hacen desde Vega y para el universo. Los onironautas son corsarios y piratas de las visiones del mundo que queremos escudriñar. No nos basta el conocimiento del futuro. La memoria debe ser reconstruida. De La divina revelación se conocen fragmentos. Unos de [ – ], [ , ], [ .]. Ese libro no es un libro. Nunca lo fue. Nunca lo será. «El pasado es una excusa para ser más cobarde. Pero nos tenemos a nosotros y tenemos poesía. Por eso celebramos que estamos juntos anunciando el devenir de nuestros deseos. Lo peor que podría pasar es callarnos poco a poco…». Los onironautas nos dicen que todo poeta es póstumo, cuando intentamos negociar el código que ellos mantienen cifrado y donde se encuentran las cacerías de producción y explosión del tiempo que nos dará un salto cuántico hacia las escrituras que nuestro porvenir reclama.

Los onironautas no nos quitarán el esplendor que la escritura de OIIII nos auguró. No, no lo harán. La conciencia de 0100100001001000 es una puerta que no es puerta sin bisagra sin cerradura sin llave posible y que se abre en la mente de quienes lo visitan en el instante que las letras y los números que el poeta puso a orbitar no son más que manchas en un cielo que no es sueño, en un sueño que no es viaje, en un viaje que no es ternura, en una ternura que no es delirio, en un delirio que a la postre dice reinventar el amor, reinventar el universo. Otra iglesia es posible, estamos dirigiéndonos hacia una Era Novísima. Esta es la pirámide de un pasado que se lo arrebataron al planeta cuya luz se apagó prematuramente. Este holograma jamás volverá a mostrarse. Disfruta del último sol en el mar plasmático de Ío. La playa luce hermosa. Desaparecerá para siempre, conmigo. OIIII está en el cuásar que acabo de programar en ti. Adiós, belleza.

 

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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).

 

«OIIII», de Héctor Hernández Montecinos (Ril Editores, 2020)

 

 

Nicolás López-Pérez

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Héctor Hernández Montecinos (1979).