«Poeta chileno», de Alejandro Zambra: La estética de un producto de exportación

La última novela del escritor nacional radicado en México puede leerse como un reflejo de la evolución artística alcanzada por parte de su autor, y también al modo de una suerte de ajuste de cuentas creativo, con ese cúmulo de experiencias y comportamientos que caracterizan al circuito literario local.

Por Daniel López Contreras

Publicado el 15.4.2020

“Poesía chilena” era una asignatura autónoma cuando estudié Literatura, solita y apretada en medio de la malla curricular, pero duraba solo un semestre, el que en caso alguno pretendía ser exhaustivo (fueron solo algunos meses) y quizás tampoco representativo respecto al vasto e intrincado escenario de la poesía de este país, el que a su vez requiere de un estoicismo enraizado en las profundidades de la palabra. Ya fuera de la Universidad, me acerco a Poeta chileno (Anagrama, 2020) con el ansia de habitar cierto zeitgeist, de (re)conocer un escenario que es también un lenguaje y que se entrega a cualquiera que lo sepa tomar, aunque quizás también a quienes no. “Nadie ha dicho una palabra sobre la bandera de Chile”, señala Elvira Hernández, pero en esta novela muchas y muchos dicen más de alguna sobre la poesía chilena.

Entrevistado por Aldo Perán, Zambra responde que todos los libros son acerca de pertenecer. En este caso, el Gonzalo de Poeta chileno desea pertenecer dos veces: a la familia que ya forman Carla y Vicente, la polola de su juventud y su hijo adicto a la comida para gatos, y al círculo de eternos dimes y diretes de la poesía chilena. No lo logra, o al menos no de los modos en que quiso, ya que a su poemario Parque del recuerdo (para cuya publicación Gonzalo debió aportar de su propio bolsillo) se suma un postgrado en Nueva York, hitos que lo sitúan en la vereda académica y también a miles de kilómetros de Vicente, ante cuyos ojos Gonzalo se irá convirtiendo en un sucedáneo de roles otrora sacralizados en estructuras patriarcales y paternalistas que hoy revisamos con ojos suspicaces.

Pero en esta novela la poesía ocurre en Chile. Así lo descubre Pru, periodista gringa que, animada por un Vicente sin interés en la Universidad y por Pato, su amigo poeta—winner, escribe un artículo sobre la poesía chilena y sus artífices tan entrañables como pendencieros. “Ser un poeta chileno es como ser un chef peruano o un futbolista brasileño a una modelo venezolana”, le señala a Pru uno de sus primeros entrevistados. Determinismo geográfico o construcción cultural, al parecer estos personajes intuyen cuán difícil es que un solo cisne destaque en medio de la parvada, especialmente cuando nadie está dispuesto a perder en el juego de las sensibilidades. Poetas que, máscaras mediante, se exponen ante esta periodista que no entiende, que al principio se le escapa el chiste que los lectores vemos en caracterizaciones tan certeras como elegantes.

Porque no son pocas las sonrisas —y hasta carcajadas— que se escapan durante esta lectura, las que un narrador juguetón y tramposo sabe detonar en momentos precisos: en los intentos periodísticos de Vicente por señalar a Carla y a Gonzalo como unos vulgares e insensibles por no haber querido estos darle dinero para operar a la gata Oscuridad, o a través de la urgencia gastrointestinal de León, padre biológico de Vicente y abogado boomer para quien el experimento neoliberal chilensis habría funcionado, por mencionar algunos. Una voz narrativa que reúne, a su vez, los aciertos zambristas que los lectores de Bonsai, Formas de volver a casa y Facsímil podemos reconocer a partir de juegos de selección múltiple, tabulaciones e imágenes que a rato nos hacen pensar que hay una trampa, que no se nos está contando todo y que, precisamente por ello, sobre la ficción de esta novela pende una espada de Damocles temblorosa.

Son los personajes de Poeta chileno quienes también dudan de las posibilidades expresivas de la narrativa y la novela, nido de catálisis y digresiones, frente a la concisión de la palabra que permitiría la poesía. Pero es necesario, en este punto, otra (otra) vuelta de tuerca, una en que la poesía chilena se ve convertida, a partir de polémicas históricas, de reconocimientos internacionales, de figuras absolutas como Parra, Zurita, Neruda y Mistral y de ansias experimentales, en un producto de exportación, uno en el cual sus protagonistas deben radicarse en países anglosajones o ansiar que su nombre sea merecedor de al menos una línea en el artículo gringo, el de Pru, e insertarse, de un modo u otro, en el relato ya mítico de la poesía chilena.

A esta narrativa en torno a la poesía chilena, parece decirnos Zambra, a un relato cuya solidez es aplastante desde un comienzo (y al que puede o no ser fácil sumarse), es posible también acercarse por la puerta del costado, leyendo historias protagonizadas por familiastras, poetastros y adultastros, a través de un contra—relato que es un notable revés novelado respecto al mito de la laureada poesía nacional. Quizás, como ha dicho el autor de Poeta chileno en muchas ocasiones, la poesía también es una escuela, la protagonista de los años de formación literaria de quienes ahora nos preguntamos cómo hacer cosas con palabras, una poesía chilena que desborda los rígidos límites de una formación universitaria (esto Vicente lo supo muy bien) y está, desde siempre, difuminándose como un virus contagioso, centenario y etéreo, disponible para quien sepa o pueda tomarlo.

 

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Daniel López Contreras (Santiago, 1991) es licenciado en literatura, abogado y licenciado en ciencias jurídicas y sociales titulado en la Universidad Diego Portales (Chile).

Fundador, gestor y moderador de las Jornadas de Derecho y Literatura (2018 – actualidad), ha sido también expositor en el primer Congreso de Derecho y Literatura de la Universidad Austral de Chile con la ponencia «No firmó por no saber. Sobre fórmulas jurídico-literarias en testamentos y causas coloniales chilenas» (2019), asimismo fue expositor en el coloquio «El rol el arte en el proceso constituyente», organizado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso (2019), y ha ejercido como ayudante de investigación y de cátedra (2016 – 2019), de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y como asistente de coordinación de la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño (2019 – actualidad), de la misma Casa de Estudios.

 

«Poeta chileno», de Alejandro Zambra (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Daniel López Contreras

 

 

Crédito de la imagen destacada: Christian Ortega Puppo.