Premio Nacional de Literatura 2020: En 1978, obligados a crear y a expresarse de espaldas al miedo

Mientras el gobierno del país se preparaba a fin de enfrentarse con la Argentina en una guerra que habría resultado catastrófica para ambas naciones, la entrega del máximo galardón institucional fue polémico y bullado: la Academia Chilena de la Lengua —juez y parte en la decisión—, concedió el galvano a su presidente, el lingüista Rodolfo Oroz. Sin embargo, la concesión del estímulo a Roque Esteban Scarpa, en 1980, en algo tranquilizó las mutuas acusaciones y el encarnizado debate.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 26.6.2020

El premio otorgado al lingüista doctor Oroz levantó polvareda en Chile, por lo menos en el constreñido y vigilado ámbito de la literatura. En la Casa del Escritor, en los meses previos, se habían agitado las postulaciones y candidaturas de varios colegas. Yo concurría entonces como virtual oyente a la Sociedad de Escritores, y pese a que cargaba en mis espaldas treinta y seis febreros, recién comenzaba a incursionar en los círculos de poetas, escribas y pendolistas.

La designación de Rodolfo Oroz como Premio Nacional de Literatura el año 1978, se transformó en un convulsionado episodio, tras el cual se elevaron voces airadas de diversas instituciones, en especial de nuestro gremio, la Sech, presidida entonces por el maestro Luis Sánchez Latorre, Filebo.

Cabe señalar que la Sociedad de Escritores de Chile había tomado la decisión, por acuerdo unánime de su directorio, de ausentarse de la votación celebrada el día 25 de agosto de 1978, en procura de recabar su nulidad, como dura y explícita protesta. Filebo, en las páginas de la revista Qué Pasa, daba cuenta de su posición y la de sus colegas:

“En mayo de este año, la Sociedad de Escritores de Chile manifestó su intención de marginarse del jurado si no se introducían ciertas reformas a la ley que reglamentaba la concesión del premio. La elección del viernes, después de la repentina modificación de las normas respectivas, que determinó que el premio sería otorgado ‘por simple mayoría y con el número de miembros que asista a la reunión’ —lo que permitía otorgarlo a pesar de la marginación de la Sech—, provocó incertidumbre y diversas reacciones en el mundo de las letras.”

El problema, según Filebo y los suyos, nacía de la intención de importantes miembros de la Academia Chilena de la Lengua en promover y respaldar a su propio director, el profesor y lingüista Rodolfo Oroz Scheibe como candidato al Premio por el año 1978. Sánchez Latorre calificó de indecorosa aquella propuesta, donde la Academia aparecía como juez y parte en la resolución.

Además, un amplio sector de la crítica especializada expresó su molestia, asociando derechamente aquella decisión con la intencionalidad política del gobierno militar (Dictadura) y su interferencia ampliada al quehacer artístico y, en este caso, literario de la nación.

Frente al impasse, la Sociedad de Escritores procedió a retirar a su representante de las deliberaciones. El Ministerio de Educación, con un golpe de timón autoritario, promulgó un decreto que establecía la elección del Premio Nacional de Literatura por simple mayoría y con el número de miembros que concurriera a la reunión. La SECH, como tantas veces, quedaba excluida por la burocracia estatal.

Rodolfo Oroz, muy orondo, se quedó con un premio que debiera ser otorgado a la creación literaria y no a los estudios lingüísticos, por bien escritos que estén. (Declaro mi afición a la gramática y a la filología, pero se trata de disciplinas propedéuticas y no creativas).

Sánchez Latorre, en un artículo de Las Últimas Noticias, declaró, respondiendo al doctor Oroz sus latos argumentos de haber recibido un premio legítimo y bien ganado:

—El doctor Oroz obtuvo un premio que correspondía hasta hace poco y en buena lid a los escritores. Quiera Dios que su confusión no nos confunda. Excusemos, desde luego, su destemplado ataque a los ‘ociosos que escriben novelitas y cuentecitos’. Pero, doctor Oroz, ¡si ésta es la literatura: la que se escribe en ‘novelitas y cuentecitos’!

 

La escritora Sara Vial, con su pluma directa y fustigante, opinó:

—La noticia, pues, no debió tomarnos por sorpresa, dado el mar de fondo que la precedió. Había razones para sospechar que se produciría la debacle. La Sociedad de Escritores, ausente del jurado por primera vez en la historia de casi medio siglo de literatura premiada; los escritores obligados a enviar sus currículums como crédulos estudiantes que esperan la omnipotencia de una voz celestial que los ‘alce’ a la consagración oficial; la necesidad de buscar instituciones de prestigio para que ‘avalen’ a los más afortunados, etcétera. ¿Qué se podía esperar?

 

Por su parte, Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez Langlois) arremetía desde las páginas de El Mercurio (las mismas donde hoy es todo obsecuencia con el Poder):

—Si no comienza ahora mismo un proceso de rectificación en la materia es de temer que dicho premio, antes rodeado de cierta mínima aureola de justicia – a pesar de lo discutible de todos los fallos en este orden de cosas – y hoy bastante desprestigiado, pierda el poco prestigio que aún le queda entre escritores, lectores y gentes de letras.

 

Rodolfo Oroz

 

Roque Esteban Scarpa: En 1980, el premio fue para un profesor mistraliano

Dos años más tarde, el Premio Nacional de Literatura 1980, recaerá en las manos de un maestro de la literatura, poeta y ensayista destacado, Roque Esteban Scarpa (1914 – 1995).

El escritor y profesor puntarenense tenía entonces sesenta y seis años, así es que pudo disfrutar los beneficios, honoríficos y pecuniarios, durante un cuarto de siglo. Hay que reconocer que su designación, merecida por su indiscutible trayectoria y el peso cualitativo de su obra, resultó consensual, atenuando en parte las críticas de la intelectualidad, ya fuese institucional e independiente. Se trataba de un creador literario de vasta obra y sólido currículo.

Recordemos que en 1978, el mismo del bullado “caso Oroz”, la Sech fue despojada de la subvención anual que recibía del Estado, otorgada bajo el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez, que permitía el mantenimiento de los gastos básicos de la Casa del Escritor.

Cuando le fue otorgado el Premio Nacional a Scarpa, nos reunimos, para darlo a conocer a los socios, bajo la luz de humildes velas. Hacía meses que no pagábamos las cuentas de Chilectra.

De nuestra revista institucional, Simpson 7, recogemos esta nota:

“Durante la década del setenta y comienzos de los años ochenta, en los primeros diez años de la dictadura militar, la SECH fue dirigida por Luis Sánchez Latorre, cuyo ‘prestigio y ponderación’, según López, ‘contribuyeron a mantener a salvo la institución’ (p. 49). Pese a ello, el año 1978 la Sech perdió el derecho a participar con dos representantes en el jurado del Premio Nacional de Literatura. La historia de la Sech durante la dictadura de Augusto Pinochet, según Ramón Díaz Eterovic, ‘no es otra que la historia de los escritores chilenos obligados a crear y expresarse de espalda al miedo, desafiando a censores anónimos y militares de rostros pintados que veían con recelo la literatura'» (Simpson 7, vol II, 1992, p. 12).

Volvamos a Don Roque, como le decíamos quienes tuvimos el privilegio de conocerle. (Recuerdo su cumpleaños de 1984, en su casona de avenida Los Leones, una grata velada a la que concurrimos algunos escritores; Scarpa de terno y corbata, según inveterada costumbre, bailando en medio de una rueda de invitados, con un gorro de papel dorado y puntas de monarca literario, con su sonrisa entre tímida y cautelosa y los ojos brillantes y complacidos, como niño candoroso y feliz… Sí, es una simple anécdota, pero la literatura está hecha, en gran medida, de ellas, a despecho de críticos a la violeta y de tontos graves de todas las edades; hechos sociales que nos hacen más humanos y menos literatos).

Roque Esteban Scarpa nació en Punta Arenas, el 26 de marzo 1914 y falleció el 11 de enero de 1995 poco antes de cumplir los 81 años. Estudió en el colegio San José de los Padres Salesianos y luego en el Liceo de Hombres de Punta Arenas. Fundó la revista liceana Germinal y dirigió el grupo literario Revelación. Comenzó a escribir desde muy pequeño, tal como él mismo contara. Terminó el colegio a los quince años. La familia se trasladó a Santiago y Roque entró a estudiar Química y Farmacia, carrera de la que no egresó, pero cuyos conocimientos adquiridos le fueron útiles en su obra ensayística, como él mismo afirmara.

Su interés por la enseñanza lo llevó a estudiar pedagogía en Castellano, en la Universidad Católica, para culminar su formación académica cumpliendo un doctorado en Literatura en la Universidad de Chile.

‌Fue profesor escolar y universitario por más de medio siglo y su aporte en la elaboración de textos escolares resultó significativa. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, desde 1952 hasta su muerte. Fue director de la Biblioteca Nacional de Chile (1967-1971) y de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM) entre 1973 y 1976, desde donde hizo un gran aporte a las bibliotecas públicas chilenas. Compartió allí labores institucionales con el poeta Juvencio Valle.

También ejerció como crítico literario en los diarios El Mercurio y La Aurora. En España fue condecorado con La Gran Cruz de Alfonso X, el sabio. Son notables sus estudios sobre Gabriela Mistral, destacando Una mujer nada de tonta (Fondo Andrés Bello, 1976), que recomendamos a nuestros lectores.

‌La obra poética de este destacado autor chileno corresponde a dieciséis títulos. Entre los más importantes señalamos: Cancionero de Hammud (1942), Las figuras del tiempo (1942), El árbol deshojado de sonrisas (1977), La ínsula radiante (1978), El laberinto sin muros (1981), Ciencia de aire (1981), Variaciones sobre un antiguo corazón (1981) y Madurez de la luz (1987).

El poeta y profesor, Juan Antonio Massone, quien fue su discípulo y amigo, concluyó acerca de su premio:

“El país expresa de tanto en tanto su reconocimiento hacia la tarea de sus creadores. El país ha asistido a premiar no una obra de más o menos fortuna crítica, sino a una vida que se descubrió a temprana edad para hacer de ella un acrecentamiento de los valores espirituales. Bien por Chile y bien por Scarpa… Todo le ha venido con esa enorme responsabilidad de no ser un premio para el ayer, sino una respuesta forjadora de nuevos días.”

En revista Ercilla, Scarpa se referirá a su premiación con su acostumbrada modestia:

“El Premio para mí es un honor, pero también una servidumbre porque presupone la continuidad de una obra. No es una canonjía para que el autor repose en paz. La responsabilidad se hace mayor, incluso de carácter cultural: uno tiene que poner al servicio del país aquello que pueda incentivar a los demás.”

Hay un aspecto de Roque Esteban Scarpa que, a mi juicio, constituye una virtud que debiese ser más apreciada en el mundo de las letras, en nuestra pequeña república, más parecida a una aldea, donde suelen campear envidias y ridículas odiosidades; sí, su carácter de epígono, de divulgador de la obra de otros, lo que constituye una función didáctica y de proyección creadora en la difícil fraternidad del arte.

 

Roque Esteban Scarpa

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Encuentro entre los presidentes Jorge Videla, de Argentina, y Augusto Pinochet, de Chile, en 1978.