Premio Nacional de Literatura 2020: En 1976 casi lo gana un general inspector de Carabineros

En ese entonces, al oficial de la policía uniformada René Peri Fagerstrom lo respaldaban los Institutos Culturales de la región de Coquimbo, y aunque estuvo cerca de que su nombre fuera inmortalizado en el panteón local de las letras institucionales, finalmente el galardón se lo llevó el ingeniero Arturo Aldunate Phillips.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 25.6.2020

Comenzaremos esta tercera entrega con una acertada aclaración, de nuestro amigo, el novelista Walter Garib Chomalí, sobre la periodicidad del Premio Nacional, citándole textualmente: “De esto hace unos diez años, en una conversación que tuvimos con Virginia Vidal, en el café, nos dijo que el Ministro de Educación de Allende, en 1972-3, un radical, Jorge Tapia Valdés, que también fue intendente de Ricardo Lagos, decidió, a fines de 1972, modificar la secuencia del Premio Nacional de Literatura, para que se otorgara cada dos años. Creo haber visto en Internet igual noticia. Como se vivía en permanente vorágine a mediados de 1973, la medida no se evaluó en su oportunidad”. A los militares les pareció adecuado.

Arturo Aldunate Phillips (1902-1985) obtuvo el premio en 1976. No obstante que aparece en la red virtual con la categoría de poeta, su historia personal nos dice que: “A los 19 años escribe su primer libro, un poemario llamado Era un sirena, escrito para su novia, con quien se casaría un año más tarde. Tras la crítica de Alone, Arturo decide retirar el poemario de las librerías y quemarlo en el jardín de su casa”. Mario Ferrero nos advertía, en el Refugio López Velarde, cuando aún éramos jóvenes, de no escribir jamás poemas de amor a las pololas o novias o pretendientes; menos todavía editarlos, porque si resulta comprometedora una simple carta, imagínense el testimonio de un libro. Le encuentro razón, ahora, pero quién no pecó de la desorbitada ilusión de fijar sentimientos volanderos en estrofas líricas.

Arturo Aldunate desarrolló una brillante carrera de ingeniero. Llegó a ser gerente comercial de la Compañía Chilena de Electricidad, Chilectra, director de la Empresa Nacional de Transportes Colectivos, entre 1931 y 1941, creador y organizador de Ingeniería Eléctrica S.A.C, Ingelsac, entre 1942 y 1946, consejero de la Confederación de Producción y el Comercio, gerente general y vicepresidente de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), director del Banco Panamericano, de la Empresa Nacional del Petróleo ENAP, entre otros importantes cargos desempeñados con singular lucimiento y eficacia. Un perfecto self made man, paradigma para los Chicago Boys.

Qué mejor candidato para el segundo premio literario entregado por la Dictadura. Escritor sin contaminaciones de literatura social ni de sesgos sospechosos. En él no se dio la imagen del escritor deprimido, contestatario y menesteroso. Ahora, no desmerezcamos con ironía corrosiva sus méritos de escritor, porque los tuvo, aún los exhibe en su obra, si nos damos el trabajo de releerla. Además, trabajó en la Academia Politécnica Militar, realizando las cátedras «Humanismo Científico» y «Cibernética» entre los años 1968 y 1978. (El “humanismo” en el mundo castrense debe ser como la “ética empresarial” en la CPC).

Fue también miembro de la Academia Chilena de la Lengua y de la RAE. Se destaca como ensayista de temas de divulgación científica, en los que despliega sus sólidos conocimientos en una prosa depurada y eficaz que capta la atención del lector. No obstante, le rondaba la poesía de sus años juveniles y, en 1940 publicó un libro que no ha perdido su vigencia: Matemática y poesía: ensayo y entusiasmo, a través de cuyas páginas se propone reestablecer una relación de materias en apariencia antagónicas, pero que para los griegos resultaban complementarias. Recordemos que en la Grecia antigua, para acceder a la categoría de Poeta, era necesario antes aprobar dos años de matemática.

En 1964, publicó Los robots no tienen a Dios en el corazón, obra que le hizo acreedor al Premio Atenea de la Universidad de Concepción. En 1976, fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura. Estaba entonces muy enfermo, a punto de quedar ciego. En 1981, publicó su último libro de humanismo científico: Luz, sombra de Dios: por la ciencia hacia el creador del universo. Falleció el 24 de junio de 1985.

Transcribimos el texto oficial de fundamentación del Premio Nacional de Literatura 1976:

“El Jurado ha tenido en cuenta diversos aspectos de la labor literaria del Sr. Aldunate para otorgar el Premio, entre ellos especialmente: la continuidad de una extensa vida consagrada a la literatura y a la divulgación científica. Esta cualidad le ha permitido constituirse en creador de un género nuevo en nuestro país: el ensayo científico, escrito con belleza literaria. Para el jurado la obra del Sr. Aldunate Phillips representa un paso decisivo en el conocimiento de las ciencias de nuestro tiempo. De igual manera encarna una alta expresión de espiritualidad y de amor por sus semejantes. Aparte de las virtudes expuestas, es útil subrayar que el conjunto de la obra del Sr. Aldunate Phillips posee valiosos alcances internacionales y que, por lo mismo, ha sido acreedor a distinciones de indudable relieve para su Patria. Las proyecciones didácticas de los libros del señor Aldunate son en la actualidad puntos de avanzada en la difusión y el conocimiento del mundo que toca enfrentar a los jóvenes de nuestros días.”

Cabe destacar que hubo otros dos candidatos con pretensiones y apoyo de diversas entidades regionales, disputando, en hípica imagen, palmo a palmo, la versión 1976 del Premio. Por la región de Magallanes comenzaba a sonar el nombre de quien iba a recibirlo una década después, Enrique Campos Menéndez, sustentando su mérito narrativo en obras que ensalzan el brutal colonialismo patagónico, en la pretensión de transformarlo en epopeya. Al segundo postulante, el general de Carabineros René Peri Fagerstrom, lo respaldaban los Institutos Culturales de la región de Coquimbo. En una publicación del diario El Día, de la Serena, de 26 de julio de 1976, se leía:

“Nacido en 1926 (René Peri), es un exponente de la nueva generación poética y literaria chilena, que ha tenido más suerte en el sentido de conseguir que su obra se edite y difunda a todo nivel nacional”.

Ministro de Tierras y Colonización bajo la dictadura de Augusto Pinochet y General Inspector de Carabineros, se le mencionaba como: “un destacado escritor, habiendo recibido numerosos premios por su obra literaria”. Su calidad no me consta, pero no la desmiento, porque no lo he leído ni lo haré, pese a que fuera amigo de mi maestro Filebo (nadie es perfecto).

Curioso, en todo caso. Nunca imposible. Imagínense al general Rozas, gritando a voz en cuello, desde la estatua de Baquedano: “No cantéis a la piedra, oh manifestantes, hacedla florecer en la barricada”.

 

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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Arturo Aldunate Phillips

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Crédito de la imagen destacada: Kena Lorenzini.