“¿Quieres ser John Malkovich?”: Las imágenes del «yo es otro»

La cinta dirigida por el realizador estadounidense Spike Jonze y escrita por Charlie Kaufman constituyó una verdadera revelación audiovisual y dramática para quienes se asomaron a la apreciación del fenómeno cinematográfico en los albores del siglo XXI, cuando fue su estreno en la cartelera comercial de Chile, durante el segundo semestre de ese inolvidable año 2000.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 21.6.2020

A priori, dos desafíos que aparecen después de volver a ver esta película que ya tiene más de veinte años. El primero, radica en la continuidad de las carreras de Spike Jonze y Charlie Kaufman. Mientras el director del filme hizo Her (2013), el guionista trabajó lo suyo con una especie de precuela mental de la película en comento, El ladrón de orquídeas (2002), con Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) y con la excepcional Anomalisa (2015).

Por ahí vendrán las referencias a un universo audiovisual que siguió cultivándose desde este punto neurálgico. A eso quiero sumarle que el mundo en que se escribió el guion que vive en casi dos horas de fotogramas ha cambiado y no. Por una parte, el desarrollo de tecnologías informáticas, telemáticas y telepresenciales ha sido inusitado en dos décadas. Por otra, los niveles de contaminación, la precarización de la salud mental, la política internacional, a modo de ejemplo, no han dejado de ser lo que se auguraba a fines del siglo XX.

¿Por qué John Malkovich? ¿Por qué no? En una entrevista, Kaufman declara que él trabajaba el guion al menos desde 1994. Malkovich, a esa fecha, llevaba casi veinte años haciendo apariciones y participando en producciones cinematográficas, como ¿una cara más o menos reconocible? Vi la película por primera vez hace unos quince años y creo que no vi alguna en cuyo reparto estuviese Malkovich. Todo nuevo bajo el sol, fue. En la cinta de comento, el actor es más conocido por una actuación en una película sobre un ladrón. Puede ser Malkovich como puede no ser en absoluto. Aunque el actor, en un cameo casi perfecto, se somete a una autosatira, al convertirse en el personaje del personaje. No estoy pensando en el personaje principal (o uno de ellos), el titiritero Craig Schwartz (John Cusack) ni en el guionista. Sino en la posibilidad de participar de una ficción sobre sí mismo, sentir lo que puede ser un John Malkovich en una realidad que podría ser la suya, por más absurda e hilarante que nos parezca la trama. Una posibilidad de intervenir en un espacio bien in media res de un viaje mental que paga y paga el espectador.

Lo entretenido de esta película es la trayectoria del espectador con la secuencia del argumento. Ir sugiriendo estructuras de continuidad puede ser una buena forma de leer el filme, aunque éste se encarga de ir destruyendo las posibles predicciones del otro lado, dejando a la película como sujeto del azar. Es una estructura teatral, una comedia que va mutando en tragedia y de regreso. Una estructura, tal vez del pequeño tinglado para desplegar títeres y moverlos en función de su realismo —en extremo— total al momento en que la emoción y el pensamiento se manifiesta. Y la destrucción de lo previsible que puede llegar a ser un guion se detiene como obra de lo absurdo, como oportunidad para ir reforzando uno que otro rasgo psicológico de algún personaje o como un instante para dejarse llevar por una pregunta filosófica con gravedad cero.

El absurdo y las pausas que van desajustando los ritmos de narrativa o falta de, en lo que la película concentra. De pronto, en una oficina ya atípica, donde la gente anda algo encorvada te parece que no todo es archivos y meter y sacar documentos. Te vuelve la película en algo mental, es un viaje que te muestra una serie de imágenes que implica esa fantasía del Rimbaud en Abisinia: “yo es otro”. La traducción del título original de la película (Being John Malkovich) para España, por ejemplo, es otra, dígase: “Cómo ser John Malkovich”. Es interesante esa frontera que está marcada por el pensamiento de la acción. Quizás “¿quieres ser?”, “cómo ser” o el “being” (siendo) nos pone en una relación distinta con respecto al argumento mental de la película o de cómo se construye al espectador al momento de formular preguntas y respuestas.

“Quieres ser”, en pregunta, me parece interesante de notar. El deseo, la obsesión, las ganas de explorar, la importancia de la experiencia. Que Craig o Lotte quieran ser John Malkovich nos pone en una fisura del deseo compartido con respecto a los demás, como una competencia con otros respecto de quien satisface el deseo. Me recuerdo de una parte de Fragmentos del discurso amoroso de Roland Barthes, donde dice: “dime a quién desear”, a propósito de la situación donde otra persona va empleando el lenguaje para darle vida a su deseo de otra persona.

Más allá de todo eso, el deseo es de ser otro. Lo que en realidad se lee mejor cuando el deseo es de tener un deseo correspondido y, a la vez, uno deja de ser uno mismo, para la forzar una correspondencia del deseo. El yo cambia de nave. Atención al traslado del deseo que es y no. El deseo nace en uno. A propósito de algún malentendido con Barthes. La rivalidad puede generar eso que el escritor francés conceptúa como “connivencia”. La situación trial es una posibilidad concedida en este filme, consúltese fuente de referencia.

Después de películas que juegan con la ambivalencia de ser deseado y no ser deseado, porque hay algo más, que la reciprocidad nos deja eco. Algo que nos puede resultar cercano, pero es lejano. Un problema en la una vieja nueva complejidad de las relaciones humanas. La ceguera y sentido del deseo. La reciprocidad es una casita donde puede descansar la realización de un propósito, uno armónico y desinteresado. Una casita donde los opuestos no luchan, sino que se entienden e integran para un fin común.

Al mismo tiempo, ser deseado y no ser deseado, es un estar y no estar en un lugar frente a la gestión del yo. Un yo que simula crecer, cuando solo se para en los hombros de un simulacro para evitarse, ver lo que desea ver y sentir lo que desea sentir. La película sugiere un viaje, una alienación, de alguna manera. En la forma cómo los personajes se dejan manejar por sus propios deseos y en la forma cómo nos podemos transformar en malos consumidores de nuestros propios sueños.

¡Y tal vez esos sueños sean los placebos autoinducidos de una máquina mayor! El límite de lo físico, el límite de la propia vida. En eso último, Das Leben der Anderen (La vida de los otros, 2006) también lo sitúa, ¿hasta dónde somos capaces de expropiar lo propio en pos de lo ajeno? ¿Podemos seguir huyendo de nosotros mismos? En el ejercicio de ofrecer la experiencia de algún otro relato, una secuencia bien in media res, algunas secuencias desde el huevo, imaginarias, que produzcan más serotonina, mayor satisfacción.

Desde los videojuegos hasta la realidad virtual, las redes sociales, la oferta de yo es otro, es demasiado tentadora. La posibilidad de escapar a lo enervante de la vida en el capitaloceno, lo excepcional, lo que rompe la rutina, lo que disloca. En la forma que venga. Si viene a partir de un libro o en la forma de zapatillas nuevas. Hay una economía del deseo. Veamos si lo que va construyendo con mayor velocidad de lo que destruye. En la economía del deseo, John Gavin Malkovich actúa de John Horatio Malkovich. Trae a colación los beatus ille, los carpe diem frente a los aurea mediocritas (términos medios), por pensar que se trata de ese Horacio.

El filme además de tener una trama mental, ironiza a partir de la realidad como ensayo de la vida humana, un lugar donde uno podría equivocarse y no sería uno quién se equivoca. Veamos si las manifestaciones creativas que emplean formas de simulacro no quedan libres de esto. Un poema despercudido de todo error (y toda posibilidad de), por ejemplo. Un cuerpo ajeno que es maltrecho, que envejece, que nos incumbe a lo más puro. Si Malkovich está mal, yo no lo estoy, aunque lo esté siendo, ¿o sí lo estoy?

La falta de realización es una cadena. Que puede partir en uno mismo y extenderse a todo lo que toco o lo que se vincula conmigo. Ya no es, como se decía en 1999, ver la realidad a partir de los ojos de otra persona. Es solo una nave donde yo estoy y finjo no estar. Tanto como si fuera tener otro rostro para ser otra persona. Hoy me puedo ir a la cama como John Malkovich y mañana despertar como, ¿Juan Rojas?

Sé es otra mente, se dispone de un cuerpo para lograr algo. Casi como en el capitalismo, disponer de un cuerpo para intervenirlo, menguarlo o explotarlo. La locura que no está encerrada. La misma película es un vector de narrativas discontinuas que permiten tratar de ser, con otros. Una reformulación cartesiana al “siento, luego existo”. Poniendo énfasis en los sentimientos, las experiencias (Erfahrung) y cuál es su relación con el lenguaje que la diferencian de las vivencias (Erlebnis). De la distancia conceptual que pone Walter Benjamin, que es lo que nos queda, lo que nos moviliza, lo que nos posiciona como observadores de una ruptura existente pero invisible.

Los ojos de una posibilidad de no ser, a través de la verdad inconfesable que oculta el humor, una pérdida de la fuerza de gravedad. Y no ser, ¿cómo es ser John Malkovich realmente? Escenas como la del taxi o la de la barra, donde es reconocido como tal. Y de la posibilidad de no ser, la de tomar una dirección antojada —y aceptada— distinta a cualquiera prevista, dar un giro en cualquier narrativa posible, destruirla y volver a narrar de nuevo, desde un grado cero.

Quizás sea probable que por una falta de realización en el capitaloceno, una falta de comprensión y el estallido de yoes que se gestionan no de una manera armónica, que el consumo de los propios sueños y la búsqueda de notoriedad, sacar la voz y decir tu nombre, sea una empoderación que bien podemos ver con cuidado y que bien podemos ver como una tarea de autoconocimiento y canalización, pensando en cómo vivir la vida, cómo vivir con otros.

¿Quieres ser John Malkovich? (1999) es un trabajo fantástico sobre la tentación de otra vida, una vida que hoy no nos es poco posible, en tanto programamos la forma cómo otros nos ven y los aspectos más íntimos nos definen realmente. Este argumento se retoma en Anomalisa, posicionando a las relaciones en un crisol de una sociedad freudiana sostenida por arquetipos y una saciedad de tejido lacaniano, ¿así es realmente la sociedad que nos ha tocado habitar? Dejo la inquietud.

 

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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Nicolás López-Pérez

 

 

Imagen destacada: El actor estadounidense John Cusack.