«Robin Hood»: Un filme de hondos significados políticos e ideológicos

El análisis histórico, estético, oculto y multidisciplinario de la popular obra audiovisual del realizador inglés Otto Bathurst -actualmente en la cartelera local- a cargo del destacado profesor titular del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 10.12.2018

Ucronía viene del griego tiempo (cronos) y sin (u). Un espacio descrito, que no ha existido en ninguna parte, pero que se ofrece como espejo de lo posible. Hecha esta advertencia, debemos decir que esta es una película engañosa, ya que no habla de la leyenda de Robin Hood, sino que deconstruye la historia y el personaje, aunque por la superficie parezca solo diversión, bien leída hay claras alusiones al estado actual del mundo, las migraciones, el abuso de poder, la amenaza del islamismo, y las visiones edulcoradas de Oriente frente a Occidente.

El filme se inicia con una potente escena donde un grupo de cruzados con arcos, incluidos el noble Robin de Locksley (Taron Egerton) hacen una incursión en una villa árabe. Son recibidos con una eficaz maquina lanza dardos (aunque en la realidad eran mejores las romanas y griegas que las medievales) manejada por un hábil “francotirador”. Los cruzados con trajes mimetizados apenas disimulan su parecido a las tropas en Irak. Incluso en los modos de obtener la información con tortura y chantajes, con partidarios y adversarios de esa técnica, es más menos la misma discusión de hoy y que también hubo en esa época. Toda la película desafía nuestra imagen de aquella época, partiendo porque trajes y cortes no corresponden (notable el abrigo tipo alemán del villano, y su corte perfecto de chaqueta sin solapas), hasta sutilezas como que las ballestas parecen armas semiautomáticas.

Desde luego es un contrasentido que el arco doble inglés, la gran arma de la maquinaria de Enrique II frente a los franceses, sea un arma de los villanos o plebeyos, y aparezca aquí todo el tiempo manejada por un noble y renegado Robin. Su eficacia con aquella es similar a la de Arrow, y los efectos de las flechas son mortíferos, ¡que decir de las ballestas! Por supuesto, que un noble habría blandido la maza, la lanza o la espada, dejando el arco y a la flecha a aquellos feroces guerreros de Crecy (1436) y Agincourt (1415) contra los caballeros. Pero acá el enemigo es la infantería, una maquinaria temible más parecida a las legiones romanas o a los startroopers. Un cuchillo corto solo es arma plebeya: la misma con que los arqueros y auxiliares ingleses asesinaron a cientos de nobles caballeros franceses, ya rendidos, introduciendo cuchillos por los intersticios de las armaduras.

Más claro es esto, cuando la imagen central del poder en Nottingham. Están los ricos y poderosos, la Iglesia y el sheriff de Nottingham, un notable y odioso (Ben Mendelsohn) que se encuentra rodeado de su tropa personal. Ahí habla sobre la inminencia del peligro islámico. La imagen recuerda a la estética del discurso de la Primera Orden en Star Wars, una escenografía fascista, ahistórica y completamente ficticia, pero a la vez atrayente visual y auditivamente. Pero al final, nos enteramos que su política de extraer impuestos es para financiar a los islámicos, y derrocar al rey inglés (así nos enteramos que esa ciudad es nada menos que el centro de la política mundial) que ha ido a combatir al Medio Oriente -se trata de Ricardo I o Corazón de León (líder de la III Cruzada entre 1189-1192)-, una sutil referencia a Arabia Saudita y Estados Unidos.

No es difícil encontrar en este discurso, cierta intensidad ideológica acerca de la primacía del orden y la seguridad. A la vez el guión es poco sutil al mostrar una ciudad industrial antes de la revolución industrial del siglo XIX. Las minas como ejemplos de un control social se muestran en una masa de pobres que son explotados por el poder y la Iglesia Católica.

La unidad entre la opresión del poderoso y la Iglesia (surcada por una breve referencia a la pedofilia) corresponde al patrón de las creencias del progresista actual en política. La sinceridad está fuera de Occidente, ya que las únicas convicciones reales son las del negro islamista, “pequeño Juan” (James Foxx), quien es el único que cree en otra vida, mientras todos los demás son falsarios de sus convicciones. La cristianofobia de la película es extravagante y constante en todo el relato, a la vez que hace gala de un islam tolerante y culto, totalmente contrario al de hoy.

El exceso de caricatura, que se evidencia en un Estado opresor, donde jamás aparece el rey, y se combina con los mecanismos de trasmisión del poder, que hacen de un político moderado, el instrumento de la Iglesia, a la vez que el fracaso del gobernador.

Más extraña es la forma en que se ve la nobleza. Robin no tiene familia, no tiene sirvientes, no tiene poder. Es solo él, carece de familia, de parientes, de sirvientes y de vasallos. Está más desarmado que Batman cuando es el huérfano de oro. Las máscaras de los soldados del gobernador, más nos recuerdan a V de Venganza, en que el individuo se revuelve contra el Estado, en vez de una leyenda medieval. Es evidente, porque Robín se enamora de una plebeya y pasa de un estamento a otro con mucha facilidad. Es un ladrón de casta, mientras que los demás siguen siendo ladrones puros y duros.

En este “Medioevo” ficticio, todo nos proyecta a nuestro presente global. El romance entre Robin y Marian es tan posmoderno que es atemporal. Un romance del siglo XXI en el XII. Estamos ante un Robin Hoood totalmente de-construido, donde la historia es resignificada, en un modo más político que Abraham Lincoln cazador de vampiros.

Finalmente, aparenta ser como el Montecristo de Alejandro Dumas, donde Robin vuelve de fuera para la venganza, pero la redención de Robin es convertirse en leyenda del pueblo contra su propio origen. No reconstruye su poder o fortuna, sino que asume un liderazgo político desde la protesta y el robo (el enfrentamiento entre mineros y los soldados califica para una de las mejores imágenes de policías contra manifestantes). Ahí tiene el amor de Marian (Eve Hewson), aquí decididamente plebeya (en otras versiones es noble) que es la política que inspira e incita, acorde a los tiempos que corren hoy.

La historia tiene su gracia, es rápida y efectiva. Música y fotografía están bien logradas. Pero ciertamente Robin Hood es una excusa para mostrar en el medioevo (y una Inglaterra con mucho negro) los conflictos del presente global. Diversión sí, pero con mucho guiño a la realidad y desde luego un decálogo de las creencias del progresismo global, con todo lo que significa como realidad pre-hecha, ajena la historia y a la verdad. Un buen relato para una historia falsa y francamente ucrónica, una película trepidante que, por más que parezca de cine de matiné, es hondamente política.

 

Robin Hood. Dirección: Otto Bathurst. Guión: Joby Harold, Peter Craig y David J. Kelly. Fotografía: George Steel.  Música: Joseph Trapanese. Elenco: Taron Egerton, Eve Hewson, Jamie Foxx, Ben Mendelsohn, Jamie Dornan, Tim Minchin, Bjorn Bengtsson, Paul Anderson. Estados Unidos. 2018. Duración: 1 hora y 56 minutos.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

 

El actor Ben Mendelsohn (en el papel del Sheriff de Nottingham) en «Robin Hood»

 

 

 

 

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