SANFIC 16: «Blanco en blanco», corazón de las tinieblas

Ambientado en la zona de la Patagonia nacional de fines del siglo XIX, el filme del realizador chileno Théo Court —galardonado en la categoría Horizontes del prestigioso Festival de Venecia 2019— exhibe una reflexiva visión del casi desconocido genocidio perpetrado contra la etnia selk’nam, por parte de los colonos de origen europeo durante esa época.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 18.8.2020

Pedro llega a la Patagonia para fotografiar el matrimonio de míster Porter con Sara, quien es prácticamente una niña. Él es un misterioso terrateniente cuya presencia se limita a recados de otros personajes. Y con eso basta, porque con su palabra crea y destruye, reina y somete a los colonos de ese territorio hostil. Ella es una chica que apenas habla y que posee una belleza que obsesiona a Pedro. Empecinado con fotografiarla con una toma atrevida, se granjea la ira de Porter y es arrastrado a participar en el genocidio selk’nam.

Interpretado por Alfredo Castro, el fotógrafo de Blanco en blanco es un personaje singular. Su obsesión con la belleza raya en el fetichismo y no conoce límites. Ante el lente de su cámara, Sara es acaso un oasis de pureza en medio de una tierra oscurecida por colonos deshumanizados, pero también el modelo perfecto para su cámara. Es luz sobre oscuridad y quizá un reflejo del idealismo que busca en la fotografía.

En medio de un paraje tan adverso, el director Théo Court y su coguionista Samuel M. Delgado, parecieran dar a entender que nadie está a salvo. Uno de los personajes que acompañan a Pedro, un extranjero, mira a las mujeres selk’nam como si fueran muñequitas con los que se puede jugar. Pedro mira con disgusto, pero calla. No participa activamente de las barbaridades cometidas contra este pueblo, pero frente a una cámara fotográfica su perspectiva siempre parece mutar.

Cambian los niveles de obsesión, pero el problema sigue siendo el mismo. Blanco en blanco muestra así el genocidio selk’nam con un dispositivo que no dramatiza. Simplemente observa fija y sostenidamente. Court sumerge al espectador en una Patagonia que es capturada a través de lentes amplios y planos largos con el fin de que este mire y seleccione. Hace avanzar el tiempo con parsimonia y la herida que intenta retratar se hace así más evidente.

En ese territorio que ha trastornado el hombre occidental, hay, sin embargo, espacio para una belleza que es aun más real y desconocida. Es un destello de luz que ni Pedro ni ningún colono puede entender. Es un espíritu que camina, es quizá ese blanco sobre el blanco del paraje que anuncia lo eterno y, por lo tanto, una verdad que no conoce palabras. Pero para llegar a él, la película se toma su tiempo y le pide paciencia al espectador. Le solicita que participe activamente ya no en su argumento, sino en su sometimiento del tiempo para que así él mismo se horrorice de los crímenes que se cometieron a principios del siglo XX en la Patagonia. No es maña de los realizadores, sino una comprensión del dispositivo cinematográfico en su posibilidad de retratar algo más allá de lo puramente visible.

Paul Schrader en su libro El estilo trascendental en el cine estudia extensamente este fenómeno, específicamente en el cine de Dreyer, Bresson y Ozu. En la filmografía de estos directores, salvando las particularidades de cada uno, se encuentra una misma preocupación formal que se refleja en el tiempo, motivo que se consigue comúnmente a través de la toma larga.

Blanco en blanco no la emplea caprichosamente (aunque puede que se le pase la mano con el tedio que consigue). Su cámara rara vez se mueve. Cuida la composición del plano y las fuentes de luz con gran delicadeza. Los personajes hablan, por lo general, lo necesario y deja que sea la imagen la que con su elocuencia no verbal interpele al espectador gracias a la cuidada y lúcida fotografía de José Ángel Alayón.

El territorio patagónico en sus manos cobra vida y diferentes texturas. Puede ser un blanco frío y cegador, una noche apenas iluminada por unas antorchas o una cabaña donde reina el exceso y lo grotesco. Hay luz, pero predominan las tinieblas. Son los selk’nam que son cazados brutalmente, es Porter con su presencia de dios postizo y una humanidad perdida en la oscuridad. No es difícil traer a la memoria El corazón de las tinieblas de Conrad.

Aquí, sin embargo, la oscuridad se ha confundido con la luz.

Blanco en Blanco no va a ser una película para todos los gustos, pero no cabe duda de que es uno de los platos fuertes de Sanfic.

 

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Imagen destacada: Blanco en blanco (2019).