«Solaris», de Andrei Tarkovski: La última piel de lo humano

Analizar y criticar este filme (1972) del realizador ruso es un desafío para cualquier observador de forma y de contenido porque en ella influye más que en otra película del director, el “encuadre” mental de quien la aprecia. El propio autor menospreció esta cinta. La consideró la “menos lograda” de su producción, y lo que más le molestó es el no haber podido trascender por completo aquí, los límites formales y estéticos de una historia de ciencia ficción.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 19.6.2018

“Cada uno habla del mercado, según como le fue en él”, dice un refrán popular muy acertado. Gran parte del análisis y crítica que se hace de una obra de arte depende de cómo el observador transitó por esa obra y depende, en especial, del buen balance entre lo observado y cómo se lo observó. En este sentido, el crítico, el analista y cualquier persona en general, puede conocer lo que conoce pero no puede conocer su conocimiento. Es una cuestión de ordenamiento lógico de la realidad: la parte es inevitablemente menor que el todo. Analizar y criticar el filme “Solaris” de Andrei Tarkovski (1972) es un desafío para cualquier observador de forma y contenido porque en ella influye más que en otra película del director ruso, el “encuadre” mental del que la ve.

El propio Tarkovski menospreció este filme. Lo consideró el “menos logrado” de su producción. Lo que más le molestó es el no haber podido trascender por completo los límites formales de una historia de ciencia ficción. Y es cierto: por más que lo intentó, la imagen de la estación espacial esperando el acople con la nave que transportaba al psiquiatra Kris Kalvin y la ambientación interior de la estación orbital son de una película de ciencia ficción. La idea cinematográfica de Tarkovski, en cambio, es que el la obra no debe ceder a una estructura ajena a la película en sí como un recurso comercial o meramente formal: no es correcto “ir a ver una de tiros” o “una de amor”, sino que hay que ir a ver una obra de arte donde los tiros, el amor o lo que fuera forman parte de la película como excusa material, como un anclaje mnémico para el observador, como lo es la resistencia que ofrece el mármol para conseguir una escultura o la vibración de una cuerda tensa para oír música. Y esto es importante, especialmente, en el filme que le sigue: “El espejo” (1975), donde hasta este anclaje de la memoria en la imagen para poder llegar a la obra, es puesto en absoluto jaque…

Hasta aquí, la duda, lo “objetable” de “Solaris”. Personalmente, creo que esto no es tan dramático. El gobierno soviético -que postergaba hasta un infinito kafkiano el estreno de “Andrei Rubliov” (1966)- quiso encontrarle la vuelta a “Solaris” como la respuesta soviética a la exitosa -y decididamente espectacular- “2001: una odisea espacial” de S. Kubrick de 1968. Por supuesto que en nada se pueden comparar: “2001…” es, sin rodeos, “una de ciencia ficción”, en cambio, en “Solaris”, el Bach del comienzo, el agua que fluye sobre las algas verdes y la hoja rojiza que cruza la imagen y que arrastra a la cámara en su viaje, junto al sonido del agua, ya nos transporta a la “dimensión Tarkovski”. Es otra cosa. Hay otra cosa.

Por empezar, el color. Ausente en “La infancia de Iván” de 1962, prácticamente ausente en «Andrei Rubliov», en «Solaris» es una herramienta de trabajo y expresión más: el color natural de dorados intensos, con claroscuros que recuerdan a la escuela barroca holandesa, alternan con el blanco y negro y distintos virajes para enmarcar diferentes episodios, especialmente a través de contrastes bruscos. El color, si está, debe hacer algo, sostiene Tarkovski en “Esculpir el tiempo”: si no trabaja, es un mero recurso comercial. En una obra de arte ningún elemento utilizado debe holgazanear: si el color no tiene nada para decir, habrá de estar ausente. Lo mismo se aplica al sonido, efectos especiales de sonido y a la música o al silencio. En este último campo del film, Tarkovski abandonó a Vyacheslav Ovchinnikov -compsitor de sus anteriores filmes- y lo reemplazó con el genial Eduard Artemiev, un investigador de avanzada en materia de música electrónica y efectos electrónicos de sonido. De hecho, la dimensión sonora del film es de una belleza, delicadeza y precisión extraordinarias.

 

La historia

La excelente novela del polaco Stanislaw Lem (homónima con el film) exigió trabajar a Tarkovski con el propio Lem y Fridrikh Gorenshtein en la confección del guión. Pero sólo la idea central de la novela permanecería en la película (lo que molestó mucho a Lem): un planeta líquido, que parece funcionar como un cerebro y que ha materializado los recuerdos en los técnicos que trabajaban en la estación espacial que lo orbita. Muchos la abandonaron y de los tres que quedaron, uno se suicidó. Kris Kelvin es enviado para dar un informe acerca de la situación hasta que a él también, Solaris le materializa el recuerdo que tenía de Hari, su esposa suicidada hacía años. Los científicos buscan esconder aquellas memorias vueltas a la realidad “material”: de uno sólo se ve la oreja de una mujer, del otro, un enano que quiere escapar del laboratorio; del muerto, una muchacha que deambula por la estación y que se refugia junto al cadáver congelado de su “recordador” (morirán los hombres, pero no sus recuerdos…). En cambio, Kris comienza a revivir -y a exhibir- su amor por Hari. Con ropa sin costuras, defectuosa, ausencia o incompletud en sus recuerdos, así como la inmortalidad, el recuerdo de Hari comienza a “humanizarse” junto a Kris. Al mismo tiempo, se materializa el recuerdo de su madre con quien “arregla” las cuentas pendientes de su juventud…

 

La última piel

Resulta difícil definir el sentido completo del film sin tener que apelar a contar cómo termina, cosa que no haremos, por supuesto. Pero la historia se centra en el ajuste interior de Kris como modelo de una sociedad -muy terrestre- que lo ha puesto a él como veedor, en una misión que es cúlmine de su carrera, prometiéndole su transmutación en un impiadoso burócrata, cuya decisión al respecto será inapelable. De hecho, en su viaje a la estación, y por unos momentos, sólo se ven sus ojos: él va a ver. Es la vista de los intereses de la Tierra puestos sobre un interés económico en la estación espacial. Con la evolución de su relación con el recuerdo de Hari, la sordidez de su envoltura material se va desgarrando: su amor frustrado por una relación conflictiva entre Hari y la madre de Kris, se cura: el recuerdo, el buen recuerdo: el sano, el sincero, es medicinal. Integra al Hombre consigo mismo. Llega como veedor pero su personalidad comienza a retroceder, a dejar de ver para empezar a sentir: comienza a anoticiarse de la existencia, en él, de una piel lejana en el tiempo y hundida en su psiquismo y que Solaris pone al descubierto… y Kris acepta esta nueva sensibilidad.
Hari, por su parte, entiende lo insostenible de su situación como recuerdo sin pasado, y decide sacrificarse para liberarlo. Finalmente, le entregan, a modo de ofrenda, la mente de Kris a Solaris y éste comienza a volver materiales sus recuerdos en islas de protoplasma, liberando a los demás miembros de la estación, y al errático recuerdo sin dueño, de sus tormentos.

En los últimos diálogos, Kris ya no es quien llega a “limpiar” e investigar una estación desprolija y abandonada. Ya no es un par de ojos que ven y ordenan todo como un policía del régimen: Tarkovski hace un profundo acercamiento a la oreja -al oído- de Kris: ahora es un “oidor”. Sabe que allí, afuera de él, fuera de esa última piel, no hay nada: el vacío lo acosa desde su negrura y lo atrapa entre su nada personal y la nada del espacio. Es así que, en ese progresivo ensamblaje con su memoria, descubre el límite final -abismático- de su existencia.  Kris ha llegado a la vastedad de sí mismo… a su última piel: aquella desde donde comienza a ser él mismo: el amor lo ha rescatado al darle esa sensibilidad perdida… mientras tanto, la Humanidad se despeña rumbo a su narcisista reflejo en la distancia extraterrestre. Lo dice el profesor Snawt: “…en realidad no queremos conquistar ningún cosmos, lo que queremos es ampliar la Tierra hasta sus confines: no necesitamos otros mundos: queremos un espejo…”. Kris, por el contrario, se ha sumergido en su Universo interior y ha descubierto su verdadera forma, su vida interior. Su silencio germinal… allí donde nace su existencia, allí donde reside su última piel: en la profundidad infinita de lo Humano. El otrora poderoso funcionario espacial, había encontrado en la humildad y en el amor su flamante libertad personal…

 

 

 

Filme completo y subtitulado al castellano: