«Star Wars: El ascenso de Skywalker»: Pisando terreno seguro

El gran estreno cinematográfico del segundo semestre de la temporada 2019 -debido al realizador estadounidense J.J. Abrams- es analizado en esta crítica de acuerdo a su carencia de riesgos formales (desde un punto de vista estético y audiovisual), dentro de la estela de un crédito sin duda correcto, pero que pudo haber ofrecido mucho más en la esfera propia de su retórica fílmica y artística.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 18.12.2019

¿Por dónde empezar? Para tranquilidad del fanático por lo más importante: esta nueva entrega de Star Wars es emocionante y entretenida, como todo lo que ha sacado la fábrica del Ratón Mickey de su gran línea de ensamblaje. Es un largometraje vistoso y de envergadura que cierra el ciclo de historias de George Lucas con especial atención a la audiencia, apostando por lo seguro, sin innovar mucho y cruzando los dedos para evitar cualquier asomo de tropiezo.

Esto, porque El ascenso de Skywalker parece jugar a ganador granjéandose nuevamente el aprecio del fanático. Quien escribe estas líneas lo es también y por eso aquí no habrá spoilers de ningún tipo y, dentro de lo posible, un análisis que no caiga en un cinismo odioso, pues estas películas están pensadas para un público infantil, o en adultos que han mantenido vivo a su niño interior (es verdad, por cínico y odioso que pueda sonar). Dicho esto, no profundizaré en información relevante del argumento, salvo lo que la publicidad ha mostrado. Para saber más, el lector lo tendrá que descubrir en la sala de cine o en algún rincón de internet.

El Emperador ha vuelto de alguna forma y en la batalla campal que libra la Resistencia contra la Primera Orden, esto complica seriamente el escenario. Lo único que les quedará para vencer el mal a Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega) y Poe (Oscar Isaac) es el mensaje de esperanza con el que cerraba el episodio anterior.

J.J. Abrams (Nueva York, 1966) vuelve a ponerse en la silla del director en reemplazo de Colin Trevorrow luego de que este fuera despedido de la producción por diferencias creativas. Heredero en lo temático y formal de Spielberg, la nueva Star Wars de Abrams despliega un espectáculo frenético y llamativo como las anteriores entregas, pero inyectándole más esteroides a la pantalla. No son muchas las escenas en las que aquieta su cámara y deja que la introspección mítica se apodere de la historia, pero estas escenas existen y en su justa medida, pues hay muchas preguntas que contestar y un tiempo limitado para resolverlas.

El balance que consigue entre la pirotecnia y el comedimiento audiovisual tiende más a lo primero, pero no descuida lo segundo, pues es necesario y saludable para el argumento. A fin de cuentas, no son solo los sables y las naves espaciales el principal interés de Star Wars, sino la universalidad de sus palabras, enraizadas en lo eterno del mito.

La decisión es importante si tomamos en cuenta el leitmotiv del viaje del héroe que recorre a cada una de sus películas. Es de sobra conocido que George Lucas toma una de sus tantas inspiraciones en El héroe de las mil caras de Campbell (además del cine de Kurosawa, entre otras influencias), pero no como si estuviera copiando con buena letra las palabras de su maestro, sino con atención a la profundidad religiosa que inspira a estos relatos. El interés antropológico de Star Wars estriba, así, en la apertura espiritual de su historia y en la experimentación formal de las herramientas cinematográficas de las seis películas originales (razón por la cual, creo yo, que la primera trilogía fue tan revolucionaria y las precuelas tan incomprendidas).

Los guionistas lo saben, obviamente. Se puede decir que conocen a cabalidad esa impronta mítica, porque la imprimen sin complicaciones y rindiéndole homenaje, aunque de modo escueto y superficial. En esa línea, las referencias que toma de otras fuentes son varias y van de lo general a lo particular, buscando complicidad en el espectador, aunque sin considerar que es peligroso ser monedita de oro.

En ese sentido, el largometraje resulta vigoroso y juvenil; optimista y nostálgico; pero también mecánico y esquemático; apurado e, incluso, efímero. Contiene todos los elementos que hacen a Star Wars un evento transversal a las edades, pero también los defectos que se encuentran en la forma en que Disney ha resuelto sus proyectos en el último tiempo.

Mal que mal, El ascenso de Skywalker debe atar cabos, disipar dudas y expandir su ya colosal universo para que la franquicia todavía sea rentable, sobre todo luego del descontento originado por Los últimos jedi y el largometraje de Han Solo. Es uno de los peligros de contentar a toda una audiencia. Sin embargo, lo hace con buena letra y esmerándose en todo momento, pero con ese fantasma tirándole continuamente de los pies.

Dicho todo esto, Star Wars: El ascenso de Skywalker sigue valiendo la pena. Abrams se las ha ingeniado para ofrecer una película sin mayores altibajos, atractiva y carnavalesca, encantadora por su frenesí visual, pese a sus defectos más evidentes.

Y justamente por eso último, queda la impresión de que pudo ser más. ¿Aunque quién sabe? La trilogía de las secuelas por fin está completa y como tal habrá que juzgarla. El respetable público dirá o, más probablemente, un juez llamado tiempo. Lo que sí me parece seguro es que después de esta cinta, la anterior, Los últimos jedi, se reivindica por su ingenio y vocación de riesgo.

Quizá solo queda una duda. Una pregunta hipotética que cualquier seguidor de Star Wars supongo que debe tener: ¿cómo habría concluido George Lucas esta película y está saga? Sin desmerecerla y desacreditar el trabajo minucioso de los presentes realizadores, pienso que hubiera hecho algo parecido a Disney, pero atendiendo a eso que parece haber olvidado la casa del ratón: la experimentación formal y discursiva del cine, sin presiones corporativas o externas. Igualmente entreteniendo, pero arriesgándose a pisar, de tanto en tanto, terreno no seguro.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

El actor Adam Driver en «Stars Wars: El ascenso de Skywalker»

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Daisy Ridley en Star Wars: El ascenso de Skywalker (2019), del realizador estadounidense J.J. Abrams.