Un adelanto de «Dame pan y llámame perro», la próxima e inédita novela de Nicolás Poblete Pardo

Esta obra (que será publicada por la editorial Cuarto Propio en abril del presente año) es un relato coral protagonizado por una colección de voces-testigos al interior de la comunidad en la que se ha cometido un crimen. La narración se inspira en el caso real de dos mujeres, madre e hija, devoradas por perros, ocurrido en la comuna de Peñaflor. Es el año 2010, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, cuando se empezaba a hablar de la urgencia de tramitar la ley de tenencia responsable de mascotas (promulgada finalmente en 2017). La narración ficcionaliza esta noticia y se aleja de ella en varios sentidos: la madre (quien no es víctima del ataque de la jauría vecina) sufre un brote esquizoide frente a sus alumnos de colegio, donde hace clases de historia de Chile, en una visita al Museo Precolombino, y es internada en una clínica psiquiátrica. Su “episodio” es motivo de observaciones y, en su delirio, la madre asegura que: “la Historia es peligrosa”. La hija (Clara), gracias a la ayuda de una tía (no hay figura paterna), pasa un par de meses en un convento, esperando el alta de su madre y preparándose para entrar a estudiar medicina veterinaria. Clara se interna en el mundo de los animalistas: va a la ciudad con una alcancía y pide plata en el metro para la fundación en la que colabora, a la vez que se encandila con un guapo pero tóxico joven, que tiene un historial de violencia… y una jauría de perros. La novela yuxtapone dos registros: el de las diversas voces que son parte de la comunidad, con sus hablas particulares que reflejan la oralidad, con el del dialecto poético, levemente culto, que usan tanto madre e hija, quienes adoptan el estigma de brujas. En «Dame pan y llámame perro» podemos ver los efectos que produce una masacre al interior de una comunidad. ¿A quiénes culpamos? El resultado es el retrato de una sociedad impulsada por prejuicios, mezquindades, pero que también persiste gracias a la solidaridad y a la ternura.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 15.1.2020

Y aunque llevo mis años en esto y, se podría decir, tengo el cuero bien curtido, igual siempre pasan cosas que te pillan desprevenida. A nivel emocional no es nada de fácil. Fui yo la que se ofreció para ir; ya nos habían dicho que había una persona herida, gravemente herida. Al instante nos informaron que estaba muerta; una mujer joven, de unos veinte años, indicó el primer oficial que llegó al lugar. Por teléfono me contó esto y me preguntó si podía ir con alguien más a la localidad, a esa parcela. El problema era una jauría de perros. Y, como digo, nada la prepara a una, ni siquiera después de tres años de instrucción y tantos otros en las calles, para lo que, a veces, uno tiene que ver. Y es que algo me pasó a mí en mi cabeza cuando, con otra colega de la Brigada de Investigación Criminal, llegamos a esa casa y me puse a inspeccionar el sector. La ambulancia ya había llegado, pero el cuerpo aún no lo habían transferido… los restos. Yo constaté los hechos y vi la sangre en el suelo; tanta sangre. Pero, luego me fijé, la sangre en el suelo terroso, con poco pasto, solo unas malezas y otras hierbas, la sangre estaba mezclada con el jugo de las ciruelas reventadas. No sé cómo lo imaginé, más bien, no sé qué me pasó en mi cabeza, que pensé que algo había sucedido ahí, algo que yo no supe entender. Había unos ciruelos y de ahí caían las frutas, se desparramaban por todas partes. Algunas frutas estaban podridas y parecían negras, llenas de moscas. Pensé en algo raro, como que los árboles, los enormes ciruelos habían agitado sus ramas; como si tuvieran armas esas ramas, y habían arrojado un chubasco de frutos, no todos maduros. ¿Cómo un árbol podía estar envuelto de esa manera? Eso es lo que se me pasó por la cabeza. Quizá por compasión, quizá por vergüenza de ver eso ahí, todo ese destrozo, una carnicería, se lo digo. Sé que es… que no es normal, que es una locura lo que le estoy diciendo. Yo no creo en nada de esas cosas, creo solo en lo que veo no más. Incluso una vecina se enojó conmigo cuando hicimos las entrevistas y dijo que quizá la Virgen, allá en el cerro, había hecho un milagro, que era gracias a ella que las cosas no hubieran sido peores, y yo la hice callar. La miré fijo con estos dos ojos y carraspeé. Y cuando siguió hablando leseras de milagros, la corté en seco y le pregunté si no tenía nada más que agregar; que, si eso era todo, muchas gracias, y que ahora me tocaba hablar con la madre de la chica. Mi colega se quedó en la otra parcela. Qué matadero más terrible. Y con ese calor. Caminé y sentí algo raro, como si el mismo aire estuviera palpitando. Y el olor seguía ahí: sangre, excrementos, ese olor a muerte. Sí, a mí me tocó avisarle a la madre de la chica. Me habían dicho que estaba en tratamiento psiquiátrico, entonces imagínese usted la responsabilidad, y la pena también. Nadie quiere escuchar una noticia así, y nadie quiere darla tampoco. Pero fui yo la que se ofreció para ir, porque yo también soy madre, y, bueno, mujer. Mis compañeros pueden ser un poco brutos cuando les toca dar una noticia así. Es que nadie está cien por ciento capacitado, aunque nos preparen para esto, al momento de informar de una muerte, en especial de una muerte tan terrible como esta. Pobre mujer, si usted hubiera visto su rostro. Yo le pregunté altiro si necesitaba tomar algo, eso uno lo tiene que hacer altiro. Ahí vi que la mujer intentaba comprender lo que yo le decía y también trataba de controlarse. ¡Me dio una pena! Movió las aletas de su nariz. Fue como si estuviera tratando de identificar, como de reconocer, con su cerebro, el olor ese que seguía ahí, como un terror animal. Traté de abrazarla, pero ella se puso rígida y me lo impidió. Aun así, a pesar de que solo la rocé, sentí los latidos de su corazón; una taquicardia. Pero ¿sabe? Ahí fui yo la que se tuvo que sentar. La misma mujer, en la cocina de su casa, me hizo sentarme. Imagínese, ser yo la encargada de informarle, y luego ser ella la que me calmara a mí. Ahora entiendo que mi pulso también se había acelerado. Quizá y era solo mi propio corazón el que… Me senté ahí mientras ella preparaba un té y sentí que mi sangre cambiaba de dirección dentro de mi cuerpo; como que fui consciente de mis venas. Me habían dicho que la mujer había tenido unos ataques de pánico y unos episodios muy fuertes psiquiátricos, y, en ese momento, entendí que a mí me estaba pasando algo parecido: un ataque de pánico, cosa que nunca había tenido yo en todos estos años. Como le digo, llevo años en esto, no soy ni llorona ni sentimental, no especialmente. Qué quiere que le diga. Esto que le estoy diciendo, en realidad no sirve de nada. Es solo por compartirle esta impresión que me tiene en un estado de… que me tiene con esta sensación rara. Pero si hubiera visto ese reguero que cubría la tierra; visto cómo las ciruelas, el jugo de las ciruelas, las cáscaras ahí, aplastadas como pedazos de piel, de cuero ensangrentado. Hacía calor y la sangre se oscureció, sin considerar todas las moscas, y ahí la sangre se camufló. Fue como que los colores se hicieron uno y ya no pude saber… fue muy difícil distinguir qué era sangre y qué no, como en una ilusión óptica. Como cuando vamos en la carretera con la patrulla y, a lo lejos, se ve el espejismo que es agua, pero que cuando uno llega, entiende que no hay agua, y sigues y el espejismo vuelve a aparecer en el horizonte. Ay, qué locura estoy diciendo. Nunca hablo con ligereza; no piense que lo que le estoy contando lo digo a la ligera. Es terrible esto porque, como le explico, nada de lo que le he compartido a usted es objetivo y tampoco sirve de nada.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en Literatura Hispanoamericana (Washington University in St. Louis). Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones y Sinestesia; y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Imagen para este extracto, diseñada especialmente por la artista visual Mariana Pardo

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Crédito de las fotografías a Nicolás Poblete Pardo: Julia Toro (en blanco y negro) y Leo Vidal (en colores).