«Un mar de piedras», de Raúl Zurita: El tiempo de un libro

Con este volumen editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) a fines de 2018, el poeta Héctor Hernández Montecinos —en su labor de recopilador— retrata la vida y obra del imprescindible autor chileno, mediante el montaje de casi cuatro décadas de entrevistas sostenidas con diversos medios latinoamericanos, por parte del creador de «Purgatorio».

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 25.3.2020

¿Cuántas piedras tiene el mar de piedras? ¿Cuál es la extensión del mar? ¿Es decible, es imaginable, cabe en el margen de un par de páginas? ¿Cabe en más de trescientas entrevistas concedidas por Raúl Zurita entre 1979 y 2017 en prensa chilena e internacional? Adquirí el libro el día 23 de mayo de 2018 cuando se presentó en la sala América de la Biblioteca Nacional. Desde el ejemplar, ¿su autor?, me vaticinó con afecto: “todo el amor, toda la pasión, toda la verdad, toda la belleza.” Eso y más he visto en la lectura de Un mar de piedras. Algunos afectos y efectos de regreso:

 

1. Pensé —y sigo pensando— en un diario literario sobre Un mar de piedras, un libro cuya obsolescencia programada no tenga fecha. Probablemente se siga leyendo a Raúl Zurita desde ese lado simbólico de su propia obra. Desde ahí, instantes, lecturas y un pensamiento literario proyectándose más allá de las estrellas irrefutables, del horizonte dantesco, de una lucha que transcurre un solo día y toda la vida. Veo al presente rompiéndose. Paulatinamente. Acabando con los lugares de reunión. Convirtiéndolos en escombros. En cinco meses varias volutas y templos de la civilización se encuentran esparcidos por la ciudad como pedazos de piedra. Piedras que se arrojan a la policía. Héctor Hernández Montecinos no solo pone casi cuatro décadas de escrituras localizadas en función de la máquina zuritiana, sino que desconfigura a priori un modo de ir leyendo la vida y la obra, tal vez como una autobiografía, como un retrato del artista, como un manifiesto, como una enorme poética. Y de esa reconfiguración, de ese hackeo de la escritura de Raúl Zurita se multiplican las posibilidades para una voz que entra y sale del espacio y tiempo, cuando la realidad así lo llama o así lo hace desaparecer y aparecer.

 

2. Creo que no es el tiempo de este libro aún. Mientras exploro otras creaciones de Raúl. Y no pienso solo en literatura. Sino en la obra como un acceso a lo conocido, a lo dicho y a lo vivido. En la medida que poner tiempo a un texto es rearticular su pensamiento para lo actual, lo inminente o lo promisorio. Quiero visitar esos puentes entre logos y mythos. Iré progresivamente pasando por La divina comedia, por Hamlet, por la obra de Sófocles y de Eurípides, por los ecos de Seferis, Elytis y Kavafis, por las Metamorfosis, por la Eneida, por el corpus épico de Homero, por la epopeya de Gilgamesh y por el interminable y hermoso Mahabharata. Por todos los cantos desesperados por una ranura de luz, apago la luz contando ovejas antes de dormir: Robert Desnos, T. S. Eliot, Ezra Pound, Walt Whitman, Paul Eluard, los Francis Bacon, Hilda Doolitle, Pablo Neruda… los presentes en La nueva vida, en Poemas militantes, en Zurita… escudriñar en la biblioteca de un poeta es seguir soñando. La historia de la literatura es la historia de la humanidad, la historia de la eternidad y la historia de la extinción. Zurita nos trae de vuelta al lugar de donde nunca salimos.

 

3. La obra de Zurita brilla en el firmamento, transportando a la emoción hasta un punto en que no se puede volver del dolor, en que uno se sobrecoge y ya no es capaz de discernir entre lo bello y lo mítico. Un sitial desde donde brota una lágrima simbólica que persevera en el amor.

 

4. “Y es que la poesía ha sido en todo tiempo, vivir según la carne”, habla María Zambrano en Filosofía y poesía (1939), ¿se tratará de estar diciendo el dolor y fracasar en el intento? “El tiempo todo es irredimible”, dice T. S. Eliot. Hay una lucha contra el dolor aquí y un megáfono donde amplificamos al oído que el siglo terrible, el XX, fue lo mejor y lo peor que ha hecho esta raza. Aún no acaba.

 

5. Este libro se iba a llamar el Mein Kampf de Raúl Zurita. El título es una provocación. Anunciada desde 1979: «Mein Kampf es apelar a lo más execrable, para desde allí entender los gestos de amor, de ternura, de compasión que uno levanta en su vida» (p. 431). Según el prólogo, el título original exterminaría más que hacer florecer a las ideas del libro, ¿uno no se da escritura y exterminio a través del paso de un libro a otro? O la poesía no necesariamente como algo que se escribe (váyase a la p. 358).

 

6. «Hablamos porque estamos separados. La poesía es el intento más vasto, y tal vez más desesperado, por decir con palabras de este mundo cosas que ya están fuera de las palabras» (p. 271). Una referencia cruzada, en el XLIV del Libro de las preguntas escrito por Pablo Neruda: “¿Por qué anduvimos tanto tiempo creciendo para separarnos?” Hablan las palabras, refulgen las cosas. El amor y el dolor son especies de espacios ya fuera de las palabras. Soberanos al lenguaje, se articulan a partir de frases, de cambios en el mundo. Un adentro que va hacia afuera. Un camino, a la postre. Y desde ahí o hacia ahí, una peregrinación. Peregrinar, del latín peregrinus, per y agrare. A través de los campos, de ir por los jardines. Un poco más allá, abrirse paso a través de las palabras. Peregrinar por el lenguaje, hacer frente a la vida, darle, quitarle escritura, darle, quitarle lectura. Un intento desesperado por reflejar el mundo en el espejo lo que decimos qué son las cosas cuando no son lo que decimos. La vida como una lucha, entre lo sorprendente y lo humillante, entre lo nominal y lo figurado. Dicha y desdicha: la poesía es la peregrinación a uno mismo. Otra referencia cruzada, Anne Carson en Tipos de agua: “los peregrinos fueron personas que tuvieron el verbo correcto”. Para los peregrinos todavía hay tiempo. El lenguaje es un camino largo aún. Un mar de piedras como la utopía de una reunión, de una conversación que no principia ni concluye.

 

7. Todavía la vida es posible. Esa es la lucha. El tiempo de este libro es que no tiene tiempo. La esperanza de este libro es la de los sin esperanza. Este libro es un acontecimiento. La casita que Héctor Hernández Montecinos construyó para la obra de Raúl Zurita es un albur para entrar y salir de una visión que va más allá de la literatura posible. El acontecimiento, como plantea Alain Badiou, inaugura su propio régimen de verdad, distinto al régimen de conocimiento. Y un régimen de verdad que desde ahí construye los demás hitos, las próximas cadenas de hechos que serán parte, indefectiblemente, de la lectura de la obra zuritiana. Un poco para evitar que una obra se convierta en museo de sí misma y para conducirla al examen de su pasado con la esperanza a medio llenar de otra vida.

 

8. Lo posible seremos nosotros. Memoria, información y la posibilidad de recuperar lo que se necesite. La escritura como archivo. El pasado, las cosas que dijimos, hicimos y soñamos. Por ahí la pregunta de terminar y empezar. El futuro resulta emocionante, porque despierta una serie de conexiones particulares. Un libro como este es una parte importante del estado de excepción donde lo que está afuera se permite intervenir. Y esto ocurre porque no hay atajo para un botón de reset que nos ponga en fojas cero para pensarnos con futuro. El reseteo es lo controversial. Y no hablo de un “borrón y cuenta nueva”, sino de una resurrección después del peso de la vida y la muerte, más allá de toda palabra cincelada racionalmente. Y ya no de lo constituyente, sino que de lo re-constituyente, en tanto hemos pasado por el vía crucis de ser los escombros de algo que nos vendieron como glorioso. Todavía la vida es posible, me repito. Por otra parte, lo poético es un vector de sentido que va leyéndose tal vez más allá de los márgenes de un libro, de un poema. Dice Zurita: «la poesía resulta una forma de resistencia ante esa ferocidad del mundo» (p. 216).

 

9. En los escombros, el primer peldaño no a una eficaz —o al menos tenaz— reconstrucción, sino que más allá: un índice de cosas con las cuales reintentar la vida en un futuro que, contra todo pronóstico, se nos hace menos difuso cada día. Un futuro que implica la destrucción. Y a la vez, un presente lleno de trucos conducentes a la autoeliminación y la apatía. El discurso y las imágenes son volátiles. Y hay una cierta tendencia a consumir los propios sueños proyectados en pequeñas cosas, en pequeños universos, en vasos de agua que parecen contener el mar. Un mar que ni siquiera cabe en una foto ni en una película. De ahí, ese instante en que uno avanza al mar para ser bañado, para sumergirse, para dejar al cuerpo ser uno con el mar. Un instante en cámara lenta, van los pájaros volando en la playa perdida, el sol no incendia, el viento estira los huesos que se congelan y funden con las piedras del mar. Este mar de piedras, a continuación, un ensayo de vida, un documental de obra, una exhibición temporal de peces muertos por la boca. Un mar de piedras, ¿cómo se lee? Pienso que puede leerse como literatura futura. Literatura futura como un concepto que nos va quedando extraño este siglo XXI. Literatura futura no como futurología. El mundo ha visto confrontada la posibilidad y extensión de las lenguas a lo largo del mundo. Un ejemplo de esto abunda en los réditos industriales que vienen del canon, ¿la literatura futura es la del canon? Me niego. Hay una promoción de espacios que producen antes que diálogo, sordera.

 

10. “La poesía es el intento más vasto y más desesperado por arrancarle a ese muro del silencio una piedra más, una expresión más, un dicho más. El infierno de todo lenguaje es luchar contra aquello que nunca podrá decirse.” Zurita en revista Arcadia, entrevista del 2 de mayo de 2019. Encontré esta cita en un cuaderno. En el mismo digo: estoy en Buenos Aires y todo me parece particularmente conocido. Hace unos días repetí paseos y rituales. El infierno de toda repetición es no poder ser exacta. Es que en la vida no se puede ensayar como en la literatura, lo exacto sale del papel y no vuelve a menos que sean solo palabras las que nos rodean. Si la poesía termina, el sueño muere.

 

11. «Es una paradoja: la vida es igual al poema sin ese poema» (p. 262). Ni epítome ni compendio ni breviario posible. El orden que se les ha dado a las entrevistas, reconfigurando su existencia en el mundo, revisitándolas como escrituras posibles para un tiempo que está siendo y que aún no lo sabe, para ¿provocar? una curvatura en un lenguaje que nos arrastra vertiginosamente a una nueva gravedad, a una nueva glaciación de la memoria. Para que el siglo sea ¿zuritiano? La vida de Raúl Zurita no es igual a su obra sin esa obra, ¿ya caminaste por encima del agua, del agua que no era agua, sino que piedras?

 

12. Al final, la tumba y la vida de Zurita coincidirán en ser solo «un mar de piedras». Irá más allá de una instalación de Dieter Roth o el “mar del dolor”. El montaje de este libro supera el paradigma que le sacó pelos a Roland Barthes y Michel Foucault. No es el qué del autor ni la muerte de este, sino su resurrección. Las cenizas quedan al viento y vuelan para ir donde quieran. Podrían ser un túnel de gusano que lleve a las dimensiones de una obra a explosionar como una bomba de racimo, arrojada del mismo avión que escribió el 2 de junio de 1982 en Nueva York. La obra zuritiana se mueve a una siguiente variable cuántica o astrofísica. Más allá de un congreso, de un paper ISI, de un proyecto, de un cielo, de un desfiladero. Del autor nacerá otro autor. Y de ese autor otro autor. Otro Big-Bang que sucede a cada nueva lectura, a cada nuevo contexto, a cada nuevo contenido, a cada nuevo puente. El universo crece. El mar de piedras se recoge, oleaje tras oleaje.

 

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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).

 

«Un mar de piedras», de Raúl Zurita (FCE, 2018)

 

 

Nicolás López-Pérez

 

 

Crédito de la imagen destacada: Gatopardo.