Un país que no es Chile ni Perú: «Cumbia ácida», de Rodrigo Rojas Terán  

El poemario del autor ariqueño es certero en acumular sobre unas cuantas páginas los conflictos fuertes de una ciudad árida, un plato sazonado entre sueño y pesadilla. Así, integra un paisaje en descomposición con una fachada estática que intenta vender una higiene que no existe más allá del recorrido turístico.

Por Nicolás Meneses

Publicado el 5.2.2019

Una de las manifestaciones culturales más potentes hace décadas en Chile proletario es la cumbia, en sus múltiples variantes. Soundtrack laboral obligado para quienes se ganan la vida en el campo o cualquier oficio demandante, en el que hay que llevar el cuerpo al límite. El norte y el Perú han sido cuna de grandes cumbieros; y, por otro lado, escenario de la explotación laboral más descarnada del país. En ese páramo donde el desierto y la injusticia campea, Rodrigo Rojas Terán (Arica, 1987) instala su fiesta de Cumbia ácida (Editorial Aparte, 2018).

En Los ríos profundos José María Arguedas pone en primer plano a la música, los huaynos que el protagonista entona cuando la pena lo invade. Manifestación nostálgica de un tiempo en que los indios convivían con la explotación y se desataban en las chicherías bebiendo a destajo, con toda la violencia y ternura que eso implicaba. La música irrumpía la escena siempre para amenizar la atmósfera, inyectarle alegría, hermanar a los comensales. Digamos que el norte de Rodrigo Rojas es ese norte indefinido, de fronteras, en que todo es posible: en la brutalidad de un trabajo a todo sol convive con la fiesta. Con un registro predominantemente objetivista Rojas logra cargar un paisaje de elementos que lo alejan mucho de la postal turística que venden las agencias a los gringos, cito del poema «Sitio eriazo»: “Rucos, animitas/ perros vagos rompen/ bolsas de basura// palomas llegan en bandadas/ a persuadir el hambre/ sobre el desperdicio.// No hay follaje, luminarias/ centro de acopio para larvas/ de mosca y escombros”. Es esta la imagen que nos llevan de golpe a un norte mucho más hostil del que nos pintan.

Asimismo, la cumbia y el jolgorio sigue incansablemente a través del libro y se unen como un binomio indivisible en varios poemas. Un sonido que a ratos se acopla por los excesos, por la peligrosa mezcla que lleva a veces a la autodestrucción. Pero aún así la música sigue reverberando en las calles, hasta alcanzar una dimensión religiosa, leemos del poema «Catedral de San Marcos»: “Aparecen carteles de gráfica chicha/ en el frontis de la catedral.// Imágenes de héroes sonoros:// Los Shapis, Chacalón/ Los Destellos/ repletan la mañana”. Y dentro de la Iglesia las familias toman Misa mientras que afuera la decadencia es máxima, acentuando la sensación de una ciudad en caos, constante evasión y negación de la explotación a través de la fiesta y la rebeldía fiestera.

Las escenas de la ciudad (o ciudades) se multiplican, el interés de Rojas Terán se posa sobre los elementos que irrumpen el orden, desafían el pudor y se muestran en la vía pública, haciendo suyo ese espacio con ritos de flirteo y erotismo destemplado, cito del poema «Villa Frontera»: “Niños Sound y Choros Pulentos/ demuestran habilidades de conquista:// intercambiar gomitas boca a boca/ urdir el fuego prematuro en la entrepierna”. Y la calle como un territorio en disputa, pero ya no por una comunidad y un proyecto país, sino por pandillas que salvaguardan su perímetro de control, provocando duelos y muertes y promesas de venganza: “Pandillero hasta el día de mi muerte/ hasta que tieso, una mañana cualquiera/ me lleven al cajón.” (Grapas Boys, página 24).

El libro es certero en acumular en unas cuantas páginas los conflictos fuertes de una ciudad árida, un plato sazonado entre sueño y pesadilla. Integra un paisaje en descomposición con una fachada estática que intenta vender una higiene que no existe más allá del recorrido turístico. Asimismo, nos familiariza con una dinámica de supervivencia a los diversos tipos de violencia con que opera el norte, ya sea la de los bajos fondos, el de la negligencia política, la desarticulación de las comunidades y la explotación laboral, sobre todo de la industria agrícola, quizás la más fuerte, invisible y transversal en Chile. Un norte que también tiene su jet-set con personajes y su argumento de teleserie que termina con la muerte de un cumbiero a manos de las pandillas. Cumbia ácida es un libro que: “con navaja en mano/ y decidido/ raja la transparencia”, de un mapa cuyos límites no existen.

 

Nicolás Meneses (Buin, Chile, 1992) ha publicado el libro Camarote (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2015) y Panaderos (Hueders, 2018). Becario de la Fundación Neruda (2016) y del Fondo del Libro y la Lectura (2015, 2018), también ha ganado diversos concursos literarios, entre los que destaca el Premio Roberto Bolaño en la categoría de cuento (2017). Escribe sobre poesía para diversas revistas digitales. Actualmente se encuentra preparando el volumen de relatos Reencarnación bajo el sello Jámpster eBooks.

 

 

Rodrigo Rojas Terán (Arica, 1987)

 

«Cumbia ácida» (2018), de Rodrigo Rojas Terán (Editorial Aparte, Colección Postal Japonesa)

 

 

Nicolás Meneses

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Aparte.