«Abecedario», de Pablo Jofré: Un poemario que se disfruta desde la primera lectura

Al revisar estos versos nos encontramos con una estética sobria, profunda, de sutileza melancólica. La artesanía de la palabra da como fin un resultado pulcro pero lleno de grietas, como afirma la poeta Elvira Hernández en su certero prólogo, hendiduras en donde podemos vaciarnos, fragmentarnos o completarnos en una especie de spleen que se basta de vocablos, de un orden alfabético para adjudicarse desde una elección tal vez, deliberada, una identidad genuina, reconocible y que sin duda merece seguir siendo visitada.

Por Pablo Fernández Rojas

Publicado el 12.09.2017

A primera vista, el título del libro, me recuerda cada letra del alfabeto dibujada con plumón azul sobre la pizarra blanca de la infancia. La pronunciación repetitiva que hacíamos al unísono de cada fonema castellano para asimilarlo, al igual que las formas de cada letra, complejas de dibujar con la mano alzada de los cinco o seis años, evocan en mi memoria un rito iniciático con el olor característico que había dentro del estuche y de la sala de clases; lápices de colores, gomas de borrar, sacapuntas en versión plástica, metálica o ese sacapuntas con doble entrada que ahora recién, gracias a esta lectura consigo entender. Lápiz mina, el famoso lápiz bicolor de dos puntas y el inalcanzable lápiz pasta que no permitía errores y que solo podían usar los “grandes”. Hileras de cotonas colgando de ganchitos con dibujos de animales autoadhesivos y el correspondiente nombre de cada alumno hilvanado con hilo rojo en el “bolsillo de arriba”. Busco estas imágenes para dar énfasis a la primera línea de esta presentación, repito: «Abecedario» (Editorial Cuarto Propio, 2016), de Pablo Jofré, es un poemario que se disfruta desde la primera lectura.

Por mera curiosidad, a sabiendas de la libertad y el oficio que suele representarse en un corpus poético, trato de buscar el eje conductor en la elección de cada palabra que introduce cada poema y voy encontrando pistas, relaciones que me pueden llevar a una especie de circuito ilustrado o de campo que sobrepasa lo semántico. En consecuencia, reflexiono que si Pablo hubiese puesto cualquier palabra al azar, estaría formándose un diálogo entre todas las palabras expuestas a modo de título o subtítulo, si se quiere, entre sí.

Esta última aproximación me fascina, el poeta sabe que una posible arbitrariedad seguiría uniendo significados, sean estos sinónimos o antónimos. El entramado narrativo, depende a veces más de nosotros que de estos, o al revés. Esto último llama mi atención, porque inmediatamente hago una analogía que tiende a ser política, en las que las individualidades se unen para formar un tejido que puede tener la cualidad de lo acabado o de lo inconcluso, pero que inevitablemente estarían formando parte de una totalidad. Hay un texto académico de Rosa Alcalá donde da cuenta de este malabarismo y propiedad casi mágica del lenguaje; esto lo deduce en un texto teórico donde aborda las posibilidades interpretativas de la obra de Cecilia Vicuña en su conjunto, así da cuenta que la palabra nunca muere, sino que tiene la posibilidad de cruzar, intersectar, revivir y regocijarse en los umbrales vivos del lenguaje, pues este nunca es un fósil desactivado del todo, sino que siempre está en movimiento para formar este tejido, este entramado inmune al sin sentido y al paso del tiempo, aunque la forma y el fondo cambien en las diversas superficies de la contingencia lingüística, sociocultural, etc.

Abismo, es la palabra que da nombre al primer poema, el abismo que puede ser aquella hoja en blanco donde uno se lanza sin un fin predeterminado aún si la poesía fuese dada vaya a saber uno por qué o por quién, o de ese abismo en el que uno se hace parte de una búsqueda objetiva que pudiese ser ilusoria o derechamente intencionada. El abismo entonces es un misterio, un arrojo o una manera de habitar, el arte poética. La vida misma. Cito poema: Abismo “Un espacio interminable entre la palabra hoja/ y aquel trozo agonizante de árbol que se cruza en mi camino/ Un instante/ puro, anulado, encandilado de una resaca leve/ El abismo es un lugar/ Insonoro /inodoro/ sin”.

Me llama la atención lo que podría ser la última palabra del abismo: “sin”, en inglés, “pecado” pero también una carencia. Dejo al lector las conclusiones que pudiesen ser desentrañadas de esta lectura, pues el abismo trasciende la hoja en blanco, entonces, el poema adquiere un peso inesperado con cada palabra en la que Pablo Jofré parece adentrarse para jugar en serio, para guiñar con estilo sin desbordarse de la construcción del poema en sí. Pongo el ojo en el primer y único ilativo “y”. La plasticidad del poema y la envergadura del significado y de la interpretación, me da una especie de bienvenida. Repito por enésima vez, por no decir tercera: «Abecedario», de Pablo Jofré es un poemario que se disfruta desde la primera lectura y añado, tiene el don de la música, asunto que buenos poetas, ya quisieran tener.

Luego, el poema Ambular, es un poema sumamente urbano, bohemio, con la desidia que provoca en algunos, la histeria de la “máquina ciudad”, esa ciudad que pasa a ser un síntoma o derechamente un enemigo, como lo hace Ginsberg nombrando y jugando con la intertextualidad de Moloch, en su famoso poema épico Aullido, no es más que la exageración de esta naturaleza en apariencia muerta en la que transitamos millones de seres vivos, confundiendo ambulancias con gaviotas, o encuestadores y vendedores con fantasmas que vienen a saludarnos y a darnos la bienvenida a un no lugar. Otra vez el lugar, el abismo, el beso, el carnaval, en este caso el no lugar, otra vez Pablo coapta o es coaptado como autor, por esta sucesión poética que explica, a modo de diccionario melancólico, que (cito) “Ambular es crear caminos etéreos/ para perderse tres pasos más allá”.

Hay crítica en «Abecedario», hay amor, hay contemplaciones que se resuelven en una no acción, es la apuesta a tomar el riesgo a detenerse lo que genera otro lugar o no lugar, ese hábitat latente que parece no existir y que tanta falta nos hace a veces, para poder mirar y así mirarnos en el beso que nos abandonará o abandonaremos inevitablemente. Haciendo mención de esto, no puedo dejar de remitirme al poema Dedos, cito “Mis otros ojos, que cogen tu cintura/ Antenas, para alcanzar el universo, y revolver las cosas, que a veces me llevo a la boca. Mis dedos bailan de un lugar a otro, buscando aquello que no encontrarán jamás” La imposibilidad de retener lo amado, el objeto de deseo o el sujeto amoroso, a decir de Barthes como dicen algunos académicos “a decir”(me encanta) , se vuelve una idea redimida que se cuela precisa en el tono poético que anuncia el valor de los ojos como si de dedos se tratara, es esta sinestesia del tacto, de la proyección del ojo, la que puede ser también el fallido intento de suponer nuestro lo que no nos pertenece porque de una u otra manera somos parte de lo mismo.

Sí, es otro poema que me gusta mucho y que me hace rememorar el primer encuentro entre John Lennon y Yoko Ono, cuando se conocen por primera vez en una galería de Londres y él sube una escalera para encontrar una lupa y leer con ella esta palabra: Sí. Con un sí (con tilde) se puede comenzar una bella historia de amor. Un sí puede abrir ventanas o puertas que por abc motivo hemos mantenida cerradas, por miedo quizás a espacios que tienden a no cerrarse. Es que con un sí, abrimos una posibilidad de entrada a cualquier elemento. El sí puede contener un no y viceversa, eso es lindo de pensar. Sí, es la respuesta, y tú lo sabes, te lo aseguro, dice en una de sus canciones John. La palabra sí, entonces se me vuelve una energía dulce, humana, liberadora, que da paso a lo que fluye, tal como lo hace cada verso en este libro de poemas y en especial el último verso entre paréntesis de este mismo.

Al leer «Abecedario», de Pablo Jofré, nos encontramos con una lectura sobria, profunda, de sutileza melancólica. La artesanía de la palabra da como fin un resultado pulcro pero lleno de grietas, como lo dice nuestra querida Elvira Hernández en su insuperable y certero prólogo, grietas en donde podemos vaciarnos, fragmentarnos o completarnos en una especie de spleen, hablo desde el significado francés de la palabra, teniendo en cuenta el «Spleen de París», de Baudelaire, pero en este caso sería algo así como un spleen que se basta de palabras, de un orden alfabético para adjudicarse desde una elección tal vez, deliberada, una identidad genuina, reconocible y que sin duda merece seguir siendo releída. Mis felicidades al poeta por este corpus exquisito y a Marisol Vera, por mantener su inconfundible visión de reconocer poemarios de estas magnitudes más bien experimentales, que seguirán sin duda dando que hablar y convocando lecturas que son y serán importantes para el desarrollo cultural de nuestro país y de todos los que habitamos la palabra “mundo”.

 

El autor Pablo Jofré escribió «Abecedario» mientras residía en la ciudad de Barcelona

 

«Abecedario» (2016), del poeta chileno Pablo Jofré