«Bocas cosidas», un cuento de Pía Barros

La aplaudida y renombrada narradora chilena de la generación de los ’80, envía exclusivamente a este medio, un relato de seductoras connotaciones eróticas, geográficas, telúricas y sociales -escasamente difundido-, y que se encuentra involucrado en su último libro: «Las tristes» (Ediciones Asterión, Santiago, 2015).

Por Pía Barros Bravo

Publicado el 12.09.2017

Maldita, soy hija de mi padre.

…en ese villorrio, las mujeres llevan cosidas las comisuras de los labios para que no escurra la bilis del horror barbilla abajo.

Cuelgan ropas sostenidas en los alambres, flameando al viento rabioso de las mañanas. Los colores enturbian el paisaje de cerros ocres. Es extraño, porque ellas siempre visten de negro, suspendidas en su calidad de hijas sobre el tiempo y madres tempranas de otras madreshijas.

En todas las casas ensombrecidas por la pobreza y el secreto hay un mueble que solo contiene sábanas manchadas. Jamás se lavan. Tienen la ignominia de la derrota en la sangre que ostentan.

Y las madresniñas cosen sacos blancos para reponerlas en los tendidos, pidiendo la tregua de paz que nunca llega.

Las madres, luego del horror, toman a sus niñas y las acunan abrazadas largo rato, canturreando un gemido que deshilacha el atardecer. Luego cogen la aguja y el hilo negro y les cosen las comisuras con una cruz. Después vuelven a acurrucarlas, muchas veces. Cuando los vientres se hinchan, las dejan solas, porque ellas saben.

Todas saben.

Los hombres del villorrio juegan rayuela en el lugar común de las tardes de domingo. Beben cerveza y se golpean las espaldas. Ríen fuerte a veces.

Las mujeresmadresniñas ponen doble tranca a la puerta antes de que regresen, solo para que los domingos continúen siendo día sagrado.

Dos veces al año los hombres se marchan y ocurre la fiesta de las palabras. Durante esa semana, caminan hasta el sitio acordado, preparan fuego, teteras, mate. A ratos, es audible una risilla de boca cosida. Puntuales, con el ocaso, reparten el mate. La mayor dice “flor de la pluma” y se suman susurros de “seda”, “azulejo”, “libro”, “cinta”, “chocolate”, y las palabras vuelan suspendidas sobre las pavesas de las brasas.

Siempre alguna, casi sin abrir los labios, cuenta el mito de la redentora.

Asintiendo, cabezas casi tocándose, rezan cada línea del cuento, y juegan por esa semana trunca, a la esperanza.

Los hombres se han ido con negocios, cosechas y niños colgando. Los varoncitos son pedidos por parientes remotos y las ciudades les absorben hasta la memoria de haber nacido en ese villorrio de olvido. Jamás regresan. Jamás recuerdan.

La tarde borrascosa ha estremecido el viento huracanado cargado de presagios. Las bocas cosidas murmuran letanías ante ollas humeantes.

Lo ven venir encumbrado en las botas altísimas, la melena brillante en cascadas hasta la cintura, largas pestañas postizas sombreando párpados maquillados en un rostro que muestra con descaro una barba rala azulando las facciones.

Taconea de arriba a abajo la única calle del villorrio, una y otra vez, mirando ventanas entornadas. Las mujeresmadresniñas se asoman con el alma henchida y envían besos de vientres malditos con toda la ternura que las bocas cosidas permiten. Cada hombre reniega paternidad jurándolo por lo más sagrado. Cada mujer lo quiere y sabe hijo de su vientre.

Esa noche se abren los cajones de sábanas manchadas, rasgan tiras rojiblancas, retacean las hilachas y taponean oídos con esas hebras. Lejos del temblor algodonado hay súplicas de perdón, el miedo por vez primera arrojando sus esquirlas sobre las voces varoniles del villorrio.

La mañana siguiente, las bocas cosidas acuden a la plazoleta de la única calle como si hubieran sido convocadas. Al medio, todos los hombres, encogidos de frío y humillación, enroscan desnudeces expuestas a las miradas de las mujeresmadresniñas. Del chico de los tacones altos, nadie más supo, salvo esa herencia por fin enrostrada en la plaza pública.

Ellas los miran largo rato, hasta que ellos comienzan de uno en uno a bajar cabeza y a enfilar por la calle colina arriba, de la que jamás regresarán. Tampoco la redentora.

Las mujeres toman a sus hijas y las hijas de las hijas, y cortan unas a otras la costura de las comisuras de los labios, para aprender por fin a reír.

 

La escritora chilena Pía Barros: una de las voces más originales y poderosas, actualmente, de la narrativa local

 

Imagen destacada: Fotograma de la película «Profundo carmesí» (1996), del director mexicano Arturo Ripstein