«Ad Astra: Hacia las estrellas»: La soledad del cosmos

El largometraje de ciencia ficción del director estadounidense James Gray -el cual se estrena este jueves 26 de septiembre- es, de momento, uno de los mejores lanzamientos en lo que va del año y una película imperdible que merece la atención. Su realizador ha conseguido montar una obra sólida, con potentes interpretaciones y que no descuida el sentido del asombro, porque vislumbra con lucidez la potencia de sus imágenes y de sus palabras.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 25.9.2019

Ad Astra relaciona la experiencia de lo sublime con el misterio que supone la exploración del cosmos y la posible trascendencia que esconde, pero también desde un prisma que permite hacer de esa frontera un territorio peligroso por sus colonos y hostil por su vacío abrumador. Es un escenario que, sin embargo, a Roy McBride (Brad Pitt) no amedrenta, pues es un astronauta frío y metódico, secretamente angustiado por la soledad, pero entregado a su trabajo, tal como su padre, una leyenda de la exploración espacial, perdido treinta años atrás en los confines del sistema solar. Cuando una sobrecarga de energía proveniente de ahí amenaza la vida en la Tierra, tendrá que emprender una larga y ardua travesía para descubrir la verdad del asunto.

El director James Gray (Nueva York, 1969) propone ese misterio como una búsqueda similar al El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, solo que aquí el periplo del astronauta no está inmerso en una atmósfera del todo ominosa como esa travesía por el Congo; parecería insinuar primero un viaje a la interioridad de su protagonista asfixiado por la soledad, la claustrofobia de su nave, la vida en las colonias espaciales y en sus inevitables claroscuros, provocados por la codicia y las pasiones humanas.

Gray utiliza el primer plano como un recurso narrativo que a veces supera el dominio del plano general, quizá más caro a este tipo de relato por la épica que supone; la perspectiva de Roy contempla la idea de lo sublime y la cámara así lo demuestra, primando una puesta en escena que lo combina con el hacinamiento y la soledad. Por lo mismo, el espacio sideral cede al dominio del ser humano y, de este modo, en la luna es posible encontrar un Subway o la mensajería de DHL como signos de colonización, pero también de cansancio y aislamiento. Afuera, entre planetas y constelaciones, sin embargo, el espectáculo sigue siendo sublime.

McBride, en consecuencia, no es como los demás; siente ese llamado del misterio que sugieren las estrellas y se encamina a ellas. El título evoca la máxima latina per aspera, ad astra, es decir, «por las dificultades a las estrellas» y que bien podría ser el heroísmo que suscita el padre de Roy entre las masas y que angustia a su hijo, pero también un deseo de trascender una cotidianidad hacinada y carente de sentido.

La película, en consecuencia, si bien se nutre saludablemente de maestros como Kubrick, prefiere distanciarse de ellos para encontrar su propia voz y ofrecer una épica espacial que logra ser íntima y enorme a la vez. Visualmente, es deudora de cintas como 2001: odisea del espacio; y en el manejo del tiempo y la psicología, de Solaris de Tarkovski, inevitables por la larga sombra que proyectan, pero que aquí se resuelven como bibliografía de un proyecto y no como calco de ideas, comunicadas aquí con claridad y sin mayores rodeos.

Gray consigue esto último, entre otras razones, gracias a la voz en off. Este recurso, que aprovecha la mayor parte del tiempo con eficacia y seguridad, se complementa muy bien con la banda sonora de Max Richter y los extraordinarios efectos visuales para los escenarios cósmicos, puestos para nuestro asombro, pero también para retratar el alma atormentada de Roy. Es, en ese sentido, una película que utiliza la ciencia sin ponerla en un primer lugar como lo hizo Interestelar en su momento, y que ofrece, en cambio, un retrato mucho más honesto de la relación padre e hijo, cercano incluso a la sensibilidad y al imaginario de Ray Bradbury.

El relato de la luz, el plano general y de otros recursos audiovisuales, aparecen entonces bajo un prisma de subjetividad que dota al largometraje de un sentido mucho más personal. Es un movimiento audaz que pone la autoría sin violentar el terreno de lo verosímil, utilizando con bastante tino una paleta de colores rica y bien trabajada con la luz, un imaginario del futuro bastante plausible, una banda sonora que no desencaja en ningún momento y un contundente guión que esconde bajo su superficie mucho más de lo que parece.

Ad Astra es, de momento, uno de los mejores estrenos en lo que va del año y una película imperdible que merece la atención. James Gray ha conseguido montar una obra sólida, con potentes interpretaciones y que no descuida el sentido del asombro, porque vislumbra con lucidez la potencia de sus imágenes y palabras.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Brad Pitt en «Ad Astra» (2019)

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Ad Astra (2019), de James Gray.