[Adelanto] «Corral»: Dos hombres conviven entre la impunidad y la culpa

La próxima entrega del autor nacional Nicolás Poblete Pardo —que se presentará durante el primer semestre de este año, vía editorial Cuarto Propio— es una novela de terror, que ambientada en lugares emblemáticos del sur de Chile (en la Región de los Ríos), se vale de la estética gótica para cursar su denuncia, a través de un narrador «heterodiegético» quien, con reveladora omnisciencia, desnuda a cada personaje para mostrarnos sus más recónditas intimidades y motivaciones.

Por Andrea Jeftanovic

Publicado el 16.2.2024

En el sur de Chile dos hombres conviven entre la culpa y la impunidad. El paisaje agreste, salvaje de la Región de los Ríos, sirve de escenario para que en un hogar de ancianos confluya más de una miseria de nuestra historia: la de nuestra colonia, vista a través del sistema de fortificaciones, ahora meras ruinas; la devastadora tragedia de Antuco, el año 2005; la represión policial durante el estallido social en 2019.

El silencio de varios hombres de vidas truncadas gira, directa o indirectamente, en torno a extensos monólogos del anciano manipulador en estado de decrepitud. De modo sutil se va componiendo un plan, a través de pequeñas revelaciones del pasado: en el filo de un cuchillo entre el internado de menores y un hospicio, entre los años 60 y el presente.

Pueblos, fantasmas y viento sostienen la atmósfera eléctrica antes de la próxima tormenta. El misterio del pasado y sus esquirlas —deudas, muertes violentas, abusos— habitan en entrelíneas hasta que un sorpresivo desenlace irrumpe la quietud de los hechos.

Como en narraciones previas (En la isla o Subterfugio) Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) maneja con maestría el suspenso, articulando un thriller psicológico con excéntricas figuras como protagonistas, y donde destaca una masculinidad áspera, que se vale del código opresivo y cortante del lenguaje de las fuerzas armadas.

 

¿Cómo tan penca, Nelson? (fragmento de «Corral»)

Qué va a saber alguien como tú de historia. Ahora todo es computación, qué vas a saber lo que fue reconstruir el país, y digo el país, porque ese fue el epicentro el año 1960. Calcula tú, si es que puedes. Pero no puedes, porque nadie podría comprender lo que significó la reconstrucción. Los mejores años de mi vida, sin siquiera tener treinta, los dediqué a levantar la ciudad y educar a generaciones.

Claro que fui director de la Escuela Premilitar. Puro mérito, nada de pitutos como hoy en día. Ustedes no sabrán lo que es eso, porque ahí no había un orden, había que fundar un orden. ¿Veinticinco años tienes? ¿Y qué comparación es esa, si el terremoto del 2010 fue mucho más suave y ni siquiera Santiago fue el epicentro? Además, ¿cuántos años tenías tú? Eras un cabro chico, ¿qué hiciste? ¿Ayudaste en algo? ¿O juntaste un par de paquetes de arroz y listo? ¿Esa fue tu contribución?

Y aquí en Corral, no te imaginas lo que fue ver escenas como de la Biblia. Cómo la gente corría por los cerros escapando de las olas enormes… Maremotos. Ma-re-mo-tos. En el pensionado, como director, claro que tuve toda la responsabilidad del mundo. Lo que haya ocurrido que escapó de mis manos, pues eso no se puede controlar, pero lo que estaba en mis manos, eso todo fue controlado.

Lo único que te digo es que puedo no conocer a estos parientes tuyos que mencionas, a tu papá y a su hermano. Puedo no tener idea quiénes fueron y, de hecho, no tengo idea y tampoco me interesa. Lo único que vale la pena destacar es que tuvieron suerte. Eso es lo que es: suerte, porque la suerte no se gana y no requiere de méritos ni esfuerzos, la suerte te llega no más.

Pero así es la cosa. Tú eres muy joven para entender esto, pero ya sabes que la edad es relativa, como todo; eres joven para percibir lo que te digo, pero estás ya viejito como para surgir como corresponde, con un mínimo de ambición.

Si no es por ti, jamás me habría topado con un caso como el tuyo, y no te creas que soy malagradecido. De hecho, el que tendría que valorar estar aquí, conmigo, en este lugar, eres tú, ya que fui yo quien pidió que te trajeran para acá. Imagínate, de todas las posibilidades del mundo, que tú llegaras aquí, solo porque yo lo organicé, es una suerte. Para ti es la suerte, eso no me vayas a decir que no es más claro que el agua.

Cómo no me voy a conmover, cómo no me va a dar pena que un cabro joven, que tronchó todas sus posibilidades de surgir, por una pura lesera que cometió, sea llevado a una celda o derivado a algún tratamiento u obligado a hacer tareas indignas en las calles, para pagar por esa imbecilidad. Cómo, si está en mi poder, no voy a hacer lo que me dicta la conciencia, que es ayudar a alguien de mi vida profesional, aunque esto signifique darle pan a quien no tiene dientes.

Ahí ya uno no puede controlar, ese es el espacio más difícil, y te digo, emocionalmente difícil, porque qué penca es no poder controlar eso, o sea, que toda la ayuda que uno pueda dar sea en balde, se vaya por un saco roto… tengo buen ojo. Pero esa es otra tarea que yo tengo que proponerme: que no me importe cómo o dónde se vaya la energía y los recursos.

Una cosa es tener la actitud correcta; otra cosa es esperar que la inversión que uno hace, por la que uno se la ha jugado, rinda frutos. Mira todos los años que tengo yo y aún no puedo dominar este aspecto, porque siempre espero, siempre espero resultados y quiero ver, ver esos resultados. Pero a lo mejor tú me estás enseñando que no hay que esperar nada, no hay que hacerse ilusiones y, al final, lo único que importa es la generosidad con la que uno actúa. Todo el resto vale madre.

Yo ya tengo claro que tú jamás vas a dimensionar nada de esto. Ni siquiera lo tengo que opinar yo; es lo que eres. Mira la forma en que llegaste. Y así dicen que los prejuicios son tan malos. Pero es que no es prejuicio; es ojo, es sabiduría, es experiencia. Es inteligencia y, qué quieres que te diga, es el motivo por el cual yo soy el mayor, yo soy tu superior, y tú sigues siendo el roperillo debajo del puente, correteando esos pollos y tratando de que no se escapen hacia la carretera, para evitar un accidente.

Tu gran logro, tu graduación fue esa: evitar que unos novillos se escaparan a la autopista, y conseguir que volvieran a su corral. Al corral bajo el puente… Es posible que yo valore tu compañía, porque sé que te puedo ayudar. Ya ves que las cosas son paradójicas y, a veces, irónicas, porque se supone que tú eres el que me viene a asistir, no entiendo cómo ni por qué, eso es otro tema que quizá no vale la pena averiguar, pero lo más probable es que sea yo el que más te aporte a ti y, sí, mírame así no más. Como te digo, tú no tienes la capacidad y tampoco la edad para entender la dimensión de todo esto y de cómo puedes aprender de mi ejemplo.

Nelson, escucha, hay gente que nunca aprende, ni vieja, pero yo sé que hay gente que hace una profesión de amargarles la vida a los otros, o sea, quejarse de ser infelices y de culpar a cualquier otro por lo que vive o por lo que pasó, sin jamás hacerse responsables de lo que ellos mismos hicieron, de sus errores.

Siempre es más fácil culpar a los otros y quejarse y quejarse, porque, claro, de repente puedes sacar unas monedas más, como tanta cosa que ahora les regalan a ustedes, en las escuelas premilitares, militares. ¡Cuándo escuchamos nosotros hablar de becas! Y ahora hay compensaciones y un millón de otras cosas. Eso jamás ocurrió cuando nosotros estábamos levantando al país de cero.

¡Qué vas a saber tú lo que es una devastación como la que vivimos nosotros! ¡Qué comparación va a haber entre un terremoto como el que viví yo y ese del que estás hablando tú, en Santiago! Ni siquiera fue el epicentro y, más encima, con todas las construcciones nuevas, antisísmicas que hay ahora, ¿qué puede haber sido?

Si ni muertos hubo en Santiago. Te estoy hablando del terremoto que es un hito histórico, es un récord histórico, ahí sí que corresponde usar esa palabra, ¿entiendes? Está en la punta de lo que sería una pirámide. De eso te estoy hablando y no de las tonteras grabadas con sus teléfonos, porque ahora todo es grabación y cámaras.

Dime, ¿qué terror puede haber en estar sentado cómodamente mirando cómo se caen los vasos en una casa? ¿Qué riesgo va a haber en tener detectados de antemano a unos rateros de poca monta? Todo filmado y con refuerzos, armas de última generación, chalecos antibalas, pura tecnología. ¡Así cualquiera!

Como en una película o en un videojuego, cosas para gente floja o cabros chicos como tú. Y mírate, ni siquiera con todo eso pudiste arreglártelas, Nelson. ¿Cómo tan penca, Nelson? Dime, ¿cómo tan mediocre?

 

 

Tráiler:

 

 

 

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Andrea Jeftanovic Avdaloff (Santiago, 1970) es una destacada escritora chilena, narradora, ensayista, docente universitaria, editora, además de crítica literaria y de teatro.

 

 

Andrea Jeftanovic

 

 

Imagen destacada: Nicolás Poblete Pardo.