«Bartleby, el escribiente», de Herman Melville: Una obra que es necesario releer cada cierto tiempo

Se editó por vez primera el año 1856 y a pesar de que fuera recibida sin pena ni gloria, como suele suceder con los grandes títulos destinados a la inmortalidad, se fue abriendo un camino lento y progresivo hasta llegar a influenciar a connotados autores como Albert Camus y Samuel Beckett, entre varios otros de renombre universal, o anticipar la bibliografía de Franz Kafka, e inspirar incluso al español Enrique Vila-Matas.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 24.5.2019

“Preferiría no hacerlo.
¿No lo hará?
Prefiero no hacerlo».
(Página 26)

¿Qué hace que Bartleby, el escribiente, sea uno de esos personajes entrañables que perduran en la memoria individual y colectiva así se haya escrito hace más de un siglo y medio?

Se editó por vez primera el año 1856 y a pesar de que fuera recibida sin pena ni gloria, como suele suceder con las grandes obras destinadas a la inmortalidad, se fue abriendo un camino lento y progresivo hasta llegar a influenciar a connotados autores como Camus y Beckett, entre varios otros de renombre universal, o anticipar la obra de Kafka, e inspirar incluso al español  Vila Matas, quien escribiera Bartleby y los otros en evidente referencia a creadores que, no obstante sus grandes dotes personales, renunciaron a seguir en la literatura formal.

La trama, si es que existe, es básica, elemental: Bartleby llega a una Notaría y se ofrece como empleado evidenciando una apariencia desolada, aunque digna, que hace que el Notario lo contrate sin mayores dilaciones. En el Oficio existen otros tres funcionarios: dos copistas, Turkey (pavo), Nippers (pinzas) y Ginger Nut (Bizcocho de jengibre).

Al comienzo el trabajo de Bartleby es eficiente, responsable. Es el primero en llegar y el último en, supuestamente, retirarse. Se presenta como un individuo silencioso que, enclaustrado en un escritorio con un ventanal que da a una pared de ladrillos, trabaja incansable en los documentos que su jefe le va entregando a diario.

Sin embargo, de un momento a otro y ante las órdenes superiores, se limitará a responder: “Preferiría no hacerlo”, circunstancia que, inicialmente, el Notario cree haber interpretado como una excusa común, un deseo de no realizar por “ese momento” la tarea encomendada.

Lo curioso, si cabe el término, es que Bartleby seguirá respondiendo en lo sucesivo de igual manera y el “preferiría no hacerlo” se convierte en una muletilla cansadora, asfixiante, desprovista de contenido y, paradójicamente, imbuida de una profundidad que el Notario es incapaz de descifrar, aunque siente igualmente una extraña solidaridad con quien le cambia la perspectiva y el orden de las cosas.

Los demás empleados –Turkey y Nippers- dan a conocer al jefe sus posiciones desde sus personales ópticas de ser y estar en la sociedad en que viven. Uno lo conmina a que debiera ser golpeado o castigado, el otro a que sea despedido, etcétera, pero el Notario se siente incapaz de tomar decisiones a su respecto. Intuye que tras la respuesta de Bartleby se escuda una necesidad metafísica insondable, una razón que escapa al sentido común y que se “siente” como un desafío natural a una estructura social y humana donde el personaje no cabe, no tiene espacio, no es capaz de conciliar su propia individualidad con el resto del mundo.

Los seres humanos para Bartleby carecen de sentido real y el mismo pareciera sustentar su propia y extraña existencia como anclada a un ambiente que le es totalmente ajeno. Así y todo, es capaz de mantener una dignidad inusual, una actitud de indiferencia y lejanía ante los reproches sostenidos de su jefe, quien no puede dilucidar, en modo alguno, el misterio de Bartleby.  Y es solo hasta que descubre que Bartleby vive en la propia oficina cuando decide, con el dolor de su alma, despedirlo.

Llega hasta cambiar de domicilio notarial, pero la sombra de su empleado es tenaz y absorbente. El destino de Bartleby, sin embargo, está sellado: terminará abandonado en un edificio cualquiera y posteriormente será enclaustrado en una cárcel, en la que el Notario procurará proveerlo de comodidades elementales. Sin embargo, Bartleby decide morir de inanición.

En resumen, este diminuto libro evidencia a un personaje patéticamente perturbador, que es capaz de transmitirnos una compasión que excede razonamientos lógicos, deducciones o análisis conceptuales a priori. La presencia de Bartleby es una suerte de llamado de atención, una invocación por más sensibilidad, un clamor soterrado por ser amado, más allá de las deficiencias mentales o de clara inadaptación social que él u otro cualquiera en análogas circunstancias, reclama en silenciosa espera.

“Preferiría no hacerlo” es una oración sugestiva, una cualidad sobreentendida que parte de una negación condicional por la imposición, por la orden, por el establishment que consume los contenidos amparado en las formas, veladas o explícitas, de la dominación social, de la degradación gradual del ignorado respecto del que ignora.

Bartleby se yergue hoy más que nunca en una especie de antihéroe ético y moral, de un individuo que “prefiere” otro mundo, otra manera de relacionarnos, así se pierda en su dolor, en su aislamiento perpetuo, así nos coloque entre la espada y la pared como invitándonos a reaccionar ante el dilema de no ver el sufrimiento ajeno como propio, incitándonos a revelar una sencilla ecuación: mientras un solo ser humano esté prisionero de los demás o de sí mismo, la humanidad nunca podrá ser libre.

Una pequeña obra monumental que es necesario releer cada cierto tiempo.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’80 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Una edición chilena del clásico

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Un collage del escritor estadounidense Herman Melville (1819 – 1891) con algunas de sus obras más emblemáticas.