La puesta en escena con la cual nos encontraremos en esta nueva versión de la clásica obra de Georges Bizet, enciende las alarmas acerca de si tanta innovación visual —en apariencia— servirá a fin de acercar a nuevas audiencias, a una temporada de ópera cada vez más exigua en el número de los títulos ofrecidos a su público.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 25.6.2023
Diversos artículos periodísticos, especialmente uno publicado este día domingo en El Mercurio, anuncian ciertas características formales del montaje que debutará el próximo sábado 1 de julio en el Teatro Municipal de Santiago, y la cual dará inicio oficialmente a la temporada de ópera 2023 del coliseo de la calle Agustinas, luego del preámbulo menor, pero exitoso, representado por la exhibición de la obra de cámara El demonio mudo, durante el mes de mayo.
Las declaraciones de los entrevistados no dejan de llamar la atención —me refiero a las del régie Rodrigo Navarrete, el escenógrafo Ramón López, y la diseñadora de vestuario Loreto Monsalve—, en el citado artículo de prensa, y las cuales se encuentran reafirmadas por la directora del Municipal, Carmen Gloria Larenas, en cuanto a la reinterpretación un tanto desmedida, y a simple vista confusa, con la que se desea patentar en sus rasgos estéticos, a la clásica partitura de Georges Bizet, en esta oportunidad.
En lo principal, se quiere concebir a una femme fatale en el contexto de los estertores de la movida madrileña, pero situados en la urbe de los 90, e inspirada en los personajes femeninos del cine de Pedro Almodóvar, que fueron estrenados en la cartelera de esa época.
De esta forma, podríamos encontrarnos a una gitana andaluza que cite en sus rasgos dramáticos, desde las actuaciones de Victoria Abril hasta las inolvidables interpretaciones de Marisa Paredes, por no mencionar a una Penélope Cruz que descubierta por Bigas Luna, Almodóvar se encargó de consolidar en las grandes ligas de la industria audiovisual, a nivel global.
Luego, la escena, si bien no sería la propia de un contexto de criminalidad forajida que transcurre en el sur de la España de inicios del siglo XIX, correspondería a una cierta ilegalidad o clandestinidad, propia de la meseta sin fin que rodea a la capital hispana (tugurios y arrabales obreros, que recordarían a las descripciones inmortalizadas por el primer Ray Loriga, el de los 90).
Por si esto fuera poco, los fuertes y notorios colores del diseño vestuario —explicados por Monsalve— pretenderían ensalzar la brutalidad, en tanto sentimiento esencial de una historia que concluye en un femicidio, de la mano de un hombre que es incapaz de asumir la conclusión de su relación —unilateral de acuerdo a sus expectativas— con la esquiva «bailaora».
En fin, muchos conceptos y sofisticación para un montaje que se presume más simple y certero en su formulación escénica. Los temores surgen, primero, porque el chileno Ramón López es un escenógrafo de ideas un tanto estáticas y rígidas, seguidor en su trabajo de las nociones territoriales implementadas por el régie argentino Marcelo Lombardero, en geografías ficticias que ya cumplieron su rol artístico —hace rato— en los teatros sudamericanos.
Y las cuñas debidas a Rodrigo Navarrete, por su parte, se sitúan en el óvalo intelectual de las intenciones creativas de un realizador que desea filmar una película de seres marginales, ambientada en la producción industrial y tecnológica del primer mundo europeo, como esos thrillers de acción que dirigidos por Daniel Calparsoro, hicieron famosa a la actriz Najwa Nimri a fines de la década de 1990, cuando el Real Madrid volvía a coronarse como el mejor equipo del fútbol europeo, después de casi tres décadas desde que lo hiciera el once puramente conformado por jugadores españoles, de los Yé-Yé.
Son tantos los conceptos artísticos y visuales involucrados en las carillas de la entrevista mercurial, que el montaje parece que transitará hasta su desenlace por una delicada cuerda floja, a punto de caerse hacia el fondo de un abismo crítico para la memoria y el recuerdo de las presentaciones líricas, ocurridas en el coliseo de la calle Agustinas.
En efecto, se leen contradicciones estéticas que ignoramos cómo se desenvolverán en las presentaciones que se iniciarán el próximo fin de semana. El año pasado no dudamos en calificar de notables las concepciones lumínicas en las óperas del género concierto propiciadas por la dirección del Municipal, aunque después el montaje de Manon, se apreció un retroceso en comparación con la bien fundamentada propuesta de Francisco Krebs y su recordada versión teatral de La traviata.
Manon fue más de lo mismo, cuando quizás se exploraban otros caminos —inauditos y sólidos— para hacer de la ópera un formato si no superficialmente espectacular, por lo menos cercano y descifrable para esos espectadores que concurren por vez primera a una producción lírica de esa envergadura.
En fin, resulta complejo citar a la cinematografía, y desechar la ayuda de las ilusiones ópticas preparadas por la multimedia, por ejemplo, según se extrae de las cuñas de Navarrete. Una cosa es el cine y otra la ópera, mezclarlas sin la debida reflexión o unidireccionalidad de términos creativos, hace surgir el peligro de un fracaso mayor.
Hasta el cineasta Pablo Larraín Matte tropezó estrepitosamente en sus afanes por convertirse en nuestro Luchino Visconti, cuando una amiga suya y de su hermano Juan de Dios era la alcaldesa en 2014 del ayuntamiento que controla al recinto de la calle Agustinas, y le concedió carta libre para hacer lo que quisiera, frente a un público que observaba estupefacto el experimento de un novato.
Ese morbo y expectación, por lo menos un sentimiento y una emoción reales, se agradecen a este inicio invernal de la temporada de ópera 2023 del Municipal de Santiago, y donde el debut de la mezzosoprano georgiana Natalia Kutateladze, a cargo del rol principal, constituye un acierto y un logro por parte de la dirección del Teatro, a lo menos antes y en la previa de que se levante el telón.
Ya veremos como sale y se resuelve, sin embargo, la apuesta y la controversia «almodovariana».
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Tráiler:
Imagen destacada: Patricio Melo.