[Columna] La forma de nuestro corazón: En la geometría sagrada de las oportunidades

Ya no hay misterios ocultos, alegan los optimistas, hay olvido y desconocimiento, por eso el sinsabor de los errores que persisten, y la ley de las probabilidades sigue dando oportunidades para descubrir, aparentemente, lo accesible y manifiesto.

Por Víctor Ilich

Publicado el 13.4.2021

­—Papi, hagamos un trato —fue lo que le dijo su hijo.

—Perfecto —respondió el papá—. Me gustan los tratos, ¿qué gano yo?

El hijo miró a su papá como no entendiendo su respuesta. Volvió a decir el adulto:

—¿Qué me das a cambio de lo que me ofreces?

El niño, sin titubear, contestó:

—Te puedo dar las gracias.

¡Qué inocente!, pensé. Así puede ser el corazón de un niño agradecido.

Esto me hizo pensar en la forma de nuestro corazón, usted sabe cómo son las sinapsis, no tan caprichosas como uno cree. Y recordé la canción «Shape of my heart», de Sting, y parte de su letra, en la que se habla de la geometría sagrada de las oportunidades y la ley oculta de una probabilidad.

Para mí fue sorprendente advertir que hace unos días, en medio de disquisiciones sobre el corazón, un amigo que es buen lector y nada religioso me comentó que estaba leyendo los Salmos. Cultura general o necesidad, pensé, entre otras cosas. Y recordé los Salmos, de Ernesto Cardenal.

Y como las coincidencias están en el reino de las probabilidades, puse atención a la ley oculta y escudriñé en medio de algún salmo olvidado que pudiese ayudar con las reflexiones acerca del corazón. Este fue el que hallé: Salmo 51.

Hubo, al menos, dos frases pertinentes sobre el tema atribuidas al rey David que llamaron mi atención: la primera da cuenta de crear un corazón limpio. Eso es lo que pide. Un nuevo corazón, lo que equivale a nacer de nuevo. La segunda enfatiza la actitud aconsejable que impide el rechazo: un corazón humilde, no altivo y arrepentido, es decir, dispuesto a cambiar.

Esas frases implícitamente nos pueden exponer a una realidad verificable: tenemos que lidiar con quienes somos. David, al parecer, lo supo, basta leer el salmo aludido para confirmarlo. Y parte de lo que somos es el resultado de lo que nuestros padres sembraron o dejaron de sembrar en nosotros: maleza —no es posible descartar en forma inequívoca, derechamente, la cizaña— o trigo.

Es imposible cambiar el pasado, trate de volver a ayer, si lo duda. No obstante, atender a lo inevitable y lapidario del tiempo, y lo que se hace o deja de hacer con él, no es una observación pesimista, sino responsable.

En otras palabras, somos responsables de lo que sembramos o dejamos de sembrar en nosotros y, en su caso, en nuestros hijos. Así también son responsables nuestros padres de lo que hicieron o dejaron de hacer. No es un reproche, es una realidad. Es absurdo enojarnos por no poder volar o porque las cebollas al ser picadas nos hagan llorar.

Es así como quien comienza el camino de la paternidad o maternidad nunca se podrá desligar de esta otra verdad observable: la mayoría de edad no anula, neutraliza o desvirtúa lo sembrado.

Las semillas no desaparecen por mandato legal o por arte de magia. Los pensamientos que alimentaron en nosotros, ya sea conscientes o no —o los que dejaron o dejamos que crecieran, estando errados o siendo abiertamente dañinos—, son tan reales como el invisible aire que respiramos.

Entonces, es pertinente esta pregunta: ¿es posible hacer morir esas semillas o sofocar su crecimiento? ¿Es posible tener un nuevo corazón?

Aquí cobra relevancia David, ya que sostienen algunos que es imposible cualquier cambio sostenible en el tiempo (de por vida) sin ese toque sagrado de las oportunidades.

Otros sostienen que, cual código binario, el corazón no está vacío. Nunca lo estuvo, no importa el nivel de compromiso parental o abandono… frente a esa declaración del rey David que afirma su culpa desde su propio nacimiento. Una locura y aberración para el derecho penal actual.

No obstante lo anterior, si entendemos al corazón como el almacén de nuestras emociones, no es de extrañar que allí se albergue el invernadero del amor o el psiquiátrico del miedo. El ritmo cardíaco es coherente con la adrenalina del amor y con la rapidez de quien huye.

La vida tiene sus ritmos, el corazón también. ¿Alguien duda del Venom que llevamos dentro? La arritmia y el paro cardíaco nos recuerdan forzadamente sobre la humildad de corazón.

En cuanto al corazón arrepentido, algo de eso también hay en la película francesa El perfecto asesino (1994), de Luc Besson, donde la forma de nuestro corazón otra vez se devela y la canción de Sting, al final del filme, podría cerrar el círculo de su sentido.

Ya no hay misterios ocultos, alegan los optimistas, hay olvido y desconocimiento, por eso el sinsabor de los errores que persisten. La ley de las probabilidades sigue dando oportunidades para descubrir, aparentemente, lo accesible y manifiesto.

Y frente a una nueva oportunidad, puede nacer un corazón agradecido. Un riesgo interesante de afrontar. En el mejor de los casos, puede resultar en un muy buen trato para todo aquel que en el juego de la vida ha perdido más de una vez.

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins. Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin y Juan Mihovilovich.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado, Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia).

Su bibliografía también incluye: La insurrección de la palabra, Arte de un ocaso vital, Baladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico), Dragón, escorpiones y palomas, Hojas de té, La letra mata (un texto que resucita la palabra), y El silencio de los jueces, un volumen para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015).

Asimismo hizo circular a Disparates, un poemario relativo a la libertad de expresión y a los prejuicios (2016), y Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha en contra del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Y, además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017.

En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, al cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”.

También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

Por último, en marzo de este año 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición, en un libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

 

Imagen diseñada por Matías González Pereira

 

 

Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: El perfecto asesino (1994), de Luc Besson.