[Columna] La rima de otro: Nuestra propia construcción

Aún sabiendo las etapas de los procesos que podamos vivir, siempre es útil buscar consejo cuando por ignorancia, descuido o falta de atención, haya algo que nos impida avanzar. Es cierto que aprender de los errores de quien tenemos al lado es gratis y menos doloroso: la melodía del resto nos puede ayudar a edificar nuestros propios pozos de donde poder sacar tesoros y así evitar los pozos ciegos.

Por Víctor Ilich

Publicado el 31.1.2021

Un ladrillo tras otro permite construir una muralla. Toda rima conlleva la repetición de una secuencia, y siendo así es posible reconocer los aspectos cíclicos de algo. Suena abstracto, pero es muy concreto cual Muro de los Lamentos o de Facebook.

Y si repetir es construir, no es ineficaz repetir la instrucción o reiterar la idea o mensaje.

Luego de escuchar Comptine d’un autre été (rima de otro verano), pieza del compositor y músico Yann Tiersen, obra para piano que formó parte de la banda sonora del filme Amélie, indagué con una profesora de piano que una de las dificultades de la ejecución de dicha partitura radica en la resistencia que se requiere en la mano izquierda.

Los primeros cuatro compases se repiten durante toda la obra, de allí que hacerlo requiera fuerza física en la mano aludida. A lo que hay que sumar la velocidad apropiada en la interpretación.

Esto generó la siguiente digresión: hace años, cuando estudiaba en el Instituto Nacional ­­—ese primer foco de luz de la nación, como reza su himno, que a ratos hace corto circuito—, participé en el taller de guitarra clásica. Tocamos dos veces, para el aniversario del colegio, en el Teatro Municipal de Santiago. Fue una experiencia premonitoria.

La primera de aquellas, ejecutando un arreglo para guitarras y orquesta del Concierto en La menor para violín, de Antonio Vivaldi, específicamente, tocando el tiple ­­­­­­—un instrumento colombiano de 12 cuerdas—, en plena presentación, frente al entonces Presidente de la República, Patricio Aylwin Azócar, se me cortó una cuerda.

No sabíamos que estaba el Presidente de Chile. Al salir al escenario, no lo vi por los focos que me enceguecían, así que la sorpresa fue grande cuando al terminar sí lo distinguí sentado en primera fila, frente a mí. Sentí alivio y alegría, a pesar de lo vivido.

Lo pedagógico de aquello, fuera de lo incómodo de la situación, fue enfrentar la distracción —no siempre lo consigo­­­­—: con un movimiento sutil de las partituras corrí la cuerda que había quedado colgando a la altura de mi rostro.

El director de la orquesta, quien se dio cuenta de aquello, siempre nos dijo que pasara lo que pasara debíamos procurar seguir como si nada hubiese pasado. Y así lo hice, luego de correr la cuerda, pude insertarme en otro compás sin perder el ritmo. Mi instrumento hacía las veces del sonido de clavecín. Era un acompañamiento.

Cada cierto tiempo esta experiencia aflora dentro del repertorio situacional que llevo conmigo. En otras palabras, me acompaña a donde quiera que vaya y se manifiesta cuando es necesario recordarla.

Aquella contingencia de lo inesperado, cada cierto tiempo, se repite. Aún habiendo ensayado arduamente, durante varios meses, lo imprevisto irrumpe, siempre lo hace. Y los planes pueden verse truncados. ¡Qué duda cabe en tiempos de pandemia!

No obstante, si nos advirtieran de que estos baches en el camino son parte esencial de la ruta, quizás podríamos enfrentarlos y superarlos de forma constructiva. No sin miedo e incluso dolor. Cual pueblo de Israel, podemos estar años girando en círculos en el desierto, cometiendo una y otra vez el mismo error, hasta estar realmente preparados para conquistar la tierra donde fluya leche y miel.

En la segunda oportunidad frente al auditorio, la dificultad fue otra: nos ofrecieron y desafiaron a ser primera guitarra para otro arreglo de música clásica, no recuerdo si fue una pieza de Vivaldi o Bach. En esta ocasión, no hubo sobresalto alguno, al menos, no aparentemente.

En lo concreto recordé una frase que escuché alguna vez: “No hay que apurar al ganado nuevo, porque se puede morir”. La partitura tenía una complejidad, la rápida velocidad de una escala musical en ella. No lo logré, mi vacío fue cubierto por otras dos guitarras, una mejor que otra, debo reconocer.

Esto también se repite a lo largo del ciclo vital. Cuando queremos correr sin haber trotado o mantener el trote sin un entrenamiento adecuado. No hablo de desafinar, sino de una errada estrategia o expectativas irreales y que no están acordes al desarrollo de nuestras habilidades.

Volviendo a la partitura de Yann Tiersen, debo precisar que la enfrenté esta vez conociendo el proceso para adquirir una habilidad —un renovado interés por el piano—: la etapa cognitiva, en la cual se estudia, evalúa e indaga sobre lo que se quiere hacer; la etapa asociativa, en la cual cada elemento se va coordinando y entrelazando con la práctica, visto antes en forma separada, esta vez incorporándose en nuestro quehacer cual masa homogénea, buscando la coherencia hasta llegar a la etapa de la automatización, donde el control insconsciente se manifiesta, es decir, la curva del aprendizaje vuelve a enseñarnos que no hay nada nuevo bajo el sol.

Además, es relevante advertir que pedí consejo cuando hallé un pantano del que no podía salir sin ayuda: anotar la digitación de la mano derecha en una parte compleja por la necesaria coordinación que se requiere con la mano izquierda.

Aún sabiendo las etapas de los procesos que podamos vivir, siempre es útil buscar consejo cuando por ignorancia, descuido o falta de atención, haya algo que nos impida avanzar. Es cierto que aprender de los errores de otro es gratis y menos doloroso. La rima de otro nos puede ayudar a construir nuestros propios pozos de donde sacar tesoros o evitar los pozos ciegos.

Y si aun la secuencia del ADN es necesaria para la construcción de una persona, quién soy yo para no repetir los aciertos o los errores que he aprehendido en el camino. Aparentemente estamos diseñados para repetir patrones, aún los conductuales, de allí que sea tan relevante y significativo a quién miramos como referente: otra rima de la que no es posible escapar.

En definitiva, cuando progresamos en algo, ocupamos un nuevo espacio y si todo lo que decrece corre el riesgo de desaparecer, el ciclo vital nos llama a expandirnos, pero somos nosotros quienes escogemos: encogernos o creer. Perdón… quise decir crecer, pero también suena bien, de vez en cuando, creer: otra rima para aprender.

La pregunta clave, entonces, es: ¿creer en qué o en quién?

Mas eso es letra de otra rima o ladrillo de otra edificación, aunque no lo crea.

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins. Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin y Juan Mihovilovich.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado, Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia).

Su bibliografía también incluye: La insurrección de la palabra, Arte de un ocaso vital, Baladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico), Dragón, escorpiones y palomas, Hojas de té, La letra mata (un texto que resucita la palabra), y El silencio de los jueces, un volumen para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015).

Asimismo hizo circular a Disparates, un poemario relativo a la libertad de expresión y a los prejuicios (2016), y Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha en contra del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Y, además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017.

En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, al cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”.

También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

Por último, en marzo de este año 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición, en un libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

 

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Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: Víctor Ilich.