[Crítica] «Guapis»: El filme más polémico de 2020

La ópera prima de la realizadora francesa Maïmouna Doucouré ha generado diversas controversias culturales y desde luego audiovisuales, desde su estreno en salas y a raíz de su inclusión en la programación de la plataforma Netflix hace unos meses.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 30.1.2021

Voy a ser corto con esto, independiente del morbo que su directora quiso crear, esta historia, estrenada en París durante mediados del año pasado, es mala. Los peores 90 minutos que un espectador podría experimentar.

Lo único que, podría decirse, dio algo de crédito a esta franquicia, es que durante su salida se habría llevado una fuerte ola de críticas respecto a su contenido, el cual fue acusado de fomentar la pederestia, debido a que narra las aventuras de unas niñas y su grupo de baile urbano.

Ahora bien, seguramente más de alguno se estará preguntando: ¿eso qué tiene de raro? Pero resulta que la cinta destacaría por el énfasis dado a niñas de once años en un estilo de baile fuertemente erótico, algo más propio de un grupo adulto.

Claro, en su defensa, Maïmouna Doucouré, su directora, apelaría al cinismo de la sociedad al referirse a estos temas con más, o menos severidad, según le convenga a quien critica; a la vez que señala que la intención tras esta exposición es criticar la forma en que el “patriarcado” oprime a las niñas a través de la “sexualización”.

Y sí, es cierto que basta con abrir cualquier cuenta de Instagram o de Tik Tok para ver a jovencitas replicando lo mismo que, aparentemente, Doucouré tanto apunta, pero es que la ejecución de dicha película es tan pobre que el objetivo propuesto no se cumple.

En primer lugar, hablando de las cámaras, hacen tanto énfasis en apuntar a las zonas erógenas de las niñas queriendo ser “polémicas”, que al final del día solo crea la impresión de que están subestimando a la audiencia.

Es decir, ¿no bastaba con todos los comentarios realizados con los traillers? ¿Tenían que gritarnos en la cara sus intenciones cada tanto, como si el espectador realmente no pudiera entender lo que está viendo?

Asimismo, la dirección comete el que, a mi juicio, es uno de los errores de guión más estúpidos que he podido encontrar, y esto no es como caricaturizar a un villano, o seguir bastardizando Rápidos y furiosos (2009).

Esta negligencia viene de que Doucouré confundió (así como muchas personas) el concepto de la “sexualización” con la “adultificación”, un término completamente distinto, más propio de las generaciones actuales.

En este, los niños son influenciados por los medios para crear una imagen superficial de la vida adulta, la cual se basa en la adquisición de artículos que supuestamente “todos los adultos consumen”.

En el caso de las mujeres, y por ende las niñas, se busca que adquieran desde maquillajes hasta ropas ajustadas, que por diseño, tienden a ser más caras. Y si a las niñas, la publicidad las adula para creer que eso es ser una mujer adulta, no debería sorprendernos que se afanen tanto por crecer, y así, adquirir dichos artículos. Pero eso es totalmente lo opuesto a lo que quería Doucouré, y aún así, fue lo que tuvimos.

Por otra parte, ya centrándonos en su protagonista, lo único rescatable es cierto conflicto interno que Doucouré presentaría en ella, Amy. Esta sería una niña musulmana que enfrenta el casamiento de su padre con su segunda esposa, el equivalente occidental a que tus padres “se divorcien”.

Eso sí, es cierto que para la religión islámica es normal que un hombre, cuyos recursos pueden cubrir a más de una mujer, pueda contraer más de una esposa. Pero Doucouré, en este caso, toca otra arista de dicha costumbre: si tu primera esposa no te satisface, toma otra mejor.

Y algo que se debe reconocer de esta franquicia es que supo captar la frustración de esta madre ante tal evento, así como con su hija, quien se siente abandonada.

Es por eso que, a pesar de sus inconvenientes, la idea de participar en un grupo de baile, más sabiendo lo conservadora que es su religión (que no es muy distinta al cristianismo, en ese sentido) era una idea bastante prometedora, porque ponía a la protagonista en un ambiente en que poder canalizar todos esos sentimientos de manera saludable.

Es, a pesar de todo, un hecho de que Amy es de los personajes más interesantes de esta historia (de hecho, es el único personaje interesante y ya), pues a esta búsqueda de libertad se le sumó una crisis de identidad en la que reniega radicalmente de sus enseñanzas, adoptando así este modelo de “mujer adulta”, a la vez que desemboca en un crescendo de problemas que hasta su grupo se los señala.

Lamentablemente, todo este arco tendría solo un defecto: no se cerró como corresponde. Llevó así a su personaje por un laberinto de emociones hasta que, sin darse cuenta, se daría en la cara contra el muro de la Realidad.

Esto, naturalmente, debió implicar un momento de introspección, o de un descenso a la locura que consumiría a la protagonista hasta extinguirla (para luego renacer), pero no fue así. Todos estos problemas quedarían en el aire, sin recibir la síntesis correspondiente, siendo todavía más decepcionante de lo que esta historia ya era.

Y justamente, eso es lo que más frustra de esta película, que por 90 minutos pretendió ser lo que no era, y lo que sí pudo trabajar, lo que sí tenía potencial para algo significativo, lo dejó a medias, porque de todo el elenco de chicas, Amy era la única que, por lo menos, tenía una historia que contar. Las otras eran solo un estereotipo andante que jugaban a ser grandes, y que se insinuaban a chicos mayores que, claramente, no les daban ni la hora.

Pienso que el principal pecado de este filme es que, como niñas que lo protagonizan, no saben quiénes son realmente, y buscan vender una imagen que ni ellas mismas entienden del todo, dejando de lado elementos que resultan hasta mejores que la careta de arlequín que nos venden, pero como son tan ingenuas, no se dan cuenta.

Es por eso que esta historia moriría después de su estreno, siendo no más que motivo de memes y carta segura a los Premios Razzie, pero con este acabado tan negligente, no me sorprendería que hasta eso perdiera.

 

***

Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.

Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica titulado en la Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Guapis (Mignonnes, 2020).