[Columna] «The Truman Show»: Una oda a la paranoia

El filme de Peter Weir —protagonizada por el cómico Jim Carrey en su primer papel dramático—, es un homenaje a la novela «Tiempo desarticulado» de Philip K. Dick, y su personaje principal es la estrella de un exitoso «reality» sobre su propia vida, el cual se transmite las veinticuatro horas del día, y que el mismo no tiene siquiera la consciencia de interpretar.

Por José Miguel Martínez

Publicado el 6.7.2023

Cuando era niño tenía el miedo irracional de que a la vuelta de la esquina pudiera haber un pato observándome. La posible presencia de un pato me volvía paranoico, al extremo de creer que los demás podían estar coludidos con el animal, y que todo aquello que decían era parte de un elaborado guion que buscaba encubrir el potencial acecho del plumífero.

Años después, hubo dos experiencias contrapuestas que me permitieron darle un mínimo de sentido a mi paranoia: la primera fue cuando vi en la televisión abierta, no sin cierta perturbación, a Felipe Avello paseando a un pato por diversos sets de CHV (probando que mi fobia no estaba tan lejos de la realidad); la segunda fue cuando vi The Truman Show.

La película de Peter Weir, protagonizada por Jim Carrey en su primer papel dramático, es una oda a la paranoia (léase: Tiempo desarticulado, de Philip K. Dick). Truman Burbank es la estrella de un exitoso reality show sobre su vida, que se transmite las veinticuatro horas del día, y que él no tiene consciencia de protagonizar.

Todas las personas que habitan la ciudad de Seahaven —un gigantesco set de televisión—, incluyendo a su esposa y a su mejor amigo, son actores y extras contratados para el programa creado por Christof, el mandamás, un venerado director interpretado por Ed Harris, quien dirige The Truman Show con mano de hierro, tomando decisiones tan radicales como la de inculcarle a Truman, desde niño, una severa fobia al agua a través de la muerte ficticia de su padre en un accidente de navegación.

Además de bombardearlo constantemente con mensajes subliminales sobre los peligros de viajar (imagino que si yo hubiera sido Truman, los límites del set estarían llenos de patos en vez de agua, pero en esta película Truman es el pato y Christof es Felipe Avello, quien lo pasea según sus endiosados designios por todos los sets de Seahaven.)

No uso el adjetivo «endiosado», al referirme a Christof, gratuitamente: Borges sugiere en un ensayo de Otras inquisiciones la idea de que Dios, como ya sabía que Cristo habría de morir en la cruz, creó deliberadamente la tierra y los cielos para no ser otra cosa que el teatro de esa muerte futura.

Y esta idea —la de un dios que fabrica el universo solamente para ser el escenario de la acotada vida y eventual muerte de su hijo— es algo que The Truman Show también sugiere: el estudio de televisión fabricado por Christof es el universo que alberga la vida de Truman, su «hijo», pero esta vida es tan artificial que sólo terminará por avivar su paranoia a medida que Christof busque extender el show lo máximo posible.

Sin embargo, así como las alas de un pato tienen un alcance de vuelo limitado —algo que solía consolarme en los tiempos trastornados de mi infancia—, el artificio siempre será sobrepasado por la Vida, con mayúscula.

Truman nunca logrará olvidar a Lauren, la única mujer que ha amado, una extra que, antes de ser despedida del programa, alcanza a advertirle de los límites ficticios de su realidad, y la idea de que su paranoia tal vez no sea inventada sino real, no sólo se rehusará a abandonar su cabeza, sino que también será el germen que lo llevará a buscar obsesivamente la verdad de su entorno, para luego intentar escapar de allí.

Porque todo llega en la vida, y el fin de la paranoia de Truman también llegará, así como eventualmente llegó para mí. Con el tiempo la sensación de que un pato me observaba se fue desvaneciendo, o yo me fui acostumbrando a ella, y un día inexacto simplemente dejé de sentirla.

Pero, así como cada buena película es la prueba de que la historia que cuenta no ha terminado, siempre queda un resabio, una lejana posibilidad de que, en cualquier momento, y desde algún lugar indeterminado, un pato pudiera estar al acecho, en los brazos de Felipe Avello, con los ojos muy abiertos, observándome.

 

 

 

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José Miguel Martínez (Santiago, 1986) es arquitecto. Ha publicado los libros El diablo en Punitaqui (Tajamar Editores, 2013), Hombres al sur (Tajamar Editores, 2015), Tríptico de Granola (Tres Puntos Ediciones, 2020) y Ceres (Minotauro, 2021).

Ha traducido, además, a James Baldwin, S. Craig Zahler y Jack London. Es creador del podcast Cátedras Paralelas, donde conversa con diversos invitados sobre libros y lectura. Vive en Frutillar, Chile.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

José Miguel Martínez

 

 

Imagen destacada: The Truman Show (1998).