«Crimen»: La dramática sutileza de la culpa

Es la segunda obra que veo en la Universidad Finis Terrae donde se está frente a la reinterpretación de Fedor Dostoievski, en un corto plazo de tiempo. Esta vez, se trata de un texto donde se reestructura la novela «Crimen y castigo» (1866), adaptada por Marco Antonio de la Parra, y resumida a lo más íntimo del relato con Sonia en el candor amoroso, y la continua y punzante entrevista del inspector Porfirio Petróvich.

Por Faiz Mashini

Publicado el 9.10.2017

La dramaturgia nos acerca la esencia de la obra por un entendimiento de la época actual a través de su inspiración: las seriales de detectives. Como se soluciona la relación entre el hombre de justicia y el criminal atormentado en un duelo de intelectos, en una empatía a pesar de estar confrontados en franca enemistad. Por eso me parece inquietante la importancia de la continua revisión, re-significación y contextualización de la literatura rusa del siglo XIX, con su drama interno del conflicto humano, del sujeto consigo mismo en relación a un entorno terrorífico.

La puesta en escena está muy bien pensada para acoplarse a la misma arquitectura de la sala. Un piso y un muro sobre el escenario, construidos de listones de madera, parecieran completar los mismos listones con los que están revestidos los muros de la sala, e incluso en un idéntico sentido, permitiendo una interesante continuidad. Dos sillas y una mesa de colores similares sobre el plató mantienen la paleta cromática reducida hacia los ocres de la madera clara.

Alrededor, se simula la blanca nieve, y varias lámparas de pie y de escritorio, como instalación de arte contemporáneo, producen una iluminación puntual en diferentes espacios. Otras dos sillas negras a los extremos son ocupadas por los actores que esperan frente al público, para entrar en escena. Una gran mancha de sangre sobre el costado izquierdo del muro, denuncia el crimen y rompe así con una escenografía suficientemente rígida en simetría, para terminar de componer el cuadro. El interior y el exterior han sido representados. La alba y gélida noche que requiere resguardo por su hostilidad asesina, y la claustrofóbica y desquiciante sala, nos ayudan a entender la situación del criminal asediado por la culpa y la inminente confesión. La dualidad de los espacios entre lo interno y lo externo, el afuera y el adentro.

La iluminación complementa con sutileza este fenómeno. Lo interior y lo exterior son teñidos por las luces a través de lo frío y lo cálido, generando también que el tránsito entre estos dos estados nos permita digerir su significado, tan solo con el desplazamiento, se ha cambiado de ambiente por el recurso de la luz.

Dentro de este contexto escenográfico tan particular, el realismo del vestuario, nos conduce a la Rusia zarista del autor, por clima, época e identidad.

El personaje del inspector (Porfirio Petróvich) tiene mucha gracia, desde el tono en que habla hasta la manera en que se mueve, como un oficinista tullido de estar tanto tiempo sentado, el trabajo actoral mezcla esta manera de ser con el dialogo que interpreta su oficio y su postura. Sonia es muy sensible y está acongojada por el diario vivir que le corresponde. El drama se percibe por su voz y en su cuerpo.

Representar a Raskólnikov no puede ser fácil. Es un estudioso y teórico desencajado por convicción de su propio análisis social; complejidad ética; afectado por el sufrimiento ajeno y la pobreza que lo circunda; la desigualdad; la realidad de su hermana que se casará con un cincuentón por beneficio económico; ser testigo de la realidad del alcohólico Marmeládov y toda su familia, sumado a la trágica muerte de aquél, en la vía pública.

Desde el principio, quien efectúa un crimen -por un convencimiento de principios y cometiendo un error trágico a la vez-, pues cobró como víctima a una inocente, a cambio de un sacrificio por la justicia que él tanto defendía y de este modo pasa a guardar un secreto solo para sí, sintiéndose continuamente perseguido, paranoico, por algo que era su verdad: seres humanos con grados de importancia, según una ética personal.

Raskólnikov no puede, asimismo, decir los textos sin comprometer el cuerpo. El «Woyzeck» (1979), de Werner Herzog, interpretado por Klaus Kinski, tiene los órganos internos deshechos por la neurosis, a lo que se le suman los celos, y como Macbeth se transforma tras un asesinato indigno, él, que había ganado batallas descomunales como guerrero, pero es con el crimen de su tío en el lecho, lo que lo transforma y degenera, y aquello se refleja en su rostro.

Sin duda, así como Shakespeare creó personajes inmortales que lo sobrepasaron (Hamlet, Macbeth, Lear), Dostoievski hizo su propio mundo de inmortales, entre ellos Raskólnikov.

El montaje teatral de «Crimen» es una excelente oportunidad para refrescar a este anti héroe tan maravilloso.

 

La puesta en escena está muy bien pensada para acoplarse a la misma arquitectura de la sala Finis Terrae, en el montaje de «Crimen»

 

Ficha técnica:

Dramaturgia: Marco Antonio de la Parra
Dirección: Francisco Krebs
Elenco: Paula Bravo, Karim Lela, Rafael Contreras
Diseño de escenografía: Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Nicole Salgado
Diseño iluminación: Yury Canales
Música: Alejandro Miranda
Diseño gráfico: Javier Pañella
Producción: Alessandra Massardo
Teaser: Diego Ruiz

Temporada: Del 6 de octubre al 5 de noviembre

Funciones: Viernes y sábado a las 21:00 horas, domingos a las 19:30 horas

Valores: General, $8.000; estudiantes y tercera edad, $4.000; Convenio vecino Providencia, $3.000; Convenio Finis Terrae, $2.000

Dirección: Sala de Teatro de la Universidad Finis Terrae, Avenida Pocuro Nº 1935, comuna de Providencia, Santiago

 

Crédito de las fotografías: Sala de Teatro de la Universidad Finis Terrae