[Crítica] «Callas, la hija del destino»: Sororidad entre cantantes líricas

El montaje escénico que se presenta hasta el próximo sábado 21 de octubre en el Teatro Municipal de Santiago, y que conmemora los 100 años de la Divina María, se transforma, hasta llegar a su desenlace, en un homenaje a la trayectoria vocal (y vital) de la soprano chilena Claudia Parada, fallecida en la ciudad de Cagliari, Italia, en 2016.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 17.10.2023

La nueva producción dramática del Teatro Municipal de Santiago, Callas, la hija del destino basa su dramaturgia en la relación que habrían tenido la célebre soprano griega, María, y la cantante lírica chilena Claudia Parada, a fines de la década de 1950, cuando esta tuvo que reemplazar a la Divina en la ópera Anna Bolena de Gaetano Donizetti, en una temporada regular de La Scala de Milano.

Esa situación sirve de pretexto argumental para que la dramaturga Ximena Carrera desarrolle los bemoles de un lazo que tal vez ficticio (más allá de la mera formalidad profesional), sirve para rescatar del olvido a la soprano chilena devenida luego en mezzo, y conmemorar, asimismo, el centenario del natalicio, de la más famosa cantante de ópera de la historia contemporánea.

La obra exacerba la inestabilidad de Callas y los hechos de desencuentro que tuvo con las audiencias italianas, durante su época de esplendor, pero no debemos olvidar que fue en la península donde forjó su mito y su leyenda, luego de fracasar en la escena lírica neoyorkina de la posguerra.

Por eso, la decisión escénica de instalar el símbolo inerte de un perro muerto, más allá de su veracidad en las controversias biográficas de la cantante durante ese período (los años 50, y donde le habrían lanzado los restos del animal); se transforma en un traspié del director Jesús Urqueta por dejar en claro la pasional y muchas veces virulenta relación que tuvo María con su público, y se aleja un tanto de la propuesta lúdica y ensoñadora que propone la dramaturgia de Carrera, a fin de retratar el vínculo de mutua comprensión, y hasta de recíproco apoyo emocional, que se habría forjado entre la artista griega y la intérprete chilena.

En ese sentido, lo valioso de esta ficticia recreación, es la propuesta de internarse en la atormentada interioridad psicológica de María Callas, y de ofrecer una suerte de explicación dramática acerca de su declive artístico y vocal, que se haría evidente ya a mediados de la década de 1960.

Aún así, es necesario recalcar el sacrificio afectivo que impone dedicarse al canto lírico al más alto nivel, la lección argumental que con mayores luces artísticas se obtienen del guion teatral de Carrera y de la dirección de Urqueta.

«Nuestra vida se reduce desde el teatro a la casa», y viceversa, le dice Parada (Claudia Cabezas), a una Callas que una vez alcanzado el éxito inmortal, cometió la imprudencia de enamorarse de quien no debía, y romper con su vida anterior, para unirse en un sinuoso romance con Aristóteles Sócrates Onassis, «el otro griego», como le escribía este cuando seducía a la soprano.

Fue tal el impacto que Onassis tuvo en la vida de Callas, que además de revelarle su sexualidad (María era casta hasta ese momento), también la embarazó de un niño que nacería muerto, y luego la abandonaría para casarse con Jacqueline Kennedy. Asimismo, y en su obsesión por acompañar a Aristóteles en su vida disoluta de los mares europeos, la soprano dejó de ensayar todos los días junto a un piano, como era su costumbre.

En efecto, es la soledad la que une a estas dos cantantes, un estado finalmente elegido por ambas a coste de sus exigencias profesionales. María, con el objetivo de llegar al sitial que alcanzó, y Parada para mantenerse en Italia y labrar una carrera admirable, pese a que estuvo lejos de ser la cantante chilena más talentosa de su época. Pero a diferencia de una Nora López, por ejemplo, supero sus altibajos emocionales, se contuvo apoyada en su arte, y se radicó en Italia hasta el final de sus días.

¿Qué habría acontecido, por ejemplo, si la verdiana López persevera en Europa y no regresa a Chile a fines de los 60?

Callas alcanzó la cima, y a causa de sus frustrada vida amorosa, resbaló en caída libre hasta esa extraña muerte de su departamento de París, en 1977, tan solo dos años después de la desaparición física de su amado Onassis, quien, dicho sea de paso, forjó su imperio naviero y su legendaria fortuna, en la Buenos Aires de principios de los años 30.

Así, y más allá de explorar en el difícil vínculo que tuvo con su madre o con su padre ausente, inclusive con su hermana, los realizadores (Carrera y Urqueta) se inclinan por la frustrante vida afectiva y sexual de Callas como la causa de su desplome vital, en contraposición con la opción de Claudia Parada por dedicarse enteramente a su periplo artístico, y quien quizás sin tanto talento vocal como otras contemporáneas (y coetáneas) suyas, fue capaz de llegar a ganarse el sitial de la cantante chilena más exitosa a nivel internacional del siglo XX, junto a Sofía del Campo, la madre de Rosita Serrano.

 

Un asunto de impostación

Las actuaciones protagónicas de Blanca Lewin y de Claudia Cabezas son destacables en corporizar el gran sentimentalismo de la dramaturgia ofrecida por Ximena Carrera.

Ambas actrices personifican y dan vida con sus interpretaciones, al ambiente de evidente opresión afectiva, y la vivencia de una circunstancia que les imponía abocarse casi de una manera monacal, al despliegue de sus innatas condiciones vocales, es decir, a su vocación profesional.

El problema es que las dos actrices construyen a dos figuras dramáticas distanciadas acerca de quienes verdaderamente se inspiraron para construirlas, especialmente debido a la nula interpretación vocal que efectúan de la biografía de mujeres consagradas al canto lírico.

Aquello, Urquieta lo intenta subsanar con el diseño musical de Marcello Martínez, el cual reproduce —a medida que avanza el argumento de la obra— discos de Callas que atestiguan en la intervenida pureza de su sonido, el paso del tiempo.

No obstante, el inexistente trabajo del elemento vocal que realizan los actores chilenos, en general, es manifiestamente preocupante. Sin exigirles ser cantantes, por lo menos imitar el acento, enunciar y verbalizar un cierto y lejano timbre, semejante, al de los seres a quienes personifican, más todavía, si existen registro de María y de Parada en diversas plataformas y formatos sonoros.

Cualquier espectador que haya apreciado el trabajo de estas dos actrices chilenas de una notable carrera teatral (Lewin y Cabezas), caerá en la perspicacia de esta afirmación: todos sus roles se escuchan igual, y esa situación artística inmediatamente reduce y minimiza al resto de los ponderables que se conjugan en sus demás papeles dramáticos, tales como el avasallador dominio escénico de ambas.

Es cierto que se trata de otra «realidad» artística, pero adoptemos de clarificador ejemplo al desaparecido actor estadounidense Philip Seymour Hoffman y su rol de Truman Capote en el filme homónimo de 2005… bien, así cambia su voz, a instancias de su personaje, un intérprete de primer nivel internacional.

Finalmente, el año pasado, el Teatro Municipal de Santiago estrenó la obra Arrau, el otoño del emperador. En lo personal, prefiero esa obra que a este montaje, en virtud del excepcional trabajo realizado por Tito Bustamante en esa ocasión.

Pero de Callas, la hija del destino, rescato su prístino sentimentalismo, y el ejercicio de sororidad de dos mujeres arrojadas a un mundo hostil, y cuyo generoso amor a la música, a una, le sirvió para pasar a la historia, pese a su solitario y enigmático final; y a la otra, a la chilena que rescatan Carrera y Urqueta, admirar la firmeza de su disciplina y persistente compromiso profesional: enorgullecernos de Claudia Parada, en suma.

Las funciones de este montaje protagonizado por Blanca Lewin y Claudia Cabezas Ibarra se extenderán hasta el próximo sábado 21 de octubre, en la Sala Arrau del coliseo de la calle Agustinas.

 

Ficha artística:

Dramaturgia: Ximena Carrera | Dirección escénica: Jesús Urqueta | Diseño integral: Loreto Martínez Labarca | Diseño musical: Marcello Martínez | Asesora en canto lírico: Madelene Vásquez | María Callas: Blanca Lewin | Claudia Parada: Claudia Cabezas Ibarra.

 

 

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La actriz Claudia Cabezas Ibarra personifica a la soprano chilena Claudia Parada en «Callas, la hija del destino»

 

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Patricio Melo (Teatro Municipal de Santiago).