[Crítica] «Cerrar los ojos»: Otra obra maestra de Víctor Erice

Uno de los hitos de esta nueva versión del Festival de Cine de Zúrich es presentar en su programa fuera de competencia, el cuarto largometraje de ficción debido al ya mítico realizador español —después de un silencio creativo que se extendió por 31 años—, y quien con esta entrega parece cumplir la máxima que dice: «lo bueno se hace esperar».

Por Rafael Recuenco Gutiérrez

Publicado el 2.10.2023

Un célebre actor español, Julio Arenas (José Coronado), desaparece durante el rodaje de una película. Aunque nunca se llega a encontrar su cadáver, la policía concluye que ha sufrido un accidente al borde del mar.

Muchos años después, esta suerte de misterio vuelve a la actualidad a raíz de un programa de televisión que pretende evocar la figura del actor, ofreciendo como primicia imágenes de las últimas escenas en que participó, rodadas por el que fue su íntimo amigo, el director Miguel Garay.

Esta es la sinopsis de Cerrar los ojos el cuarto y último largometraje de ficción del director vasco Víctor Erice (1940).

Hablemos claro desde el principio: se trata de una obra maestra. Sus motivos son diversos: desde la maestría del meta cine a las sublimes interpretaciones del elenco de actores (aunque algunos brillan más que otros), pero, por encima de todo, porque Erice crea una mágica y sentimental oda al cine y a la amistad. Su talón de Aquiles son sus casi tres horas de duración, pero su tercer acto es tan visceral y único que vale la pena cada minuto de cinta.

El director vasco ha dirigido y escrito (con la ayuda del guionista Michel Gaztambide) su retorno por la puerta grande a los cines. 31 años de inactividad en el largometraje desde El sol del membrillo (Premio del Jurado y Premio Fipresci en el Festival de Cannes de 1992) han valido la pena para volver a disfrutar del séptimo arte en su estado más poético y sentimental. Dicen que lo bueno se hace esperar y no puedo estar más de acuerdo.

Ahora sí, hablemos de lo que nos interesa.

 

Esto es cine, lo demás son tonterías

La primera parte nos sitúa en el París de 1947, donde Monsieur Lévy (Josep Maria Pou) llora en silencio la añoranza de su hija, que reside en Shanghái, cuando sabe que la muerte le espera a la vuelta de la esquina. Ahí entra en escena Monsieur Franch (José Coronado), un espía anarquista exiliado cuya misión es recuperar a la hija del padre moribundo, tan sólo con la ayuda de una fotografía.

Se produce entonces una conversación intensa, política y vital plagada de metáforas en las que destaca un ajedrez de piezas gigantes. A mi parecer, un guiño de Erice al Séptimo sello de Ingmar Bergman por el carácter mortífero de la escena.

En la segunda parte nos trasladamos al Madrid de 2012, donde un director ya retirado, Miguel Garay (Manolo Solo), es entrevistado en un programa de televisión llamado Casos sin resolver para dar su testimonio acerca de la desaparición de su íntimo amigo y actor Julio Arenas, ya que nunca encontraron su cuerpo.

Ahí descubrimos que el actor desaparecido durante décadas es el intérprete que hacía de Monsieur Franch. El director queda con la hija de Arenas (Ana Torrent) en el Café Prado para explicarle su participación en el programa.

En este encuentro en la cafetería del Museo del Prado (el más importante de España y donde ella trabaja) se produce uno de los monólogos más excepcionales de la cinta. Como no podría ser de otra forma explicando la ausencia y la manera de ser de su progenitor. En otras palabras más actuales: sus daddy issues.

La actriz Ana Torrent, que debutó con tan sólo 7 años en El espíritu de la colmena, vuelve 50 años después a trabajar con Erice y rematar con una actuación para aplaudir con los pies y las orejas.

Miguel Garay visita a su amigo Max Roca (Mario Pardo), quien posee las cintas de la última película que grabó con su amigo Julio Arenas, para poder llevarlas a la televisión. En ese encuentro se produce una conversación, whisky en mano, sobre la cuestión fundamental de la vida. Max expresa que la clave para sobrevivir se basa en: «envejecer sin miedo y sin esperanza». Este personaje arcaico y arisco al nuevo mundo es posiblemente el que nos brinda una interpretación más lúcida.

Garay regresa a su caravana en Almería, donde dedica su tiempo libre a la pesca, la lectura, el huerto y la traducción de textos. Una vez en el sur de la Península, proyectan el programa con el título El caso del actor desaparecido.

Aunque el director retirado apaga la televisión al inicio del programa, para su sorpresa llaman de una residencia de ancianos en la que Julio Arenas lleva años viviendo. Pero con otro nombre, Gardel, porque canta tangos y lo bautizan en honor al máximo exponente del género musical argentino Carlos Gardel.

Miguel lo visita y allí descubre que sufre una amnesia retroactiva causada por su alcoholismo. Según el médico que lo visitó necesitan «intentar despertar su alma» para que recuerde que él es Julio Arenas. Cuando se encuentran, Gardel no reconoce a su amigo, pero sí que recuerda cómo hacer los nudos marineros que les enseñaron en el servicio militar obligatorio. Ni con la fotografía de ambos en el puerto recuerda que él es el de la foto.

Garay avisa a su hija, a su amigo Max para que traiga las cintas y a la periodista para que asistan a la proyección de la película que grabaron antes de su desaparición. El resto es mejor verlo y disfrutarlo porque las palabras se quedan cortas con una escena tan maravillosa como ese final.

Erice lo ha hecho, ha vuelto como Luke Skywalker en el Palacio de Jabba y ha conseguido cautivar al público con un drama sin precedentes. Eso sí, los gestos, las miradas y los diálogos aportan esa dosis de comedia para un cóctel molotov directo al pecho del espectador. Esto es cine, lo demás son tonterías.

 

 

 

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Rafael Recuenco Gutiérrez es graduado en periodismo por la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Rafael Recuenco Gutiérrez

 

 

Imagen destacada: Cerrar los ojos (2023).