[Crítica] «Dos vidas para Micaela»: Un autor en eterna búsqueda existencial

El próximo martes 13 de junio, en el salón Gabriela Mistral de la Sociedad de Escritores de Chile, Edmundo Moure Rojas lanzará su nueva novela, un texto en cuyas páginas late de principio a fin, ese desasosiego que es la materia del oficio de vivir, y el cual ha caracterizado desde siempre a su generoso forjador.

Por Gamalier Bravo Cáceres

Publicado el 7.6.2023

Lázaro Valdés Lázaro, el dos veces resucitado personaje de Max Aub, de su libro La verdadera muerte de Francisco Franco, exiliado español en México, compañero de claustro de Antonio Machado, «viejo para refugiado», diría el autor, profesor que conoció el amor ya adulto, con Alfonsa Romero Fernández, vendedora de peines de carey, de ya más de 40 años y con varios hijos a su haber, reflexiona, ya al final de su coloquio introspectivo:

«¿Qué es de un negocio si no está maduro? ¿Qué la madurez del espíritu y del juicio si no la formas más perfectas que puedan alcanzar? ¿Y qué la juventud si no anhelo insatisfecho de llegar a ese estado? […] Además ¡qué caray!, ¿qué es la madurez si no juventud en sazón? La juventud es envidia; envidiosos, los pueblos jóvenes. Lo malo: que no podemos escoger».

Don Lázaro tenía 71 años al morir, cualquier médico o político aventajado hoy diría: «Tan joven que era». Y lo era, como Max Aub, que se retiró a los 69. Pero no debido a una cuestión de elección, por supuesto.

En su libro Memorias transeúntes, Edmundo Moure dice haber nacido en el verano del Sur, en el Santiago del nuevo extremeño, a comienzos de 1941, pero que perfectamente pudo haber llegado a la vida en el invierno del Norte, en el casal de A Touza, aldea de Santa María de Vilaquinte, tierras de Chantada, en su querida Galicia. Que todo es apenas una cuestión de insufrible geogonía.

Lázaro Valdés Lázaro, el personaje del homenaje ficticio de Max Aub, era profesor de geografía, nunca renunciaría a ello. Entonces, en este sentido, como diría el dicho ficcionado: «No podemos escoger». O tal vez sí. Micaela Souto tiene, por su parte, doble nacimiento.

Edmundo Moure, quien siempre ha criticado lo banal de las premiaciones literarias, y la forma espuria en la concesión de los galardones autorales, decide participar dos años consecutivos en un concurso de ensayo, organizado por la Xunta de Galicia, pero utilizando, en la segunda entrega, el nombre de la Souto.

Todo esto por un afán de justicia, aclara, para evitar criterios prestablecidos, pues: quién mejor que el propio escritor para saber si su obra está madura, como diría don Lázaro, que ya se nos está poniendo recurrente en este asunto.

Lo importante es Micaela, nacida en A Coruña, en 1926, estudiante en la Universidad de Buenos Aires, por los 40, quien, ya adulta, viuda y sin hijos, decide venir al Sur de Chile, la Nueva Galicia. Escritora de crónicas y menciñeira, médica, curandera.

Es el «genio de la memoria» el que se manifiesta, como dirá el autor más adelante en el texto.

 

Sobre el archipiélago mágico

Micaela conoce a Edmundo Moure en 1988, cuando éste oficiaba como presidente en la Sociedad de Escritores de Chile:

«Y se prendó de él, aunque sin enamorarse cabalmente; más bien se trató de una íntima amistad, exenta de arrebatos sexuales. Hicieron muy buenas migas y, diez años después, Moure le sugirió que participara en el concurso literario de la Xunta».

Entonces, doble nacimiento y parabiografía. Pero siendo sincero: Micaela Souto nació siendo un mito, en el sentido griego eólico de la palabra, alguien que encarna naturalezas y humanas condiciones.

Por su parte, Edmundo es presencia, no solo corpórea, como su dirección en las tertulias literarias del Refugio López Velarde, en la Sociedad de Escritores de Chile, sino que, lo más importante, en su obra. Esto lo digo porque sus últimos trabajos, los que me ha dado el honor de presentarle, me parecen de una vitalidad que es toda escritura, es decir, que se acrecienta y no fenece.

No es necesario, creo, referirme a lo agotado y chato que muchas veces parece el panorama literario nacional.

Edmundo Moure es un escritor total, uno de esos autores que se despliegan en su estética con la valentía de quien ama y respeta su oficio: cronista, narrador y poeta, cada uno de estos registros cada vez más novedosos y en eterna búsqueda. Que es como debe de ser en todo buen escritor.

Yo creo que Micaela no es un heterónimo. No es una de esas formas que tenía Fernando Pessoa de abordar una necesidad de pertenencia, como lo plantea en el libro de Moure el poema que sirve de epígrafe: No sé cuántas almas tengo: No sé cuántas almas tengo. / A cada instante cambié. / Continuamente me extraño. / Nunca me vi ni me hallé.

Porque Micaela discute la apropiación que hace Edmundo de sus trabajos, de sus crónicas e incluso de su libro de memorias, entonces, ¿quién escribe a quién? Para Pessoa el desasosiego es la materia del oficio de vivir, como también lo dijera Cesare Pavese en su diario.

Lo de Moure es pura vitalidad literaria, como dije, escritos de una constante conversación que se dice en voz muy alta, como las que sostenía Ramón del Valle-Inclán en el Café de Madrid, en la Horchatería de Candelas, el Colonial y el de la Montaña, donde perdió un brazo, tras una disputa con el periodista Manuel Bueno.

Impertinencia de quien interrumpe las razones de una sinrazón adelantada, que eran las del autor gallego. Moure se reunía con Rolando Cárdenas, Jorge Tellier, Aristóteles España, Álvaro Ruiz y Francisco Véjar en la Unión Chica, espacio mítico de encuentros regados y religiosos.

Su otro lugar de reunión, donde aún hoy oficia el oficio, es el Refugio López Velarde, en que sus acompañantes fueron, alguna vez, entre otros, Stella Díaz Varín y Luis Sánchez Latorre. En la clandestinidad, en plena dictadura, cuando la Casa del Escritor era un verdadero bastión de refugiados.

Moure también perteneció a la célula Ho Chi Min, de resistencia y denuncia ante los peores embates de la persecución asesina y censuradora. Tiempos en que, junto al poeta Hernán Miranda, se reunían en la búsqueda del colectivo desde la voz unipersonal.

Porque, claro, Dos vidas para Micaela es un texto que aborda también la estética profana y combativa de quien ejecuta creando, así como Edmundo lo hace en su libro de memorias y en sus poemas, ya que un escritor debe estar siempre en proceso de accionar creativo.

Algo que desde Víctor Hugo hasta el nombrado Hernán Miranda es un hecho patente en cada nuevo escrito de un autor en palabras mayores, que yo creo está demás discutir, al respecto, sobre Moure y su trabajo.

Sobre el archipiélago mágico, ese otro lugar que habitan Micaela Souto y la palabra de Edmundo Moure, yo nada podría decir, hay tantos, como el propio Edmundo, que lo saben hacer mejor. Cosa que ya demostró en su Chiloé y Galicia, confines míticos, el ensayo en cuestión, que dio pie al nacimiento postrero de Micaela Souto.

Tal vez solo evocar: Los ángeles de lluvia hacen la lluvia. /Elevan la guitarra con sus cuerdas de lluvia, / y lanzan la tonada seminal del invierno. /Una cueca de pájaros se cierne inversamente […]

¿Qué más?

Salud también por Alberto Rubio, que ya todo está dicho.

 

 

 

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Gamalier Bravo Cáceres (1974) es un narrador, ensayista y poeta chileno, que en la actualidad prepara una recopilación de su producción crítica, más un trabajo poético sobre el fascismo y su permanencia en las últimas cinco décadas de la historia nacional.

 

La novela «Dos vidas para Micaela» (Signo Editorial, 2023) se presentará este martes 13 de junio en la Sech

 

 

 

Gamalier Bravo

 

 

Imagen destacada: Edmundo Moure Rojas.