[Crítica] «El último ninja»: Cultos orientales antiguos en la altura de La Paz

La exótica novela del narrador boliviano Iván Gutiérrez Moscoso (en la imagen destacada) tiene el descaro de abducir a guerreros tradicionales desde un Japón superpoblado y deshumanizado, para disponer a estos misteriosos seres en una zona híbrida del altiplano que a ratos puede ser la localidad de El Alto y en otros momentos la ciudad capital del país mediterráneo.

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 30.12.2022

La primera imagen que me viene a la cabeza es la de un antiguo cine de barrio, por allá en el final de los años 80, donde la cartelera estaba dividida entre películas eróticas mexicanas y películas de artes marciales, entre ellas, la de ninjas.

En esos días de pre adolescencia jugar a ser un ninja era una aventura interesante y divertida. Había que vestirse de negro, manejar unas armas en forma de estrella y por supuesto, un sable y desaparecer en el momento justo, cuando el peligro lo demandaba.

Jugábamos a ser ninjas con los amigos. Podría decirse que éramos como unos ninjas del desierto, lo que era una figura tan extraña como la de Santa Claus bien abrigado de rojo en medio del verano sudamericano.

 

Una conjura en el altiplano 

La exótica novela de Iván Gutiérrez Moscoso (Cochabamba, 1988) El último ninja (Editorial Electrodependiente, 2022) tiene el descaro de abducir a ninjas desde un Japón superpoblado y deshumanizado cuya cotidianeidad no da espacio a los cultos antiguos, para disponer a estos misteriosos seres en una zona híbrida del altiplano que a ratos puede ser El Alto y en otros momentos La Paz.

O, también, puede ser un territorio distópico, dentro de una Bolivia rutilante de Litio; un lugar con nuevos códigos de convivencia quizás por la ambición desmedida. Es ahí donde los personajes, imbuidos en el torbellino, liderados por el último ninja, se ven obligados a interferir, a pesar de su ostracismo:

Kingston decidió guiar al último ninja a otro continente, a
uno en el que habitaba el salar más grande del que sus ojos hayan
visto, en donde toda la economía giraba en torno a las riquezas del litio.

En este contexto de polleras del altiplano la presencia de los ninja, con el legado de una rigurosa ética antigua, intenta germinar y sobrevivir en secreto al igual que una añeja religión en decadencia.

Y es aquí donde entra la habilidad de Iván Gutiérrez como contador de historias con el propósito de plantear una novela que de entrada puede resultar difícil, porque seamos claros, abordar un relato de ninjas en un perdido país sudamericano no es un enganche que interese a cualquier lector.

Las figuras japonesas extraídas de algún club de artes marciales comienzan a darle paso al contexto, así la novela se amalgama llegando a momentos logrados que no serán fáciles de olvidar en la memoria del lector, como la brutal disputa entre Gorobei y Samu, que termina con uno de los protagonistas expulsados.

Se trata de un relato original que no da tregua hasta el inesperado cierre de la novela. Mención aparte la gráfica de restorán japonés, que le imprime cierto código freak a una narración particular que deja la pregunta en la cabeza: ¿Y esto?, ¿es ficción especulativa?

El mundo se desintegraba en esa suerte de dinámicas,
que aceleraban la marcha de la rutina. El último ninja llegó hasta
la banca y se sentó al otro extremo.

 

 

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Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973) es escritor y un periodista titulado en la Universidad Católica del Norte. Ha publicado, entre otros volúmenes, las novelas Alto Hospicio, Pop, Namazu, Pinochet Boy y Ciudad berraca, además del libro de crónicas Tropitambo.

 

«El último ninja», de Iván Gutiérrez Moscoso (Editorial Electrodependiente, 2022)

 

 

 

Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Imagen destacada: Iván Gutiérrez Moscoso.