[Crítica] «En cana»: Transmitir un mundo

Este libro crea un ambiente especial, en que se siente el claroscuro que acompaña al tránsito entre la libertad, la incertidumbre y la privación de la libertad, al compás de la danza que brinda el ballet del lenguaje —más oscuro que claro—, y que usa la variopinta fauna que circunda el sendero por el cual se camina: primerizos, delincuentes formados, amigotes, actuarios, jueces, abogados, todos supuestamente respaldados por el código, o la ley.

Por Lamberto Cisternas Rocha

Publicado el 11.1.2024

En el libro En cana. Lenguaje claro, sus autores, Constanza Acuña, Víctor Ilich y Jorge Parragué, tres magistrados de instancia en diversos tribunales de la Región del Libertador Bernardo O’Higgins, asumieron el desafío de transmitirnos parte del mundo que se construye camino a la cárcel, o en la cárcel, con un lenguaje que quiere ser claro.

Así, en el prólogo, y también en el lanzamiento realizado en la Corte de Rancagua, don Jean Pierre Matus, ministro de la Corte Suprema y autor de importantes textos jurídicos, expresó su fundada opinión de que el libro no es un texto jurídico, tampoco de literatura, ni de criminología, ni un diccionario coa-español.

Sí es, afirma: «algo que podría llamarse divulgación jurídica, dirigida principalmente al usuario primerizo del sistema de justicia criminal y su parentela, habitualmente, madres, esposas, hermanas e hijas. A ellas les explica en un lenguaje coloquial y sencillo las etapas de un proceso en que los abogados que intervienen usan su propia coa […]».

En el proemio, que sigue al prólogo, don Roberto Contreras, ministro de la Corte de San Miguel y autor de varias obras literarias, nos dice que el libro: «proclama que el lenguaje es algo útil, que se transforma y tiene, algunas veces, diversos rostros, que se amalgaman y pueden ser armoniosos y prístinos».

Y agrega el ministro Contreras, que: «Este libro no está escrito por tres autores, sino por dos voces. Y todavía, aquí, el imputado y el juez se reconcilian en una visión que da al texto un sentido ausente en la retórica repetida y casi vacía de contenido humano, haciéndolo hoy comprensible para el profano».

Finaliza diciendo el mismo magistrado, que el libro: «va en sentido inverso al oficial, buceando en un universo ilimitado de significados jurídicos, a la caza de aquellas elementales imágenes que perdimos sin darnos cuenta los jueces».

Ambas apreciaciones son válidas, si se me permite este calificativo, como lo será la mía y la de cada uno una vez que haya leído el libro, a lo cual los invito con insistencia.

 

Comunicarse mediante la expresión literaria y artística

Para mí, como ya lo adelanté, este libro, aparte de ser una obra de arte, nos habla fundamentalmente de dos desafíos importantes asumidos por sus autores: responder —y en algún momento se descubrieron compañeros de inquietud— a la necesidad surgida de la dinámica vivida en su quehacer de jueces, que los impulsaba a tender un puente entre el sistema de justicia y quienes llegaban obligadamente a su encuentro, estando ellos en la extraña condición de juzgadores del actuar humano, tan versátil y tantas veces inexplicable en su causalidad. Y, además, con la idea de hacerlo con lenguaje claro, lo que agrega extrema complejidad al emprendimiento.

Lo que digo se entiende mejor, probablemente, si se recuerda que mi manera de ver el mundo sigue marcada todavía por mi condición de exjuez, con predominio del pensamiento lógico, expresado de manera estructurada, ojalá de forma sintética y clara.

Desde esa perspectiva, entonces, expreso mi admiración y rindo tributo a estos magistrados y, en general, a los magistrados que logran salir de ese modelo —muy útil en el ejercicio de la jurisdicción— para comunicarse mediante la expresión literaria y artística, lo que se logra con éxito en la obra que presento.

En cana… crea un ambiente especial, en que se siente el claroscuro que acompaña el tránsito entre la libertad, la incertidumbre y la privación de la libertad, al compás de la danza que brinda el ballet del lenguaje —más oscuro que claro— que usa la variopinta fauna que circunda el camino por el que se transita: primerizos, delincuentes formados, amigotes, actuarios, jueces, abogados, todos supuestamente respaldados por el Código, o la ley.

La simpática denominación y estructura de sus capítulos contribuye a ello. Algunos ejemplos de esos títulos ilustran lo que afirmo: «Principios y conceptos irrelevantes para los simios y otros animales», «A la otra orilla: cómo cruzar el río y no mojarse, conceptos útiles para salvarse. Entendiendo la travesía y sus riesgos», «Medidas cautelares: el inicio del drama», «Pena sustitutiva: una pena que no es por despecho», «Delitos: la madre del cordero», «Derecho a pataleo» y «Los diez mandamientos en cana».

Tomemos ahora, también como ejemplo, el capítulo «Derecho a pataleo», que recomienda una película, El proceso de Orson Welles, y un libro, El proceso, de Kafka, y contiene cuatro conceptos: amparo, apelación, nulidad y recurso de queja.

El amparo está explicado así: «Nunca tuvimos una polola con ese nombre, nos hubiese gustado, nos habríamos sentido protegidos y liberados». Y el recurso de queja como: «El eslabón perdido entre el simio y el homo sapiens». ¡Juzgue el honorable público si se comprende el mensaje!

 

Entre el humor y la ironía

¡Pero no todo está perdido!

Si avanzamos algunas páginas nos encontramos, en el capítulo de la ejecución de las penas, con la siguiente descripción del recurso de amparo contra la comisión de libertad condicional, que nos puede servir de consuelo:

«Cuando, en tu propia opinión, cumples con todos los requisitos para optar a la condi, y aún así te la negaron, el defensor penal penitenciario se pone la capa del Capitán Calzoncillos y puede interponer un recurso de amparo ante la corte de apelaciones y en contra de aquella comisión, principalmente fundado en que tu privación de libertad es ilegal y arbitraria, porque sí tenían que concederte la condi, por cumplir los requisitos. Acá, una sala compuesta por tres ministros decidirá tu suerte. Si los dioses o el dios desconocido te acompañan, te darán tu ansiada libertad, y si no te acompañan, pues mala suerte —aunque dicen que la suerte no existe—, aún te queda el último derecho a pataleo ante la Corte Suprema, y si allí te va mal, a esperar otros seis meses no más, haciendo conducta. Y hay que volver a ensayar la partitura hasta el último compás».

Así se nos presenta el texto, con un estilo que se abre camino entre el humor y la ironía, aunque sin llegar al sarcasmo. Como ocurre cuando uno quiere saber qué es el procedimiento simplificado:

«Como dicen, para qué hacerlo fácil si difícil también resulta, porque no es fácil ser simple, la simpleza tiene su complejidad. Pero este procedimiento está hecho a prueba […] Se admite o no se admite responsabilidad […] ¿qué más? Si no se admite, juicio. Si se admite, condena al toque, pero con un dulce a cambio para el regalón: una pena o sanción más baja. Admitir responsabilidad es aceptar los hechos por los que se te está persiguiendo, matador. Se acepta todo o nada. Aquí no es a gusto del consumidor, así que cuidado con andar vendiendo la pescá».

Más allá de estos breves ejemplos, debe destacarse que el libro trae una buena cantidad de definiciones o explicaciones sobre distintos aspectos o temas importantes en lo procesal penal, desarrollados en un estilo similar al de esos ejemplos, más una nómina de antioficios —traficante, estafador, sicario— y de conceptos para los «entendidos en física cuática», más una bibliografía licenciosa y un moderado elogio a los autores.

Termino señalando que, en mi opinión, la primera característica enunciada como propia del esfuerzo de los autores, esto es, tender un puente con el público, o con cierto público, entregando conceptos y reflexiones sobre la temática ya referida, se cumple muy bien con En cana… y su peculiar estilo; a lo que hay que agregar que el texto nos llega en una cuidada presentación que hace grata su lectura.

Y que la segunda característica, usar un lenguaje claro, algo muy preciado en estos días, está también lograda, pues ese público verá explicado un mundo extraño con expresiones, modismos y chilenismos que le facilitan su comprensión.

Por último, y si no es así en forma inmediata, le despertarán las dudas que lo empujarán a indagar con los actores más avezados —delincuentes, policías, actuarios, amigotes, etcétera— el significado de cada término o expresión o, algo que también es probable, la forma más eficiente de aprovechar los mecanismos o beneficios o de excusarse —que aquí quiere decir burlarse— de la ley.

 

 

 

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Lamberto Cisternas Rocha (Cauquenes, 1945) es abogado y exministro de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia.

Con anterioridad fue ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Santiago, relator en ese tribunal y en la Corte Suprema, y ejerció la docencia en la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad Diego Portales, la Universidad Gabriela Mistral y en la Academia Judicial.

Se incorporó al Consejo de Ética de los Medios de Comunicación en enero de 2017.

 

«En cana. Lenguaje claro», de Constanza Acuña, Víctor Ilich y Jorge Parragué (2023)

 

 

 

Lamberto Cisternas Rocha

 

 

Imagen destacada: Víctor Ilich, Lamberto Cisternas, Constanza Acuña y Jorge Parragué.