[Crítica] «En lugar de una conferencia»: Lo que se dice de pie

Poemas, ensayos y entrevistas hechas al autor estadounidense David Antin (en la imagen principal), incluye este volumen publicado por la chilena e independiente Editorial Deriva (2020), en una traducción lírica al cuidado de Germán Carrasco y de Emilio Jurado Naón.

Por Claudia Pizarro

Publicado el 31.3.2021

Ocurre al mediodía, cuando espero en un semáforo eterno: una multiplicidad de diálogos cruzándose. Los más vertiginosos, aquellos concertados entre 3 o 4, oficinistas supongamos, que salen o vuelven de colación.

Hay una voz que predomina y las demás interceden casi como sonido ambiente: las llantas que crujen ante el macadam, una micro que frena en seco, el grito de comerciantes, son todas sinónimas; diálogos a los que nadie da bola, ni siquiera sus propios emisores, al menos eso prefiero entender: la palabra pandemia, fase uno. Todas devaluadas. Nada significa mucho y nadie se entiende con nadie.

El problema del país es básicamente, de comunicación. Antin pareciera trabajar con ese malentendido, y poner en tela de juicio todos los discursos: el académico, el científico. Todo es malentendido pero no se trata de aclarar nada, sino de seguir ese juego desmontando todos esos discursos.

La vox vacui de la conversación inculto informal pareciera concentrar toda su energía en llenar los silencios (por ello es una lengua barroca) más que en enunciar, o nombrar. Estos coros desequilibrados se te meten en las orejas sin quererlo, pero son parte de mi paisaje, mi música.

Esa sensación más que la pura transcripción la leo ahora en un libro titulado En lugar de una conferencia de David Antin, poeta norteamericano muerto hace muy poco, serán cuatro años, cuya bajada dice: Tres melodías para dos voces.

 

Una poesía de la interrupción

Nada más análogo a la escena del semáforo. Se trata de un poema multivocal y extenso de Antin en el que básicamente se refiere a las vicisitudes en torno a un hueso de ballena que detecta las fosas de agua. Me recuerda a los diálogos de The Big Lebowski, de los hermanos Cohen: nadie allí se está dirigiendo a alguien o sobre algo, tan solo hablan cruzado.

En la escena de los bolos del comienzo por ejemplo, y que está en youtube como «la mejor escena improvisada del cine» y ese tipo de campeonatos, John Goodman insulta al director, al verdadero hermano Cohen tras de cámara, mientras Jeff Bridges gimotea por la alfombra meada por los drogos, y Steve Buscemi balbucea palabras sueltas entre ambos. Hay una coreografía. La incomunicación hecha comedia.

En el poema de Antin hay un hueso de ballena que puede detectar fosas de agua, y se arremete con un estudio en torno a si tal cuestión puede ser real, y todo se va interrumpiendo por voces que preguntan asuntos ya explicados, que no entienden, o suponen eventos sin sentido, es decir, en cierto modo deliran. Cambian de tema con brusquedad. Hay algo como del habla de las películas de Raúl Ruiz en esto.

«Dejado atrás cierta manera de escribir poesía, un tipo de poesía de la imagen que me resultaba más decorativa que significativa e incapaz de interpelar el tipo de cosas que por entonces me venían insistentemente a la cabeza», dice Antin, quien escribía leyendo, o conversando, o improvisando sobre un tema; algo tan inusual pero tan corriente en el arte oral, no solo musical, sino conversacional.

El stand up comedy puede que use las mismas soluciones. Ya no solo escribir poesía, sino también improvisarla, interpretarla tal como un cantante, un solista, sujeto oral central en la obra de Antin, cuya característica principal es la interrupción. Esta interrupción es un rasgo original de su poesía.

No es el abordaje de una conversación como en Ashbery, sino un natural choque, interrupciones, desvaríos, sin pedir la palabra, quien es quien habla primero, quien gana la palabra, con qué volumen se habla, con qué postura, la gimnasia de distintas voces que se disputan el silencio, pues su idea es aplacarlo. Allí radica su barroquismo.

Leyendo algo más de Antin, en el texto titulado «Unas pocas palabras», donde ciertamente plantea su poética, pero siempre a través del detalle de sus procedimientos, relata el paso de escribir mientras leía novelas a la puesta en escena de textos, improvisados, junto a su esposa, Eleanor.

Y aquí me voy a detener porque me concierne: es muy interesante la participación de la esposa. Y esto lo digo como mujer, eso de escribir a cuatro manos con su esposo me llamó mucho la atención. Se decía que Alma Mahler le componía a su esposo por nombrar uno de mil casos. Pero aquí lo hacen abiertamente: escriben o improvisan ese poema en conjunto.

Y lo digo como una cincuentona a la que le gusta asistir a eventos en los que una podía por ahí levantar algún ejemplar interesante y terminar tomando una copa por ahí y quién sabe si algo más. No, ya no hay nada mixto, todo es Femcine, Festival de poesía de mujeres, etcétera. Nos dividimos.

Encima todas son sub 30, lo que me deja fuera del negocio. Mala cosa. Porque a mí personalmente, como en los poemas de Antin, me gusta la conversación, y reunirme con gente.

Y si me gusta mucho algo simplemente hago una venta en verde o crowd-funding y simplemente publico el libro que me gusta. Lo he hecho en más de una ocasión. Amo hacer eso.

Con la Pandemia y la cuarentena, me pongo elocuente o necesitada de elocuencia y es lo que los poemas de Antin me brindan. Leerlo es como conversar con alguien.

Existe una abominable santificación de la palabra escrita, llegando incluso algunos a sostener que su poesía no podía ser leída en voz alta; delicadeza snob. Eleanor es la voz. Antin pareciera devolverte a un estado primigenio de la lengua: la oralidad.

Las imágenes no son suficientes en una cultura que está saturada de ellas. La oralidad es la lengua en escena, la vindicación de mitos parte por ahí. Y la creación de otros nuevos.

Quisiera terminar esta exposición nerviosa de un oradora que está a punto de desmayarse (de ahí se explica la desconexión de sus ideas) con una cita de Zumthor, quien en su Introducción a la poesía oral dice: «Uno de mis estudiantes del Alto Volta me aseguraba, en 1980, que en su etnia la confidencia se enuncia en posición horizontal y una conversación seria, sentados; lo que se dice de pie no tiene importancia.»

Lo que acabo de hablar, lo dije de pie.

 

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Claudia Pizarro (Santiago, 1968) es gestora cultural, profesora Waldorf y poeta, con estudios formales de lingüística y literatura inglesa.

 

«En lugar de una conferencia» (Editorial Deriva, 2020)

 

 

Claudia Pizarro

 

 

Imagen destacada: David Antin (1932 – 2016).