[Crítica] «Lapvona»: Una descarnada historia medieval

En esta novela de la autora estadounidense Ottessa Moshfegh, el lector puede encontrarse con un uso estético de la violencia, al modo de una funcionalidad objetual de lo grotesco, antes que debido a una puesta en escena funcional de la misma, en el contexto de la cotidianidad de sus personajes.

Por Rodrigo Barra Valenzuela

Publicado el 21.8.2023

En su última novela publicada, Lapvona, la aclamada autora norteamericana Ottessa Moshfegh (Boston, 1981) nos lleva a una ominosa experiencia literaria, en una pequeña aldea medieval dominada por las castas, la superstición religiosa y el conservadurismo moral.

Así, en junio de este año la editorial Alfaguara publicó la última novela de Moshfegh en la traducción de Inmaculada C. Pérez Parra.

La historia sigue los pasos de un niño llamado Marek, quien vive junto a su padre, Jude, viudo y dueño de una personalidad tosca y agresiva. El niño Marek, cojo y de rostro deforme, deambula y es testigo de los acontecimientos de la pobre aldea de Lapvona, un pequeño feudo en algún lugar de la Europa medieval.

Lapvona fue en algún momento un buen lugar, con suelo fértil y bajos impuestos. Pero ahora, posterior a una plaga, es un feudo sombrío, seco y pobre. La situación se hace aún peor cuando nos enteramos que Villiam, el señor feudal, cuenta con un grupo de bandidos que periódicamente saquean el pueblo y asesinan a sus aldeanos, robando cultivos para venderlos en secreto a sus contactos comerciales.

De esta manera, el pueblo cuenta con todos los aspectos siniestros que la época medieval puede haber conocido: pestilencias, deformidades corporales, enfermedades a la piel, crímenes espeluznantes y castigos extremos.

En este paisaje nace Marek: «desfigurado desde su nacimiento, con la columna vertebral doblada hacia delante de manera que sus pequeños omoplatos sobresalen de su espalda como alas afiladas».

La personalidad de Marek es de una infancia estancada, inocente y supeditado a darle sentido a todo lo que pasa en él y a su alrededor a partir de un único símbolo: Dios.

El contrapunto al muchacho y su inocencia es otro personaje, Ina, una mujer anciana, mística y ciega que comenzó a lactar a sus cuarenta y tantos años y que ha sido, durante mucho tiempo, una especie de nodriza sobrenatural, amamantando a generaciones de habitantes de Lapvona, incluido Marek. Ella es la única que da consuelo al joven.

Todo cambia cuando un día Marek sale a pasear con el hijo de Lord Villiam, Jacob, un joven y robusto cazador de botas nuevas y elegantes. En lo que podría o no ser un trágico accidente, Jacob termina muerto en el fondo de un acantilado: «Su rostro estaba dividido y aplastado por el lado en que se había golpeado, y un globo ocular colgaba de su cuenca».

 

Un uso demasiado estético de la violencia

El padre de Marek, Jude, lleva a su hijo y arrastra al chico muerto ante el padre, Lord Villiam, asustado de las represalias.

Pero sorprendentemente, en lugar de torturas y tormentos, Villiam le propone un intercambio: «Tomaré a tu hijo y tú puedes tomar al mío», le dice a Jude. De ahí en adelante, toda la historia cambia cuando Marek se convierte en hijo y heredero del señor feudal de Lapvona.

Moshfegh ha creado Lapvona con un estilo tremendamente crudo y evocador. La constante que caracteriza a esta y otras novelas de Moshfegh es la presencia y descripción descarnada de una violencia grotesca, sin censura.

Desde una mujer ciega que le ponen ojos de caballo para volver a ver, canibalismo, violaciones y descripciones detalladas de cuerpos desmenuzados y destripados. Todo eso se encuentra en esta última novela de la escritora estadounidense.

Aunque los personajes cuentan con sus propias circunstancias, estatus y formas de encontrarle sentido a una vida extremadamente gris, todos se ven sujetos a la fuerza incontestable del destino. Es, quizás, ese torrente existencial y el ambiente ominoso y místico de Lapvona el mayor fuerte de esta novela. A cada rato nos encontramos con una sensación opaca que, aquí y allá, es capaz de hablarnos de aptitudes propias del afecto humano, que atraviesan las épocas.

De todas maneras, la novela también decae en su argumento y contenido. La narración, más de una vez, se vuelve agobiante en lo que parecen escenas con excesivo relleno. El desarrolla de la trama, en esos pasajes, se estanca.

Asimismo, las escenas grotescas y violentas a veces parecen volverse ellas el motor de la historia, en contraposición a un argumento más fuerte o a una historia que pueda develar algo más importante a través del ejercicio mismo de la barbarie.

De cierta manera, en esta novela, el lector puede encontrarse con un uso demasiado estético de la violencia, al modo de una funcionalidad objetual de lo grotesco, antes que debido a una puesta en escena funcional de la misma, en el contexto de la cotidianidad medieval.

Ese es, quizás, el pie cojo de Lapvona.

 

 

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Rodrigo Barra Valenzuela (1997) es egresado de filosofía, lector y escritor.

 

«Lapovna», de Ottesa Moshfegh (Editorial Alfaguara, 2023)

 

 

 

Rodrigo Barra Valenzuela

 

 

Imagen destacada: Ottessa Moshfegh.