[Crítica] «Teoría del espanto»: Juan Mihovilovich, la voz del Maule para el Premio Nacional de Literatura 2022

La ciudad de Linares celebró con fervor popular durante esta semana, el lanzamiento del volumen que reúne una fracción de la narrativa breve del escritor nacido en Punta Arenas, pero quien vivió parte de su adolescencia y de su atormentada juventud en la hermosa urbe enclavada al sur de Talca, y a los pies de la Cordillera de los Andes.

Por Raúl Valenzuela Rodríguez

Publicado el 8.7.2022

Primero quiero agradecer a Juan Mihovilovich (1951) por la invitación y a la Universidad Católica del Maule por la iniciativa. Se trata de una biblioteca de autores regionales, pero de corte nacional como dice el post logo de esta antología. Porque Juan Mihovilovich es un autor de voz nacional.

Antes de comenzar me gustaría destacar el trabajo editorial de Claudio Maldonado. Es sabido para los que nos dedicamos a la tarea de escribir, que el editor es algo así como un curador de textos. Un libro es una obra en sí, distinta a los propios textos. Por lo mismo me gustaría reconocer el trabajo de diseño de Micaela Cabrera Artus. El trabajo del editor y de la diseñadora, son las de una cocreadora.

Santiago es Chile y en literatura parece acentuarse ese defecto. Como alguna vez escuché decir a Clemente Riedemann pareciera que lo que se escribe fuera de Santiago no existe. Aunque precisamente autores como Clemente, Rosabetty Muñoz o el propio Juan den cuenta de una literatura viva y resistente.

Ese silenciamiento es una muestra más de cómo se concentra el poder en nuestro país. Tal vez por eso, parte de los afanes que han impulsado esa otra escritura de la nueva Constitución, sea dar voz a los territorios en la construcción del país común.

Pero no es de política que quería hablar. O tal vez sí. Porque la obra de Juan, de algún modo, tiene mucho que ver con el proceso que estamos viviendo.

No solo se trata con que Juan Mihovilovich porfíe en ser escritor de «región». Sino también con su insistencia en hacer arte. Conviene no olvidar que la literatura es arte. Juan jamás ha traicionado al arte. La escritura de Juan no es una de fin de semana, no se trata de un artículo desechable. En ese sentido la literatura de Juan es anticapitalista.

Me preguntaba por qué tengo más cercanía con los cuentos de Juan que a su novela. Una vez él mismo, citando creo que, a Cortázar, me señaló que, si esto se tratara de una pelea de box, las novelas ganan por puntos y los cuentos por nocaut.

La novela de Juan es un largo sumergirse en territorios que a veces se me hacen abismales. Los cuentos de Juan me remecen. Como un golpe. Un estremecimiento que pone en cuestión los límites de lo imaginable. Es el fuego, para ponerlo en términos de Kant, de lo sublime.

Y esto lo logra ya sea hablando de ciencia ficción como en «Bucear en su alma» o en «Horas de crecencios», o en textos tan realistas como «Bufanda blanca» o sórdidos como «Ilusión onanista», o de terror como «Pasos en el techo».

No hay escritura que le sea ajena a Juan. Pero siempre, ya sean sus materiales la ternura o la muerte, la pesadez de las instituciones o la poesía (como en esa bella novela Sus desnudos pies sobre la nieve, y ya sé que me contradigo con lo que decía de preferir sus cuentos), es fiel, y quiero insistir en esto, al arte.

 

Cuentos que producen vértigo

Con Juan coincidimos en Puerto Cisnes. Juan era juez allí y yo ingresaba al Poder Judicial en el cargo de secretario. De él aprendí a ser escritor y ser juez a la vez.

Él organizaba unos ciclos de cine en su casa —no éramos muchos, en un pueblo que no alcanzaba los 5 mil habitantes— y a veces yo era el único espectador. Se trataba de un ciclo al gusto de Juan. Recuerden que tiene un relato en el que habla con Stanley Kubrick (Espejismos con Stanley Kubrick, relatos novelescos).

Pienso que las películas que él elegía se parecen un poco a su escritura. Creo que Juan comparte el ideal estético de que el arte debe ser capaz de trastocar lo que sentimos y su sentido.

Pero, ¿qué tiene que ver con la política? En esto sigo a Jacques Rancière. Tiene que ver porque la política es un acto estético. La política inventa nuevas formas de hacer sentido. Un nuevo reparto de lo sensible. Lo estético no tiene que ver con lo bello, mucho menos con el orden, sino con la capacidad de alterar el sentido. No dar por dadas las cosas. Algo de post estructuralista tiene Juan en el uso del lenguaje.

Pienso en dos textos ahora: «El clasificador» y «Conducto regular». Los dos —mediante la supresión, el silencio, lo que no dicen—, anunciaban muy bien esa década inhumana que fueron los años 90, en que la supresión de lo político se transformó en la regla brutal de la sociedad.

El aparato estatal allí se muestra firme. Las instituciones funcionan. Funcionaban, es verdad, pero vaciadas de lo político. En la ausencia Juan convoca a la imaginación. Se revela a una semántica impuesta. Exige nuevas formas de decir.

Y esa creación de nuevas formas de enunciación, pero de enunciación colectiva, es justamente el proceso en el que estamos. Y que nos tiene con esa sensación de vértigo, ante instituciones a las que se busca entregarles un nuevo sentido.

Vértigo.

Tal cual es la sensación que tengo cada vez que leo un cuento de Juan Mihovilovich.

 

 

***

Raúl Ignacio Valenzuela Rodríguez (1974) es un poeta que estudió derecho en la Universidad de Chile. Posee estudios de literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile y tiene una maestría en Derecho Penal Constitucional de la Universidad de Jaén (España).

Recibió las becas creación literaria del Fondo del Libro, del Taller de la Fundación Neruda y de la Corporación Cultural de las Condes y fue premiado en los juegos literarios Gabriela Mistral.

El 2015 publicó Diálogo a solas, el 2017, Para escapar en bicicleta, y el 2019, El patio.

Ha sido incluido en diversas antologías.

 

«Teoría del espanto», de Juan Mihovilovich

 

 

Raúl Valenzuela Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich (por Luis Poirot).